domingo, 17 de octubre de 2010

LA DIPLOMACIA DURANTE LA REVOLUCIÓN: MADERO

HERMILIO LÓPEZ BASSOLS

Encuéntrase para publicación una Historia de la Política Exterior de México -de la Guerra de Tres Años a la administración Fox-. Serán 10 volúmenes independientes que abordan 150 años de nuestra historia diplomática. Es así que en primicia, para este diario, publicaré fragmentos del volumen III "La Revolución y la Diplomacia Mexicana" en siete artículos sucesivos en este mes y el próximo en el que se conmemora el inicio de la Revolución. Creo que esta aportación histórico-diplomática es una responsabilidad de quien se ha dedicado -por más de 45 años- al estudio, la investigación y el combate diario -dentro de las filas del Servicio Exterior Mexicano-, en la defensa de los mejores intereses nacionales. Desde 1981 fui profesor de Política Exterior de México en la UNAM y ahora algunos alumnos ocupan posiciones en la Cancillería, otros se inclinaron por la docencia, y otros más por los organismos internacionales. Las fructuosas reflexiones que se tuvieron en el aula, normaron y corrigieron mis apreciaciones y tesis del quehacer exterior y la labor de la Secretaría del Ramo. Innumerables conferencias en los más variados sitios universitarios del mundo, me permitieron organizar conceptos para esta obra. Tuve el privilegio de conocer personalmente a señalados diplomáticos mexicanos, sea en mis puestos consulares, en la ONU o como titular de varias Embajadas de México. Advierto que preferí respetar aquí, el lenguaje original del texto, más por razones de extensión, se puede perder un poco de la hilación original. ¡Comencemos esta larga jornada periodística!
"Francisco I. Madero fue la figura principal de la primera etapa de la Revolución. Por sus orígenes familiares mantenía vínculos con los hombres de Díaz. Aunque respetaba al dictador, objetaba al mismo tiempo el funcionamiento del régimen imperante. Su programa político evolucionó gradual y pragmáticamente, a medida que el caudillo se hacía consciente de la profundidad de los cambios que la nación requería. En materia de asuntos internacionales, Madero no pudo establecer líneas claras y precisas que guiaran su acción. Un factor que propició este vacío, además de los problemas inmediatos y concretos con los que tuvo que enfrentarse -de Ciudad Juárez, su primer error, al acoso del embajador yankee que lo defenestró- fue la carencia de intelectuales en el campo revolucionario, -excepción hecha de Luis Cabrera- la gran mayoría se agrupaba en la fila de los científicos y luego de la contrarrevolución. La falta de apoyo intelectual provocó que Madero se apoyara en un círculo muy restringido, básicamente cercano a su familia, la que también se incluyó, pero que no aportó, desafortunadamente, el bagaje teórico y estratégico que nuestra incipiente revolución necesitaba en asuntos de política exterior.
El Plan de San Luis sólo dice que el gobierno porfirista "puede tener para las naciones extranjeras ciertos títulos de legalidad hasta el 30 del mes entrante en que expiran sus poderes" pero no acota nada relativo a la línea que el gobierno maderista seguiría en sus vínculos con el exterior. En una carta que Madero envía al presidente de los Estados Unidos, William Howard Taft, el 15 de febrero de 1911, desde San Antonio, puntualiza que ha dado órdenes a los jefes de las fuerzas de insurrección nacional para que respeten la neutralidad de las propiedades y personas extranjeras. Asimismo, menciona que su gobierno, apoyará y reconocerá todos los tratados en vigor concertados por México ante del 30 de noviembre de 1910. Asegura también que desde el momento en que una nación reconozca oficialmente al gobierno provisional maderista, éste se hará responsable de todos los daños y perjuicios que pueda causar la guerra a ciudadanos del país que lo haya reconocido. Sin embargo, estas disposiciones se refieren a las acciones inmediatas derivadas de una situación excepcional y no corresponden a un programa de política exterior, el que omite también en su discurso de toma de posesión el 5 de noviembre de 1911. Lo que puede deducirse, es que uno de los principios básicos de la política exterior maderista sería que el reconocimiento de los gobiernos mexicanos sería "sin condiciones" por parte de las potencias extranjeras.
De la misma forma, un segundo postulado que se infiere dentro del laconismo maderista, cuando recién tomó el poder, es que el nuevo gobierno se ajustaría al cumplimiento de los deberes internacionales y llevaría una relación amistosa con las naciones del orbe. Es así que al responder a Henry Lane Wilson, quien hablaba a nombre del cuerpo diplomático acreditado, en ocasión de su ascenso al poder, el prócer dijo:
"Podéis, pues, señores representantes extranjeros, asegurar a vuestros gobiernos que la administración que hoy comienza cumplirá celosa y fielmente con todas sus obligaciones internacionales y no escapará a mi vigilante atención ningún esfuerzo que promueva un acercamiento más cordial, si posible fuere, entre nuestros países".

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