Inicié una serie de diez artículos sobre la diplomacia mexicana en la Revolución la semana pasada. Señalaba que son sólo fragmentos de una obra general que está para publicación, La Política Exterior de México 1850-2000.
Es difícil atribuir responsabilidad solamente a Madero de lo que aconteció en Ciudad Juárez y condujo a las negociaciones de paz y la firma del Convenio de Ciudad Juárez, el 21 de mayo de 1911. La lucha revolucionaria de hecho se inicia en Puebla con el episodio de Aquiles Serdán y muy pronto se extendió por casi todos los estados del país. Díaz pareció en un principio imperturbable ante el Plan de San Luis Potosí, pero pronto trató de "responder", reorganizando su gabinete y dictando leyes, para cambiar el rumbo de la insurgencia. Demasiado tarde. Por una parte, Luis Moya se había levantado en el norte con una fuerza irresistible que concluyó en Sombrerete, donde murió. Coahuila, Michoacán, Durango, Sinaloa, Sonora, Guerrero, Puebla y Veracruz, con valerosos brotes, encendieron la lucha.
Cuando en mayo de 1911 cae Torreón, el ejército federal se encuentra en serios apuros. El sur también se levanta en Morelos, Campeche y Tabasco. Las fuerzas insurrectas al mando de Pascual Orozco y Francisco Villa se concentran en las afueras de la ciudad fronteriza y aquí ocurre el primer grave error de Madero: pretende no suscitar un conflicto internacional y ordena que no se ataque a Ciudad Juárez; pensaba que en la línea divisoria, el fuego podría alcanzar a ciudadanos norteamericanos. ¡Oh grave error! Al que le acompañaría otro: González Garza pidió la rendición de la plaza, pero el general Navarro respondió negativamente y ante tal opción, Madero decidió entrar en negociaciones de paz y formalizar un armisticio concertado por Francisco Vázquez Gómez, el padre de Madero y Pino Suárez y, por la parte federal, Francisco Carbajal. Sin embargo, el armisticio, como señala Isidro Fabela en su valiosa obra, no se cumplió y se desató el fuego. Madero desesperado pedía que se suspendiera el ataque, pero Pascual Orozco y Garibaldi tomaron parte de la ciudad y por otro sector se internó Villa; el general Navarro, acompañado de su Estado Mayor, se tuvo que rendir.
Dice Roque Estrada que la toma de Ciudad Juárez fue la consecuencia de una insubordinación y que es indudable que a los cabecillas y a los propios insurgentes no les pareciera muy digno retirarse sin atacar Ciudad Juárez y lanzarse nuevamente en correrías de no muy palpables resultados, como hasta entonces. El asalto de Ciudad Juárez era quizá cuestión de honor.
Madero dentro de esa ingenuidad dolorosa con la que manejó el movimiento, invitó a sus prisioneros a comer y les manifestó que podían quedar libres "bajo palabra de honor", dentro de la ciudad. Otra era la opinión de los insurgentes; Orozco, Villa y Blanco esperaban el fusilamiento de Navarro, en cumplimiento del propio Plan de San Luis, que decía "serán fusilados dentro de las 24 horas y después de un juicio sumario, las autoridades civiles o militares al servicio del general Díaz que una vez estallada la revolución hayan ordenado, trasmitido la orden o fusilado a algunos de nuestros soldados". Esta "extrema humanidad" del caudillo le distanció de simpatizantes del Plan de San Luis. Más ofendería a los hombres de la guerra la conformación de un gabinete, que si bien estaba compuesto por los revolucionarios Pino Suárez, Vázquez Gómez, Carranza, no eran los que hubieren querido todos los insurrectos. Madero, quizá, renunció prematuramente a la realización inmediata de su proyecto revolucionario; contaba con el triunfo en las manos, al firmar los convenios de Ciudad Juárez. Si bien el Presidente de la República renunció y también Ramón Corral, dejó en la presidencia interina al secretario de Relaciones Exteriores de Díaz, Francisco León de la Barra.
Cuando esto se conoció en México y se esperaban las renuncias en la Cámara, la población enardecida exigió la inmediata dimisión de Díaz. Dice el general Urquizo que ese acuerdo de mayo de 1911 en la "Casa de Adobe", que servía de Palacio Nacional provisional en Ciudad Juárez, obligó a Venustiano Carranza, quien estaba presente, a sentenciar: "la Revolución que transa, se suicida". En efecto, por evitar un derramamiento de sangre y presuntamente un conflicto fronterizo, Madero dejó íntegra la maquinaria porfirista, inclusive dejó a un porfirista como era León de la Barra en el Ejecutivo. Confirma lo dicho el hecho de que el gabinete de nuestro exembajador en Estados Unidos fue formado por porfiristas y que sólo cuatro personas pertenecían a la Revolución, los dos hermanos Vázquez Gómez, Manuel Urquidi y el secretario de Comunicaciones, Manuel Bonilla. (Continuará).
