MIGUEL CARBONELL
En lo que va de sexenio hemos atestiguado la presentación de una serie de iniciativas que pueden, en conjunto, suministrar el marco jurídico necesario para sacudir a México y proyectar al país de forma decidida hacia el futuro.
Aunque de momento solamente se ha publicado la reforma educativa, ya están en ruta las modificaciones para fortalecer la rendición de cuentas y ampliar el alcance de la transparencia de la información pública, contar con un órgano nacional y órganos estatales encargados de combatir la corrupción, abrir la competencia en el sector de las telecomunicaciones, reducir el fuero de los altos funcionarios, exigir cuentas a partidos y sindicatos, etcétera.
Faltan todavía algunas iniciativas que, sin duda, no serán del agrado de todos, pero que tenemos que discutir con madurez y apertura: la energética y la fiscal.
México puede convertirse en actor central del mundo dentro de un par de décadas. Estamos ante la posibilidad objetiva de aumentar la calidad de vida de los mexicanos, siempre y cuando tomemos decisiones correctas. Lo primero que hay que hacer es mejorar lo más valioso que tenemos: nuestra gente.
Necesitamos ofrecer una educación incluyente y de calidad a nuestros jóvenes, de forma que estén preparados para los retos del siglo XXI. Eso significa que necesitamos que estén bien capacitados para un mundo que requiere el conocimiento del inglés y que se mueve fundamentalmente a través de internet. Necesitamos que las personas tengan buena salud, para que sean capaces de aprovechar al máximo sus vidas: para ello es indispensable una red de seguridad social que atienda con eficacia y calidad a enfermos y que se modernice tecnológica y financieramente.
Si los mexicanos tenemos buena salud y estamos bien preparados, podremos dejar atrás a muchos otros que no tienen tantas ventajas geopolíticas y naturales como nosotros.
Pero además de preparar y cuidar a nuestra gente, debemos aprovechar las riquezas que tiene nuestro entorno geográfico: tenemos petróleo y gas en abundancia, pero hay que saber explotarlo en las mejores condiciones. Eso significa que debemos reducir los costos de extracción, terminar con las prácticas corruptas que no son excepcionales en la industria energética y obtener los mejores precios en los mercados interno e internacional.
El salto de México hacia un futuro de mayor prosperidad requerirá de fuentes de financiamiento adicionales a las que hoy tiene el Estado. No nos engañemos: pagar buenos servicios médicos, equipar aulas y tener profesores bien pagados, construir carreteras, puertos y redes de comunicación para distribuir banda ancha a todas las comunidades exige que todos aportemos más a través de nuestros impuestos. Sería iluso pensar que podemos financiar el desarrollo que el país requiere sin hacer una transformación a la forma en que pagamos (o no pagamos, hay que decirlo con todas sus letras) impuestos en México.
La tan pospuesta y temida reforma fiscal debería empezar por lo más básico: que todos paguen lo que la ley señala. Puede parecer obvio, pero conviene repetirlo ya que estamos lejos de haberlo logrado. Abundan las prácticas de evasión y elusión fiscal, a veces con la complicidad de leyes mal redactadas y repletas de agujeros por donde se pueden escabullir empresas medianas y grandes. Gran parte de la economía informal del país simplemente no paga nada. Mientras un profesionista puede llegar a entregar casi la mitad de sus ingresos al fisco, los taxis piratas o los vendedores de contrabando están al margen de la legislación fiscal (salvo los “impuestos” informales que terminan en los bolsillos de sus adinerados líderes sindicales o gremiales).
Debido a mi carrera académica, viajo con frecuencia a otros países para dar cursos y conferencias. Llevo 15 años viajando con frecuencia y he visto la transformación de muchas naciones parecidas a la nuestra. Países sumidos en la mediocridad o en medio de una grave violencia son hoy destinos atractivos para las inversiones y han hecho enormes avances en educación. México no ha cambiado a la misma velocidad. En pleno siglo XXI negarse a cambiar no equivale a quedarse en el mismo sitio, sino a rezagarse de forma clamorosa. Por eso hay que celebrar que se planteen los cambios que el país necesita. Ojalá que se aprueben en los mejores términos y que México se decida a saltar con determinación hacia el futuro que nos está esperando. De nosotros depende.
*El Universal 21-03-13
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