viernes, 6 de marzo de 2009

ROSSEANA

JOSÉ WOLDENBERG

Roseanna McGraw era una estadounidense de 27 años que un buen día, en los lejanos años sesenta, apareció desnuda y asesinada en el lago Vattern en Suecia. Un trascabo encontró por casualidad su cadáver. "Medía 1.67... tenía ojos azul grisáceo y el pelo castaño oscuro. Los dientes completamente sanos, sin marcas de cicatrices por intervenciones quirúrgicas ni ningún otro tipo de marcas en el cuerpo, con la excepción de un lunar en la parte alta de la cara interna del muslo izquierdo...", escribió en su informe el médico forense. Sus vacaciones terminaron en tragedia, y el investigador Martin Beck, integrante de la Brigada Nacional de Homicidios, se avocó, con pasión y tenacidad, a aclarar el crimen.Roseanna, así sin apellido, es la pareja de un testigo protegido del FBI rebautizado como Ernie Molina. Su misión: declarar en contra de la mafia a cambio de seguridad, lo cual implica cambio de nombre, de residencia y de trabajo. Pero el cretino agente que se encarga de custodiarlos hace alarde de mantener una relación amorosa con Roseanna. Frente al propio marido, el agente Ferris Britton, fuerte, joven y ostentoso, se permitía parrafadas como la siguiente: "A juzgar por cómo se comportaba ella pensé que una de dos: o estaba harta o no recibía lo suficiente. A Roseanna le gustaba tener compañía. Cuando Ernie se iba a trabajar al bar, Roseanna me llamaba. Eh, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué no pasas a tomar algo? Bitsy y yo estamos aquí solas. Ella y su maldita perra...".Rozeanna -Roz- Struthers tenía una amiga inseparable, Liliane -Lil- Western, desde su ingreso a la escuela. Sus vidas fueron placenteras, celestes. Lil llegaría a ser una buena atleta y Roz una destacada actriz. Se casaron casi al mismo tiempo, Roz con Harold y Lil con Teho, y cada una de ellas tuvo un hijo: Ian y Tom. Ellos crecieron, Roz se divorció y Lil quedó viuda. Hasta ahí dos historias convencionales. Lo singular de Rozeanna y Liliane es que cada una de ellas sedujo al hijo de su amiga (casi hermana) hasta hacerlo su amante. Las relaciones cuasifamiliares se convirtieron en obsesiones amorosas.Se trata de tres Roseannas o Rozeannas diferentes, enmarcadas en historias lejanas las unas de las otras. No tienen nada en común, salvo el nombre. La primera aparece en la novela Roseanna, escrita en 1965 por la pareja de escritores Maj Sjowall y Per Wahloo (RBA Libros, Barcelona, 2007, 284 páginas). La segunda es un personaje secundario del thriller Persecución Mortal (Killshot) de Elmore Leonard (Alianza Editorial, Madrid, 2008, 335 páginas). Y la tercera es una de las dos protagonistas centrales de la novela corta o del cuento largo de Doris Lessing, Las abuelas (Ediciones B, Barcelona, 2007, 327 páginas).A las tres llegué por diferentes vías. En la Feria del Libro de Guadalajara encontré el pequeño tomo de Sjowall y Waloo. Jamás los había leído y ni siquiera había escuchado sus nombres. No obstante, en la portada del libro se anunciaba un prólogo de Henning Mankell, el creador del investigador Mat Wallander, y ello fue suficiente para que me animara a comprarlo. A Elmore Leonard y sus novelas policiacas lo leo cada vez que encuentro un libro suyo, gracias a la sugerencia de un querido amigo madrileño. Y a Doris Lessing la empecé a frecuentar desde que fue reconocida con el Premio Nobel, no antes.Lo curioso es que leí esos relatos de manera sucesiva y en el orden enunciado. Fue en Manzanillo. En los intermedios no leí ningún otro libro, sólo esos tres. Cuatro autores distintos de tres nacionalidades habían bautizado a sus respectivos personajes con el mismo nombre. Los suecos, el norteamericano y la inglesa habían utilizado el nombre de Roseanna para dar vida a mujeres distintas y distantes.Las coincidencias pueden ser la sal de la vida. Inexplicables y sorpresivas por un momento sacuden la rutina y abren posibilidades infinitas a la imaginación. Suceden y resulta vano buscar explicaciones. Se develan y le ponen sabor a la rutina. Y cuando resultan extremadamente caprichosas son como agua fresca.Paul Auster en Experimentos con la verdad (Anagrama, Barcelona, 2006) imagina o transcribe un buen número de historias inverosímiles marcadas por las coincidencias. Ejemplos: A) En Brooklyn, una mujer le avienta desde la ventana una moneda de 10 centavos a su esposo, pero al chocar contra la rama de un árbol cambia de dirección y se pierde; el esposo se va a ver un partido de béisbol al estadio de los Mets, y mientras se fuma un cigarro se encuentra con una moneda de 10 centavos junto a sus pies. B) En Alemania, una amiga parturienta del autor no puede terminar de ver una película (Historia de una monja, con Audrey Hepburn) porque tiene que salir corriendo al hospital; no obstante, mientras espera su segundo parto, prende la televisión y se encuentra la misma película en el momento exacto en el que la había dejado tres años antes.Hay coincidencias venturosas y trágicas, anodinas y cruciales, menores y mayores, pero todas dejan una estela de sorpresa. Son obsequios que muestran la extrañeza de la vida, la fiesta de lo inesperado, lo pasmoso del transcurrir de los días. Son además imperceptibles para quien tiene resuelta la existencia, para quien sabe mucho de una sola cosa y carece de vocación para ver más allá, para los seducidos por el principio de causalidad (la antípoda de la casualidad, a pesar de parecerse tanto), es decir, para los que tienen explicación para todo.Lo peor, sin embargo, es cuando suceden y no son percibidas. Cuando pasan frente a nosotros y tenemos los ojos cerrados. Entonces se desvanecen sin dejar huella y son irrecuperables. Y ese regalo se evapora sin dueño.

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