Es difícil atribuir responsabilidad solamente a Madero de lo que aconteció en Ciudad Juárez y condujo a las negociaciones de paz y la firma del Convenio de Ciudad Juárez, el 21 de mayo de 1911. La lucha revolucionaria de hecho se inicia en Puebla con el episodio de Aquiles Serdán y muy pronto se extendió por casi todos los estados del país. Díaz pareció en un principio imperturbable ante el Plan de San Luis Potosí, pero pronto trató de "responder", reorganizando su gabinete y dictando leyes, para cambiar el rumbo de la insurgencia. Demasiado tarde. Por una parte, Luis Moya se había levantado en el norte con una fuerza irresistible que concluyó en Sombrerete, donde murió. Coahuila, Michoacán, Durango, Sinaloa, Sonora, Guerrero, Puebla y Veracruz, con valerosos brotes, encendieron la lucha.
Cuando en mayo de 1911 cae Torreón, el ejército federal se encuentra en serios apuros. El sur también se levanta en Morelos, Campeche y Tabasco. Las fuerzas insurrectas al mando de Pascual Orozco y Francisco Villa se concentran en las afueras de la ciudad fronteriza y aquí ocurre el primer grave error de Madero: pretende no suscitar un conflicto internacional y ordena que no se ataque a Ciudad Juárez; pensaba que en la línea divisoria, el fuego podría alcanzar a ciudadanos norteamericanos. ¡Oh grave error! Al que le acompañaría otro: González Garza pidió la rendición de la plaza, pero el general Navarro respondió negativamente y ante tal opción, Madero decidió entrar en negociaciones de paz y formalizar un armisticio concertado por Francisco Vázquez Gómez, el padre de Madero y Pino Suárez y, por la parte federal, Francisco Carbajal. Sin embargo, el armisticio, como señala Isidro Fabela en su valiosa obra, no se cumplió y se desató el fuego. Madero desesperado pedía que se suspendiera el ataque, pero Pascual Orozco y Garibaldi tomaron parte de la ciudad y por otro sector se internó Villa; el general Navarro, acompañado de su Estado Mayor, se tuvo que rendir.
Dice Roque Estrada que la toma de Ciudad Juárez fue la consecuencia de una insubordinación y que es indudable que a los cabecillas y a los propios insurgentes no les pareciera muy digno retirarse sin atacar Ciudad Juárez y lanzarse nuevamente en correrías de no muy palpables resultados, como hasta entonces. El asalto de Ciudad Juárez era quizá cuestión de honor.
Madero dentro de esa ingenuidad dolorosa con la que manejó el movimiento, invitó a sus prisioneros a comer y les manifestó que podían quedar libres "bajo palabra de honor", dentro de la ciudad. Otra era la opinión de los insurgentes; Orozco, Villa y Blanco esperaban el fusilamiento de Navarro, en cumplimiento del propio Plan de San Luis, que decía "serán fusilados dentro de las 24 horas y después de un juicio sumario, las autoridades civiles o militares al servicio del general Díaz que una vez estallada la revolución hayan ordenado, trasmitido la orden o fusilado a algunos de nuestros soldados". Esta "extrema humanidad" del caudillo le distanció de simpatizantes del Plan de San Luis. Más ofendería a los hombres de la guerra la conformación de un gabinete, que si bien estaba compuesto por los revolucionarios Pino Suárez, Vázquez Gómez, Carranza, no eran los que hubieren querido todos los insurrectos. Madero, quizá, renunció prematuramente a la realización inmediata de su proyecto revolucionario; contaba con el triunfo en las manos, al firmar los convenios de Ciudad Juárez. Si bien el Presidente de la República renunció y también Ramón Corral, dejó en la presidencia interina al secretario de Relaciones Exteriores de Díaz, Francisco León de la Barra.
Cuando esto se conoció en México y se esperaban las renuncias en la Cámara, la población enardecida exigió la inmediata dimisión de Díaz. Dice el general Urquizo que ese acuerdo de mayo de 1911 en la "Casa de Adobe", que servía de Palacio Nacional provisional en Ciudad Juárez, obligó a Venustiano Carranza, quien estaba presente, a sentenciar: "la Revolución que transa, se suicida". En efecto, por evitar un derramamiento de sangre y presuntamente un conflicto fronterizo, Madero dejó íntegra la maquinaria porfirista, inclusive dejó a un porfirista como era León de la Barra en el Ejecutivo. Confirma lo dicho el hecho de que el gabinete de nuestro exembajador en Estados Unidos fue formado por porfiristas y que sólo cuatro personas pertenecían a la Revolución, los dos hermanos Vázquez Gómez, Manuel Urquidi y el secretario de Comunicaciones, Manuel Bonilla. (Continuará).
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