martes, 26 de marzo de 2013

EL LENGUAJE DEL MITO*


JOSÉ WOLDENBERG

¿Está Hugo Chávez en vías de convertirse en un mito cultivado? El fervor en las calles, el anuncio de su embalsamamiento (al parecer cancelado), los discursos de su sucesor, su traslado al Museo Militar, la multiplicación de comentarios críticos y apologéticos no sólo en Venezuela sino en todo el mundo, parecen el preludio de un proceso de conversión de un político popular y autoritario en un ícono de las "aspiraciones de un pueblo", en una figura más allá del tiempo y del espacio, una ausencia presente que modelará buena parte de las energías y las pasiones políticas de su país. El hombre está en vías de dejar de ser hombre para convertirse en bronce, nostalgia, leyenda.

Chávez hizo que la renta petrolera, que durante décadas benefició a la cúpula de la sociedad, derramara sus beneficios a la base de la pirámide social. Puso en acto un resorte justiciero. Abatió los índices de pobreza, mejoró el acceso a la salud, multiplicó a la población que sabe leer y escribir. Logros para nada deleznables en una región del mundo en la que la insensibilidad hacia la desigualdad social es ancestral. No diversificó la planta productiva de Venezuela y subrayó su dependencia del hidrocarburo, pero se ganó la adhesión de franjas enormes de la sociedad venezolana con su política redistributiva y su retórica a favor del pueblo.

Se benefició, en un principio, del enorme descrédito de un sistema bipartidista (AD y COPEI) autorreferente, escindido de los sentimientos mayoritarios, e incluso del perdón a su intento de golpe de Estado; y luego, en los años iniciales de su gobierno, de una oposición hegemonizada por golpistas y después por abstencionistas, que llegaron al extremo de hacerle el "vacío" solo para ayudarle a que alcanzara la totalidad de los asientos en la asamblea legislativa.

Ha tenido además un enorme impacto en esa constelación diversa y abigarrada a la que por economía de lenguaje llamamos izquierda. Su resorte justiciero, su lenguaje exaltado y antiimperialista, su división del mundo entre revolucionarios y reaccionarios, tiene enormes reverberaciones en el Continente. Y las legiones de sus seguidores se multiplican no solo en Venezuela sino en toda América Latina. Expresan -hasta donde yo alcanzo a ver- una vieja concepción de las izquierdas por estos lares: la subordinación de prácticamente todos los valores a uno solo, la justicia social. Si ésta se despliega o se dice que se despliega (más allá de su sustentabilidad), todo parece estar permitido, incluso sacrificar o erosionar los valores democráticos. Y ya sabemos o deberíamos saber que cuando eso sucede, lo que se expande es el autoritarismo y la sumisión, el deterioro de las libertades y el silencio; los abusos, la indefensión.

Hay una retórica que seduce a cierta izquierda: la idea de que el pueblo es uno y sus enemigos múltiples. El primero es un bloque monolítico sin fisuras; compacto y portador de todos los valores. Y sus enemigos no son más que antipueblo, encarnaciones del averno, imbuidos de intereses perversos, siniestros. Si así se divide el mundo, no resulta mal que el pueblo erija a un caudillo que lo represente, a un hombre que lo conduzca a su propia salvación, que sea capaz de enfrentar, sin misericordia, a las fuerzas del mal.

Sobra decir que en ese relato el pluralismo, que de manera natural se expresa en la sociedad, es reducido a dos bandos irreconciliables. Los diferentes programas, ideologías, formaciones políticas, intereses, pero incluso las diversas sensibilidades y modos de ser, son opacados -incluso borrados- ante un esquema bipolar, maniqueo, reduccionista. Conmigo o contra mí, es el dictado del caudillo; porque desde su mirador no hay lugar para matices, gradaciones, diversidad de colores.

No es casual entonces la aparición de una letanía y una práctica autoritarias. Son la desembocadura "natural" de una visión que por interés o convicción simplifica el campo de la política. Hugo Chávez, desde la Presidencia, polarizaba con su discurso a la sociedad. Las alusiones a los otros no sólo eran descalificadoras (como suele suceder en todo terreno donde hay enfrentamientos) o críticas, sino denigratorias, desconociendo la legitimidad de la existencia de otros que no comulgaban con sus proclamas y políticas. Por ello, acosó a los medios de comunicación, vulneró a los otros poderes públicos, legisló por decreto, trató de construir un ejército faccioso. Entendió bien que el discurso redentorista tiene siempre tintes religiosos y por ello no tuvo empacho en equipararse a Cristo; una figura más allá de la historia capaz de llevar a su grey a una especie de paraíso terrenal.

No obstante, la historia está abierta diría Perogrullo, y en Venezuela subsiste un ordenamiento republicano, rutinas electorales y en el espacio público otras organizaciones y redes, de tal suerte que mucho está por escribirse. A fin de cuentas, como decía Henry Bech, aquel alter ego de John Updike, "el mundo ha sobrevivido a todos sus salvadores" (El libro de Bech).

*Reforma 21-03-13

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