lunes, 4 de octubre de 2010

MEXCOLOMBIANIZAR

DENISE DRESSER GUERRA

Todos los días, los mismos titulares. Granadas lanzadas. Cuerpos decapitados. Turistas secuestrados. Militares rebasados. Cárceles infiltradas. Señales de un país donde el crimen se ha vuelto contagioso, rutinario, normal. Donde el crimen no es castigado sino calcado. Y aunque es cierto que México no es Colombia y en muchos rubros no se aplica la comparación, en otros las similitudes se acrecientan. En México, como ocurrió en Colombia, el gobierno está librando una cruenta batalla contra los cárteles para determinar quién va a controlar las principales instituciones del país. En México, como fue el caso en Colombia, el crimen organizado comienza a matar a jueces, periodistas, políticos y candidatos. Y aunque a muchos aquí les resulta incómoda la similitud, llegó la hora de aprender lecciones del caso colombiano, ya que Felipe Calderón rechaza la legalización.
Henry Miller escribió que el estudio del crimen comienza con el conocimiento de uno mismo. Y ésa es la tarea que le toca a México ahora. Entender la magnitud del reto; comprender el tamaño del problema; repensar la estrategia fallida que ha emprendido hasta el momento y poner en práctica otra que -como el ejemplo de Colombia- le permita debilitar a los cárteles en vez de verse acorralado constantemente por ellos. En su artículo "The New Cocaine Cowboys: How to Defeat Mexico's Drug Cartels", publicado en Foreign Affairs, Robert Bonner propone la manera de contener a los cárteles del Golfo y de Sinaloa, tal y como fue el caso con los de Cali y Medellín. Y parte de una premisa realista: el objetivo no puede ser erradicar las drogas sino debilitar a las organizaciones encargadas de su venta. Se trata, en el fondo, de recuperar el poder del Estado ante aquellos que lo han puesto en jaque.
Y eso implica "ir de Medellín a Michoacán". Hace dos décadas Colombia estaba a punto de convertirse en un "Estado fallido" debido a los índices extraordinariamente altos de violencia política, criminalidad y homicidios. Pero hoy los problemas que parecían insuperables han sido contenidos y México debe entender por qué. En primer lugar, lo que demuestra el ejemplo colombiano es que los cárteles estaban verticalmente integrados; se habían convertido en verdaderas empresas trasnacionales, como los cárteles mexicanos que actualmente cuentan con 200 bases de operación en territorio estadounidense. Por ello se requiere un enfoque multilateral que incluya la ayuda y asesoría de otros países que enfrentan la misma plaga. Los poderosos cárteles mexicanos tendrán que ser combatidos desde adentro y desde afuera.
Segundo, el objetivo debe ser claro. Como bien estipula Bonner, en Colombia el objetivo siempre fue desmantelar y destruir a los cárteles de Cali y Medellín, no prevenir el transporte de drogas a Estados Unidos o terminar con su consumo. En Colombia sigue habiendo narcotraficantes pero son más pequeños y menos poderosos. No constituyen una amenaza a la seguridad nacional como ocurre en México en estos tiempos. Entonces, la tarea más importante debe ser la destrucción de los cárteles y no la confiscación de drogas o la erradicación de plantíos o la interdicción de estupefacientes. Tercero, la táctica de divide-y-vencerás puede ser efectiva. Funcionó en Colombia y podría funcionar en México. Allí, en lugar de librar una lucha contra todos los frentes todo el tiempo, el gobierno colombiano optó por confrontar primero al cártel de Medellín y sólo después de su obliteración lanzó un ataque concertado contra el cártel de Cali.
Cuarto, tanto México como Estados Unidos deben seguir instrumentando la estrategia de atrapar cabecillas y extraditarlos. Aunque es cierto que el narcotráfico parece una medusa y en cuanto se le corta una cabeza emerge otra, la caída de un capo principal sí se vuelve un factor disruptivo. De allí el imperativo de centrar el empeño gubernamental en todos los flancos vulnerables del narco: obstaculizar los flujos de dinero y armas, dificultar el tránsito, interrumpir la distribución. La meta debe ser debilitar tanto a las organizaciones criminales hasta llegar al punto en que sus líderes pueden ser aprehendidos.
Quinto, deben reconocerse los límites del Ejército. En Colombia el Ejército jugó un papel importante, pero la institución decisiva para vencer a los cárteles fue la Policía Nacional Colombiana. Y eso lleva al sexto y último punto: los aparatos de seguridad y de procuración de justicia deben ser remodelados de manera agresiva. En México se ha recurrido al Ejército porque no hay otra alternativa mejor. Pero en el futuro será crucial crear, reclutar, entrenar y profesionalizar una policía nacional como lo hizo Colombia, recurriendo al apoyo estadounidense de ser necesario. Sin duda estos seis puntos no cubren todos los flancos que esta lucha de largo plazo debería abarcar. Pero podrían sentar las bases para una discusión que busque destruir la cultura de la impunidad que el crimen organizado ha creado. Impunidad de la cual Arturo Montiel se aprovecha y al que hay que preguntarle otra vez: ¿cómo durmió?

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