lunes, 25 de octubre de 2010

EL BONO QUE PERDEMOS

CIRO MURAYAMA RENDÓN

La discusión sobre la política económica que es pertinente para el desarrollo del país, que debería verse reflejada en las decisiones sobre los ingresos y gastos que apruebe el Congreso, no puede ocurrir en una suerte de vacío histórico y espacial, sino que debe de hacerse cargo de las necesidades actuales de la sociedad mexicana. Uno de los datos duros de esa realidad es la abrumadora población joven en edad de acceder a la educación media superior y superior, para la que hay escasos lugares y la cual, al ser excluida de la escuela a edad temprana, puede sufrir una marginación permanente.
Tomo algunos datos que pueden encontrarse en el artículo “Juventud y crisis: ¿hacia una generación perdida?”, de mi autoría, que aparece en el número 20, el más reciente, de la revista Economía UNAM.
De acuerdo con las proyecciones demográficas que realiza el Consejo Nacional de Población (Conapo), entre 2010 y 2019 en México llegarán a cumplir 18 años veinte millones y medio de personas. Si se considera el universo de adultos jóvenes que habrá cada año en el país durante esta década, se obtiene un promedio de 23.15 millones de personas entre los 18 y los 29 años. El devenir de la década en curso, así como el tipo de economía y sociedad que se labren para las décadas ulteriores va a depender, críticamente, del tipo de experiencia juvenil que vivan estos millones de mexicanos que conformarán a buena parte de los ciudadanos de que disponga el país en la primera mitad del siglo XXI.
Una pregunta pertinente para conocer cómo llegan los mexicanos a la edad de ciudadanía consiste en indagar su ubicación —o la exclusión— en la educación superior. Por cada cien niños que iniciaron la educación primaria en el ciclo escolar 1990-1991, la terminaron 80.04 en 1995-96; 69.38 ingresaron a la secundaria (1996-97) y la culminaron 52.81 (en 1998-99); a la educación media superior entraron 49.12 (en 1999-2000) y egresaron de ella 28.15 (en 2001-2002), y nada más 21.64 por cada 100 que iniciaron la primaria doce años antes consiguieron acceder a estudios superiores, lo que representa 547 191 alumnos de primer ingreso a la licenciatura universitaria y normal en el ciclo escolar 2002-2003.
Como se aprecia, existe un filtro a lo largo del sistema educativo mexicano que hace que el porcentaje de personas de entre 25 y 34 años que han acudido a la educación media superior sea de 38%, mientras que el promedio en los países de la OCDE resulte de más del doble, de 78%; aunque el rezago también es significativo frente a países de desarrollo similar al nuestro, como Chile, donde 64 de cada cien habitantes de entre 25 y 34 años han asistido a educación media superior.
Para 2008, la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) dio cuenta de un acceso a licenciaturas universitarias y tecnológicas de 580 mil alumnos de nuevo ingreso. Es decir, un aumento frente a 2002 de 6%, lo que implica que la oferta de licenciatura de primer ingreso se expande a un ritmo de uno por ciento al año.
Un ejercicio a partir de los datos anteriores, suponiendo una mejoría de la eficiencia terminal en los diferentes niveles educativos que permitiese que 30% de los integrantes de una cohorte de 18 años haya culminado el bachillerato, arroja cifras preocupantes, de casi un millón y medio de jóvenes que, cada año, llegarán a la edad adulta sin haber permanecido hasta ese momento en las instituciones educativas. Lo anterior implica que sólo en esta década podrá haber 14 millones 375 mil muchachos que lleguen a la edad de cursar estudios universitarios sin ninguna posibilidad de hacerlo porque carecerán del grado académico previo que se requiere para el ingreso a la formación profesional.
Los datos de la Encuesta Nacional de Juventud de 2005, indican que de los jóvenes que no acuden a la escuela, 42% lo hace porque tuvo que ponerse a trabajar, mientras que 30% dejó la escuela por falta de interés. Este dato expresa dos tipos de problemas que se sobreponen: las dificultades económicas de las familias mexicanas para mantener a sus hijos en el sistema educativo cuando pueden contribuir a incrementar el número de perceptores de ingreso en el hogar (la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares 2008 evidenció un aumento en el número de perceptores por hogar respecto a 2006), así como un deterioro en la valoración que los alumnos hacen hacia su formación educativa. La educación media superior es, así, por diversos factores, el gran cernidor educativo de México. La deserción escolar en este nivel es cercana a 43%, de tal manera que de mantenerse ese patrón la exclusión educativa de los jóvenes se mantendrá como un rasgo característico de la ausencia de oportunidades de desarrollo en el país.
En la educación hay un problema de abandono temprano. Ello se debe a las dificultades económicas de los hogares de los adolescentes para costearles estudios, así como a su necesidad de trabajar y, también, a la pérdida de legitimidad de la escuela como vía de movilidad social a los ojos de los jóvenes. Para muchos de ellos, la escuela representa sólo “aburrimiento”, como se desprende de distintas encuestas a la juventud. Es decir, la escuela no despierta expectativas sobre el futuro, tampoco ganas de aprender o sentido de pertenencia. A los problemas económicos de las familias mexicanas se superponen las deficiencias del propio sistema educativo, que arroja un saldo de deserción temprana que es la antesala a la vulnerabilidad de los jóvenes y de su exclusión permanente.
Requerimos una política de gasto, urgente, para la retención de los alumnos en el bachillerato y de ampliación de sus oportunidades educativas. Cada uno de esos muchachos que suman un millón y medio al año de jóvenes que dejan la escuela representa, también, una pérdida para un mejor futuro compartido.

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