Uno de los principios fundamentales del Estado constitucional de derecho es la tolerancia, que es la capacidad del hombre de concebir al otro en su auténtica dimensión de persona humana con iguales derechos a los suyos y, por lo tanto, de aceptar que la forma de pensar de los demás es tan valiosa y respetable como la propia.
La tolerancia como actuación cotidiana es un mínimo indispensable que debe existir en cualquier sociedad democrática y civilizada, si no se desea caer en el autoritarismo o en oscurantismo medieval. Las instituciones políticas, jurídicas, sociales y de cualquier otra índole deben ser las principales promotoras del respeto al otro como la forma imperante en la convivencia armónica y sus dirigentes deben ser los primeros en practicarla como un ejemplo de vida y una estrategia para lograr el consenso y unidad en torno a los fines que persiguen las organizaciones que gobiernan.
En la actualidad nos parece a todos que el respeto a la libertad de los demás es esencial para explicar la coexistencia de posturas políticas diversas, grupos humanos multiculturales y credos distintos en un mismo Estado nacional. Los sistemas ideológicos excluyentes de la diversidad son poco aptos para trascender en un mundo globalizado y abierto permanentemente a la crítica de la razón. En este sentido, los mexicanos hemos construido con grandes dificultades e incluso sacrificios una sociedad plural e incluyente, con base en instituciones sólidas y confiables, cuya guía de actuación ha sido la tolerancia.
Un espacio donde esa circunstancia se presenta diariamente y a la vista de todos es el Pleno y en las salas de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, puesto que ahí debatimos de cara a los justiciables y a la sociedad en general los asuntos que se plantean.
El debate muestra coincidencias y diferencias, distintas visiones del derecho algunas compartibles y otras irreconciliables, pero todas buscan emitir el fallo más justo posible, argumentaciones jurídicas a favor del sentido de un proyecto y en contra o a favor, pero por diversos motivos, incluso en el debate se expresan simpatías y ocasionalmente antipatías a las ideas de los colegas, pero en todo momento hay un profundo respeto por el otro, hay pasión en el debate y compromiso con lo que se piensa, pero siempre prevalece la tolerancia.
En este año, que los mexicanos celebramos el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, la libertad personal y colectiva es uno de los temas más recurrentes en la opinión pública. Sin embargo, a veces se nos olvida como sociedad, que la libertad sería una mera ilusión, si no existiera una renuncia básica a llevar hasta sus últimas consecuencias nuestros intereses, deseos o ideas. Este freno se expresa por la palabra tolerancia, que es el yo y el nosotros contenidos por el respeto del tú y el ustedes. No habría comunidad de intereses, si no existiera la solidaridad a que conduce sabernos iguales y tratarnos como tales.
Nuestro compromiso como ciudadanos de este país que requiere de romper con atrasos ancestrales y superar desigualdades sociales profundas es generar, mantener y reproducir los espacios del debate crítico, abierto y libre. Tenemos la obligación, en el papel que nos corresponde jugar en la sociedad, de participar con convicción, valentía y arrojo en defender nuestras ideas, puesto que la confrontación de las mismas es la única vía democrática para ponernos de acuerdo en la solución de nuestros problemas. Esta vía se cancela cuando se recurre como estrategia del debate a la descalificación del otro o al cultivo del "arte de tener siempre la razón" defendido por Schopenhauer.
La vacuna y el antídoto contra la cerrazón política y social, contra los sistemas jurídicos rígidos y formales es la tolerancia, puesto que esta actitud ante la vida es la única que permite escuchar y conocer al otro. Este conocimiento conduce al respeto de sus derechos. Este respeto a la paz y armonía social. Juárez dixit.
La tolerancia como actuación cotidiana es un mínimo indispensable que debe existir en cualquier sociedad democrática y civilizada, si no se desea caer en el autoritarismo o en oscurantismo medieval. Las instituciones políticas, jurídicas, sociales y de cualquier otra índole deben ser las principales promotoras del respeto al otro como la forma imperante en la convivencia armónica y sus dirigentes deben ser los primeros en practicarla como un ejemplo de vida y una estrategia para lograr el consenso y unidad en torno a los fines que persiguen las organizaciones que gobiernan.
En la actualidad nos parece a todos que el respeto a la libertad de los demás es esencial para explicar la coexistencia de posturas políticas diversas, grupos humanos multiculturales y credos distintos en un mismo Estado nacional. Los sistemas ideológicos excluyentes de la diversidad son poco aptos para trascender en un mundo globalizado y abierto permanentemente a la crítica de la razón. En este sentido, los mexicanos hemos construido con grandes dificultades e incluso sacrificios una sociedad plural e incluyente, con base en instituciones sólidas y confiables, cuya guía de actuación ha sido la tolerancia.
Un espacio donde esa circunstancia se presenta diariamente y a la vista de todos es el Pleno y en las salas de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, puesto que ahí debatimos de cara a los justiciables y a la sociedad en general los asuntos que se plantean.
El debate muestra coincidencias y diferencias, distintas visiones del derecho algunas compartibles y otras irreconciliables, pero todas buscan emitir el fallo más justo posible, argumentaciones jurídicas a favor del sentido de un proyecto y en contra o a favor, pero por diversos motivos, incluso en el debate se expresan simpatías y ocasionalmente antipatías a las ideas de los colegas, pero en todo momento hay un profundo respeto por el otro, hay pasión en el debate y compromiso con lo que se piensa, pero siempre prevalece la tolerancia.
En este año, que los mexicanos celebramos el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, la libertad personal y colectiva es uno de los temas más recurrentes en la opinión pública. Sin embargo, a veces se nos olvida como sociedad, que la libertad sería una mera ilusión, si no existiera una renuncia básica a llevar hasta sus últimas consecuencias nuestros intereses, deseos o ideas. Este freno se expresa por la palabra tolerancia, que es el yo y el nosotros contenidos por el respeto del tú y el ustedes. No habría comunidad de intereses, si no existiera la solidaridad a que conduce sabernos iguales y tratarnos como tales.
Nuestro compromiso como ciudadanos de este país que requiere de romper con atrasos ancestrales y superar desigualdades sociales profundas es generar, mantener y reproducir los espacios del debate crítico, abierto y libre. Tenemos la obligación, en el papel que nos corresponde jugar en la sociedad, de participar con convicción, valentía y arrojo en defender nuestras ideas, puesto que la confrontación de las mismas es la única vía democrática para ponernos de acuerdo en la solución de nuestros problemas. Esta vía se cancela cuando se recurre como estrategia del debate a la descalificación del otro o al cultivo del "arte de tener siempre la razón" defendido por Schopenhauer.
La vacuna y el antídoto contra la cerrazón política y social, contra los sistemas jurídicos rígidos y formales es la tolerancia, puesto que esta actitud ante la vida es la única que permite escuchar y conocer al otro. Este conocimiento conduce al respeto de sus derechos. Este respeto a la paz y armonía social. Juárez dixit.
No hay comentarios:
Publicar un comentario