jueves, 28 de octubre de 2010

EL PÚBLICO EN LOS ESTADIOS

JOSE WOLDENBERG KARAKOSKY

Me gusta ir a los estadios. Los gritos y colores, las expectativas del respetable, las ocurrencias, las banderas ondeando, las cervezas corriendo, la tensión dramática generan un clima especial, cargado de pasión y exacerbado en su elocuencia. Como si las inhibiciones del día a día se dejaran en las puertas de esos monumentales recintos. No pueden compararse las trasmisiones televisivas con la contemplación "en vivo y a todo color" de las competencias beisboleras, futboleras o de cualquier otro deporte. Ahí uno aprende algo que merece no ser olvidado: cada quien ve lo que quiere ver. Ante una misma jugada, una misma falta, una misma pifia, los aficionados reaccionan de forma no solamente distinta sino en ocasiones antagónica, porque sus respectivas pasiones los hacen ver, insisto, lo que quieren ver.El espectáculo transcurre en la cancha, en el diamante o en la duela, pero la fiesta se encuentra también en las tribunas. Y a veces, cuando el encuentro resulta insípido, rutinario, el espectáculo se desarrolla sólo en las tribunas.Observar a los espectadores resulta fascinante. Los hay solitarios que miran hipnotizados el encuentro ajenos al "mundanal ruido" y en el otro extremo las porras para las cuales lo que sucede en la cancha importa poco, ya que sus brincos y gritos, arengas y gestos están dedicados a sí mismos, a lograr su cohesión, a generar un sentimiento de pertenencia. A veces el azar coloca a una pareja de despistados en medio de sus enemigos y el pronóstico suele ser reservado. Pueden darse la coexistencia pacífica o las burlas hirientes, generarse un espacio de tolerancia o un teatro de agresiones verbales y hasta físicas.Los públicos tienen un comportamiento diverso. Y hablo de ellos en plural porque la masa que invade las tribunas se encuentra fracturada por distintas fidelidades. Sus expectativas son antagónicas e incluso polarizadas. La adhesión a un equipo incluye el desprecio por el otro, la identificación es al mismo tiempo un elemento de diferenciación del antagonista. Es el motor de la pasión, el carburante de la tensión. Sin esa carga eléctrica la contienda se vuelve anodina.Los resultados en los estadios nunca resultan intrascendentes. Son el sello más importante que deja la disputa. Las barras perdonan a su equipo si jugó mal pero ganó, lo contrario es raro, y se requiere tener desarrollado el gusto por el espectáculo, el aprecio por el juego y mantener una cierta distancia anímica con relación a los equipos. Observar el comportamiento del respetable en la adversidad y en la victoria es también parte del show. Los resortes se disparan dependiendo de lo que se encuentra en disputa. No es lo mismo un encuentro a media temporada que el choque definitivo por el campeonato. ¿Quién no ha visto rostros tristes y llorosos, como si se tratara de un velorio, luego de la derrota en el último minuto? ¿Quién no ha quedado petrificado ante los gritos de júbilo y las expresiones de compadrazgo y gozo que sólo desencadena el triunfo, el gol, el home run, la canasta definitiva? Las máscaras que producen la victoria y el fracaso han sido inmortalizadas por fotógrafos alevosos que sólo tienen que disparar sus cámaras en los momentos precisos.Acompañan a las tribus en las tribunas (tri, tri, diría Gil Gamés) las leyendas y mitos, los héroes y los villanos que como una estela intangible flotan durante la contienda. Los "aficionados de hueso colorado", "los auténticos", "los comprometidos" conocen no sólo los antecedentes generales, sino las minucias que se han convertido en fábulas: el día que el árbitro no marcó aquella mano, el batazo definitivo que resolvió un juego en extra innings, el touchdown que no fue y se dio por bueno. Y están ahí, aunque hayan muerto, los nombres de los ídolos del pasado, los colosos de antaño, a los que hay que rendir pleitesía, admiración, respeto. Y en contraparte, nunca faltan los miserables que en el ayer remoto hicieron daño. Unos y otros son intercambiables y dependen de la camiseta puesta. Esa playera que resume identidad, sentido de adscripción.Quizá el comportamiento de los fanáticos sería otro si los jugadores no fueran ellos mismos unos fanáticos, capaces de mentir, fingir, reclamar, actuar, con tal de ganar la contienda. ¿Qué sería del deporte si ante el infortunio los afectados reaccionaran como el pitcher venezolano Armando Galarraga? En junio, el lanzador de los Tigres de Detroit, luego de 26 outs consecutivos, perdió el juego perfecto por un claro error del umpire. No reclamó, sólo emitió una enigmática sonrisa, y al final del encuentro, luego de que el "ampayita" Jim Joyce se disculpara con él, Galarraga declaró: "Nadie es perfecto...todos cometemos errores...lo entiendo...". Y hablando de su encuentro con Joyce apuntó: "Él no dijo mucho...su lenguaje corporal dijo más que muchas palabras...sus ojos estaban llorosos...sólo nos dimos un abrazo".Por cierto, ya se acercan las próximas elecciones federales.

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