jueves, 21 de octubre de 2010

FRIEDRICH KATZ

FERNANDO SERRANO MIGALLÓN

Siempre que la gente valiosa se marcha nos queda el hueco que revela su grandeza. Hace unos días, la muerte volvió a golpearnos, serena e implacable como siempre. En esta ocasión el doctor Friedrich Katz se marchó, como decía Homero, donde los muchos. La magnitud de su obra, de su amor por México y su cercanía con los historiadores, las instituciones educativas y los lectores mexicanos, hizo evidente la mucha falta que nos harán sus reflexiones y el enorme vacío que deja su ausencia. Katz pertenece a aquellos mexicanos que nacieron fuera del territorio nacional, hijo y nieto de ciudadanos de otras naciones que, ni por asomo de imaginación, guardaban alguna relación con nuestro país, pero a los que la paradójica fortuna de la desgracia situó entre nosotros. Katz pertenecía a una familia judía asentada en Austria por siglos. Doblemente perseguido y amenazado con la más cruel de las sentencias de muerte, su familia cruza el océano para venir a nuestro país, donde fincaron, una vez más y desde la nada, solar y trabajo, tarea y destino. Si el doctor Katz tan sólo hubiera sido un buen ciudadano y un buen mexicano, ya su memoria merecería ser mantenida, pero hizo mucho, mucho más que eso. Al enamorarse de su patria de adopción, quiso honrarla investigando su pasado para entender su presente, quiso conocerla con una pasión que sólo se explica por el amor verdadero y la pasión serena pero vibrante del intelectual. Se hizo historiador y se especializó en una de las etapas más importantes de la historia nacional, la Revolución Mexicana. Resulta una cruel paradoja que Katz no alcanzara a ver el Centenario de aquella gesta a cuyo análisis dedicó toda su vida. Hay algunos capítulos de la vida revolucionaria de México que no alcanzaríamos a entender del todo si no nos los hubiera descrito y explicado Katz. Existen personajes cuya magnitud se hubiera quedado en mito o en el olvido si la pluma y la lente veraz del historiador no les hubiera dado su merecida dimensión. Podemos decir que hay un antes y un después de la obra de Katz, que hay un Pancho Villa anterior al libro de Katz y otro, más real y mejor conocido, después de la obra del maestro. Katz era un intelectual en constante movimiento, trabajador hasta el último de sus días, estuvo siempre pendiente y activo en la opinión pública, sabía que el conocimiento de la Revolución significaba una mejor evaluación del presente profundo de la República. Al mismo tiempo era capaz de actos simbólicos que representaban la continuidad histórica, por eso avaló el cambio de nombre en un bulevar vienés que hoy se llama, por agradecimiento histórico, Isidro Fabela Strasse. Debido a ello, al aceptar la medalla que honra la memoria del mexiquense universal y que le ofreció la Facultad de Derecho de la UNAM, la aceptó y dijo entonces algo que difícilmente podríamos olvidar los universitarios que lo escuchamos: "Soy mexicano porque México me adoptó en la desgracia de mi familia, soy mexicano porque aquí he realizado mi trabajo, pero soy mexicano, sobre todo, porque aprendí a amar a México conociéndolo". Ojalá que muchos mexicanos por nacimiento pudiéramos cumplir con las dos últimas condiciones. Sin duda, tendríamos una patria más justa y más generosa.


Gracias, maestro.

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