sábado, 9 de octubre de 2010

PELIGRO PARA MÉXICO

MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA
Impertinencia e incongruencia son las calificaciones que caben a la renovación presidencial del lema de campaña panista de 2006 que tildó a Andrés Manuel López Obrador de ser "un peligro para México". El martes 5, en entrevista con Salvador Camarena, de W Radio, el presidente Calderón no sólo ratificó esa descalificación sino que la actualizó, al decir que "hubiera sido catastrófico para México haber sido gobernado sobre la base de rencor, de odio". Y dijo también que su contrincante de hace cuatro años "le hizo un daño terrible a México, con su campaña de rencor y de odio antes y después de las elecciones".
No conjeturemos sobre los motivos de Calderón al provocar de ese modo a su principal antagonista del 2006. Basta por ahora reflexionar sobre los términos empleados en esa conversación periodística en que brotó su vena absolutista, al suponer que el Estado es él. Se han subrayado con razón las alusiones y referencias a López Obrador, pero Calderón también se mostró sincero en otras respuestas. A instancias de Camarena recordó la reciente decisión de las autoridades electorales que lo señalaron como infractor -aunque lo dejaran impune al no sancionarlo de modo alguno- al emitir mensajes, algunos en cadena nacional, en vísperas de las elecciones locales de julio pasado.
Consideró Calderón que "mutilar al Estado en su capacidad de explicar las cosas me parece un error garrafal", "un acto que contraria la libertad de expresión". Ninguna ley pretende silenciar al Estado, mutilarlo en sus necesidades de comunicación. Calderón no es el Estado. Es el titular de uno de los tres poderes que integran el gobierno, uno de los factores que configuran el Estado. De tal suerte su expresión es exagerada, en el mejor de los casos y, en el peor, revela una inclinación a confundir a una persona con la autoridad estatal, que es mucho más dilatada.
Desde esa perspectiva de índole absolutista, ajena a toda crítica, Calderón se ufanó de la definición que endilgó a su principal adversario. La expresión que sintetizaba el ataque a López Obrador, que era un peligro para México, no fue, por cierto, creación exclusiva suya y hasta puede que se haya limitado a repetir mecánicamente una frase propagandística. Como se supo en su momento, y López Obrador lo recordó en su respuesta, los publicistas Dick Morris y Antonio Solá fraguaron ese ritornelo con que concluían mensajes que denostaban la posición de López Obrador.
El PAN lo puso al aire el 12 de marzo de 2006. Porque violaba un texto expreso del Código electoral, la coalición "Por el bien de todos" demandó el retiro del mensaje y una sanción a sus emisores. Pero el Consejo General del IFE no atendió de inmediato la exigencia; pretextó que no contaba con un procedimiento para actuar en el caso; y cuando el 5 de abril el Tribunal electoral dotó al órgano electoral del instrumento cuya falta se aducía, el Consejo General todavía empleó varias semanas hasta concluir, el 26 de mayo, que la propaganda sucia era "desproporcionada" y ordenó su retiro del aire. Es decir, la autoridad permitió que durante dos meses y medio se denigrara a un candidato, exponiéndolo al odio y al rencor de una porción de la sociedad, turbios sentimientos que hoy persisten contra López Obrador y que, no obstante, Calderón menciona como generados por el candidato de la izquierda.
El Presidente mostró su maniqueísmo o la pobre idea que tiene de la sociedad a la que gobierna llamando fanáticos a los seguidores de López Obrador, a los que acusó de formar una "especie de feligresía del odio". Y colocó en el otro extremo al "mexicano común que trabaja y que lleva a los niños a la escuela y quiere vivir en paz y tranquilidad". Sólo a partir de un sesgo autoritario, el que deroga al opositor y aun al que sólo es diferente, se puede suponer que entre los 14 millones que votaron por López Obrador, o los dos millones y medio que son parte activa del movimiento que encabeza no hay mexicanos comunes que trabajan y llevan a sus niños a la escuela. Los seguidores de López Obrador no son por fuerza fanáticos, es decir personas que defienden "con tenacidad desmedida y apasionamiento (sus) creencias y opiniones", ni personas preocupadas o entusiasmadas "ciegamente" por una cosa. ¿No puede suponer Calderón, por una parte, que entre sus seguidores abundan quienes desde su perspectiva calificarían como fanáticos y, a la inversa, que no todos los que no piensan como él son personas tan normales como él mismo? Su maniqueísmo, por otro lado, lo lleva a excluir de la sociedad a quienes sufragaron a favor del PRI y de Madrazo y sobre todo a la inmensa muchedumbre que no acudió a las urnas. Lejos de los arrebatos que a veces lo asaltan, López Obrador actuó con mesura. Aprovechó una nueva presentación de su libro más reciente para, en un aparte, leer una respuesta de cinco puntos en que consideró que calificar a alguien como "un peligro para México" es de tal modo "burda y ofensiva" que él mismo no se la aplicaría a Calderón, "a pesar de que han perdido la vida cerca de 30 mil mexicanos por su irresponsabilidad e ineptitud".
Fracasada su convocatoria a la unidad, Calderón optó por provocar y dar nuevo impulso a la polarización que afecta al sector participante de la sociedad. Cuando inició ese llamado -a raíz del asesinato del candidato priista al gobierno de Tamaulipas- aun López Obrador admitió que hay intereses superiores a sus agravios y abrió una rendija al avenimiento. Con demora, este martes Calderón la clausuró.
Cajón de Sastre
Hace apenas tres semanas, el 23 de septiembre, la Universidad Nacional Autónoma de México hizo doctor honoris causa a Mario Vargas Llosa, ahora Premio Nobel de literatura. Con motivo de su centenario, la UNAM honró a 16 mujeres y hombres ilustres, pensadores y creadores, activistas de las causas más caras a la humanidad. Dijo la institución entonces del escritor peruano-español: "Reconocido como humanista vital y comprometido con su tiempo, Mario Vargas Llosa es creador de una de las más celebradas y exitosas obras de nuestra lengua, misma que se erige como testimonio único de la realidad latinoamericana que lo sitúa, además, como un pensador decididamente universal". Dijo asimismo que su tarea "le ha permitido consolidarse como uno de los narradores con mayor presencia en el ámbito cultural de nuestra época".

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