viernes, 6 de marzo de 2009

MÉXICO ANTE AMERICA LATINA

OLGA PELLICER

Existen varios malentendidos sobre la relación de México con América latina. El primero es referirse a la región como un ente homogéneo. Lo cierto es que Latinoamérica es un conjunto heterogéneo de países, muy diversos por geografía, cultura, tamaño, densidad demográfica o nivel de desarrollo. La relación de México con la región sólo se entiende a partir de los vínculos específicos creados con determinados países y carece de sentido referirse a ella de una manera integral.El segundo malentendido es creer que México puede aspirar a un liderazgo en la región. Nada más alejado de la realidad. América Latina es una región dividida en varias subregiones que desde el punto de vista político tienen poca cercanía con México. Esto es particularmente notorio en Sudamérica, donde los procesos de integración y concertación política se vienen acelerando durante los últimos años dejando a México en un sitio distante. El avance que ha tenido la Unión Sudamericana de Naciones, un mecanismo de concertación política al que México no ha sido invitado, es un buen ejemplo de esa situación. La posición de México en América Latina sólo se puede evaluar a través de los entendimientos –profundos o superficiales, duraderos o coyunturales, afectuosos o llenos de resentimiento– establecidos con países determinados. Construir esos entendimientos es, sin duda, una tarea central de la política exterior de México. No existe, sin embargo, una explicación clara de cómo y por qué se han tejido de cierta manera las relaciones con algunos países. Dos ejemplos vienen a la mente para reflexionar sobre ese tema: Cuba y Brasil.La recomposición de las relaciones con Cuba ha sido un tema prioritario de la política exterior de Felipe Calderón. Era necesario superar muchos obstáculos para dejar en el olvido el famoso “comes y te vas” y todos los desencuentros que le siguieron. El rompimiento de relaciones entre los dos países no se dio, pero sí estuvo a punto de ocurrir. La recomposición requería, pues, de concesiones y manejo diplomático que se han realizado con gran éxito. La visita tan publicitada de Felipe Pérez Roque a México o el anunciado viaje de Felipe Calderón a Cuba son buenos ejemplos del buen ánimo que reina en la relación.La pregunta que está en el aire se refiere a los costos y beneficios de esa reconciliación, tan cuidadosamente trabajada. Es benéfico para México normalizar la relación con un país clave para el conjunto de regímenes de izquierda radical en América latina. También es conveniente tener buena amistad con un país cuya voz es escuchada entre naciones de África y el Caribe que mucho cuentan para votaciones en organismos multilaterales. Sin embargo, ello no otorga a México mayor margen de maniobra en sus relaciones políticas con otros jugadores en la arena internacional. Alguna vez ser el único país de América Latina que mantenía relaciones con la isla fue motivo, al mismo tiempo, de prestigio y de entendimientos callados con Estados Unidos. Hoy, las buenas relaciones México-Cuba añaden poco al posicionamiento internacional del primero. La situación es muy distinta en el caso de las relaciones México-Brasil. Considerados ambos como potencias emergentes por el tamaño de sus economías, territorio y población, difieren en su política internacional. Brasil busca afianzar su influencia regional, diversificar sus relaciones económicas, potenciar su presencia en los foros internacionales y participar en los mecanismos de seguridad internacional, como las Operaciones de Mantenimiento de la Paz (OMP). México es renuente al protagonismo en foros multilaterales, ha concentrado su relación económica en Estados Unidos, y es de los pocos países de América Latina que no participan en OMP.A pesar de tales diferencias, circunstancias recientes, en particular la crisis económica internacional, invitan a una mayor cercanía y entendimiento entre los dos países. Se requiere su acción conjunta para asegurar el lugar de las potencias emergentes en los mecanismos para la reconstrucción del sistema financiero internacional. Así mismo, se requiere de su coordinación para dar peso a la región latinoamericana en el reordenamiento de las relaciones económicas internacionales que se avecina. Sólo México y Brasil juntos pueden otorgar ese peso a la región.No obstante, a pesar de esfuerzos recientes, como la creación de la Comisión Binacional México-Brasil, las relaciones son cordiales pero no alcanzan la densidad que merecen, ni conquistan la imaginación de medios y congresistas en México como logra hacerlo la amistad con Cuba. No solamente en el caso de Brasil, sino en el de otros países en Sudamérica que son de interés para México, como Chile, las relaciones no pasan de encuentros presidenciales con grandes promesas de entendimientos y pocos resultados concretos que permitan hablar de alianzas estratégicas de largo plazo. El resultado es la incertidumbre sobre el peso que tiene México entre los países latinoamericanos. Durante los próximos meses algunas reuniones pondrán a prueba su influencia; desde la Cumbre de las Américas, en abril de este año, a la que México puede contribuir propiciando una posición conjunta latinoamericana a través del Grupo de Río, del que tiene la Secretaría pro tempore, hasta los eventos convocados por los países que junto con México celebrarán el bicentenario de la independencia en el 2010. Es una ilusión pensar que México tendrá liderazgos o será interlocutor privilegiado en esos eventos. Su posición es la suma de relaciones particulares con países de la región que en pocos o en ningún caso tienen verdadera densidad.

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