Tras 200 años, los mexicanos hemos construido una nación respetable que es nuestro hogar. El proyecto nacional que iniciara con un movimiento por la independencia y la libertad, pronto devendría en una permanente aspiración por la justicia y la igualdad. Tal ha sido la asignatura pendiente, tal sigue siendo el mayor desafío si deseamos evitar que la desigualdad nos fragmente.
Las reflexiones tejidas en torno a nuestros centenarios señalan cómo las cosas cambiaron al paso de las generaciones que construyeron la sociedad moderna, diversa y aspiracional que hoy somos. La Ilustración, ese poderoso motor de la historia en el siglo XVIII, nos encontró en una situación de servidumbre y esclavitud; con los héroes de la Independencia luchamos por la libertad para muy pronto entender que sólo la justicia nos permitiría cimentar una nación propia —ahí están los documentos fundantes de Hidalgo, Morelos y el Congreso de Anáhuac que lo sostienen.
En el vaivén de las luchas internas e invasiones del siglo XIX y albores del XX, resolvimos la República frente al Imperio y dimos forma a un proyecto constitucional que hizo de la búsqueda de la igualdad el elemento aglutinador de nuestra sociedad. Con base en ello, construimos instituciones y accedimos al desarrollo, para pasar luego de la hegemonía política a la alternancia, la pluralidad y la democracia. Somos libres y democráticos, pero no iguales; aún tenemos un déficit importante de igualdad y de justicia que nos está poniendo a prueba una vez más.
Hoy, los nuevos olvidados hacen oír su voz con su silencio. Se abstienen en las elecciones, parecieran no sentir las convocatorias o los llamados a la participación ciudadana y muchos de ellos se van del país en busca de oportunidades. Constituyen una mayoría silenciosa que, no obstante, lucha y se esfuerza por mejorar su situación en un entorno desfavorable, ante la falta de empleo en serio, enfrentando la creciente violencia e inseguridad y muchos, además, padecen las carencias de lo esencial en una situación de pobreza lacerante.
Habrá futuro si tenemos éxito en crecer, fortalecer la cohesión y compartir los resultados de cualquier desarrollo. Es preciso que nos propongamos superar el pasmo de la falta de diálogo y de cooperación entre los actores sociales; pasar de la alternancia a la construcción de una nueva gobernabilidad basada en instituciones renovadas y un orden democrático con legalidad, certeza y apuesta por los derechos sociales. El siglo XXI podrá ser el siglo de la igualdad si, como apuntaba Octavio Paz, nos reconciliamos con nosotros mismos y con nuestra historia. Hagamos de las voces por un pacto de neutralidad que evite una confrontación irreductible, una oportunidad para reanudar el diálogo y ordenar a México. Evitemos ser fragmentados por la desigualdad, que no nos rebase la falta de imaginación, oportunidades y de esperanza.
Ello nos impele a proponer y forjar un nuevo acuerdo político y social para lograr la justicia, poner orden en nuestro país y concluir los grandes pendientes con nosotros mismos. Ordenar a México no significa necesariamente apelar a la fuerza ni a la simulación, sino sobre todo a la razón y a la inteligencia.
Tenemos historia y experiencias constructivas, algunas tan recientes como la etapa de reforma del Estado que con el concurso de todos, permitió resolver los agravios de una elección inequitativa en 2006.
Empecemos ya, asumamos la parte que nos corresponde en esta etapa de la vida nacional para superar lo adverso y devolverle a la gente la confianza en un mejor futuro, con empleo, estabilidad, seguridad y certidumbre.
Pongamos orden en la falta de cooperación en la política con una reforma del régimen que modernice el sistema presidencial mexicano, recupere la confianza y la participación de los ciudadanos y nivele las relaciones entre los poderes y los niveles de gobierno. Restituyamos la capacidad promotora y reguladora del Estado mexicano en nuestra economía. Volvamos a crecer y generar empleo. Fortalezcamos al gobierno con un gasto público eficiente y suficiente. Distribuyamos las oportunidades y los frutos de cualquier desarrollo con políticas públicas y del Estado mexicano, diseñadas para trascender el ir y venir de la gestión pública.
La sociedad, los nuevos olvidados y las generaciones de mañana nos exigen nutrirnos de la decisión y el ejemplo de quienes nos antecedieron para persistir, mediante el diálogo y los acuerdos, en la permanente construcción del México libre, justo, soberano y democrático que siempre hemos soñado.
Las reflexiones tejidas en torno a nuestros centenarios señalan cómo las cosas cambiaron al paso de las generaciones que construyeron la sociedad moderna, diversa y aspiracional que hoy somos. La Ilustración, ese poderoso motor de la historia en el siglo XVIII, nos encontró en una situación de servidumbre y esclavitud; con los héroes de la Independencia luchamos por la libertad para muy pronto entender que sólo la justicia nos permitiría cimentar una nación propia —ahí están los documentos fundantes de Hidalgo, Morelos y el Congreso de Anáhuac que lo sostienen.
En el vaivén de las luchas internas e invasiones del siglo XIX y albores del XX, resolvimos la República frente al Imperio y dimos forma a un proyecto constitucional que hizo de la búsqueda de la igualdad el elemento aglutinador de nuestra sociedad. Con base en ello, construimos instituciones y accedimos al desarrollo, para pasar luego de la hegemonía política a la alternancia, la pluralidad y la democracia. Somos libres y democráticos, pero no iguales; aún tenemos un déficit importante de igualdad y de justicia que nos está poniendo a prueba una vez más.
Hoy, los nuevos olvidados hacen oír su voz con su silencio. Se abstienen en las elecciones, parecieran no sentir las convocatorias o los llamados a la participación ciudadana y muchos de ellos se van del país en busca de oportunidades. Constituyen una mayoría silenciosa que, no obstante, lucha y se esfuerza por mejorar su situación en un entorno desfavorable, ante la falta de empleo en serio, enfrentando la creciente violencia e inseguridad y muchos, además, padecen las carencias de lo esencial en una situación de pobreza lacerante.
Habrá futuro si tenemos éxito en crecer, fortalecer la cohesión y compartir los resultados de cualquier desarrollo. Es preciso que nos propongamos superar el pasmo de la falta de diálogo y de cooperación entre los actores sociales; pasar de la alternancia a la construcción de una nueva gobernabilidad basada en instituciones renovadas y un orden democrático con legalidad, certeza y apuesta por los derechos sociales. El siglo XXI podrá ser el siglo de la igualdad si, como apuntaba Octavio Paz, nos reconciliamos con nosotros mismos y con nuestra historia. Hagamos de las voces por un pacto de neutralidad que evite una confrontación irreductible, una oportunidad para reanudar el diálogo y ordenar a México. Evitemos ser fragmentados por la desigualdad, que no nos rebase la falta de imaginación, oportunidades y de esperanza.
Ello nos impele a proponer y forjar un nuevo acuerdo político y social para lograr la justicia, poner orden en nuestro país y concluir los grandes pendientes con nosotros mismos. Ordenar a México no significa necesariamente apelar a la fuerza ni a la simulación, sino sobre todo a la razón y a la inteligencia.
Tenemos historia y experiencias constructivas, algunas tan recientes como la etapa de reforma del Estado que con el concurso de todos, permitió resolver los agravios de una elección inequitativa en 2006.
Empecemos ya, asumamos la parte que nos corresponde en esta etapa de la vida nacional para superar lo adverso y devolverle a la gente la confianza en un mejor futuro, con empleo, estabilidad, seguridad y certidumbre.
Pongamos orden en la falta de cooperación en la política con una reforma del régimen que modernice el sistema presidencial mexicano, recupere la confianza y la participación de los ciudadanos y nivele las relaciones entre los poderes y los niveles de gobierno. Restituyamos la capacidad promotora y reguladora del Estado mexicano en nuestra economía. Volvamos a crecer y generar empleo. Fortalezcamos al gobierno con un gasto público eficiente y suficiente. Distribuyamos las oportunidades y los frutos de cualquier desarrollo con políticas públicas y del Estado mexicano, diseñadas para trascender el ir y venir de la gestión pública.
La sociedad, los nuevos olvidados y las generaciones de mañana nos exigen nutrirnos de la decisión y el ejemplo de quienes nos antecedieron para persistir, mediante el diálogo y los acuerdos, en la permanente construcción del México libre, justo, soberano y democrático que siempre hemos soñado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario