martes, 14 de agosto de 2012

LA NORMALIZACIÓN Y EL PASMO


RODRIGO MORALES MANZANARES

Las recientes designaciones de los coordinadores parlamentarios del PRI y del PAN en ambas cámaras abonan a la normalización de la vida política. En primer lugar porque es una manera de acatar el mandato de las urnas y recordarnos por la vía de los hechos que el mes pasado votamos en muchas boletas y para elegir muy diversos cargos. Los poderes se van configurando, la política no se paraliza.
En el caso del PRI, los nombramientos parecen privilegiar el perfil de la negociación, asumen la necesidad de buscar acuerdos, y las coordinaciones recaen en personajes que no provienen del círculo íntimo del candidato presidencial. Es un primer gesto de pragmatismo. La nueva agenda legislativa ya tiene conductores.
Por lo que hace al PAN, las designaciones, si bien no resuelven todas las tensiones que atraviesan a ese partido, sí las encauzan. Sin duda que la reflexión interna que deberá emprender dicho partido tendrá que ir más allá de lo ocurrido en la reciente jornada electoral, y deberá encontrar explicaciones más alejadas de la coyuntura y, ojalá, poco ancladas en las personalidades. Por supuesto que los nombramientos solamente dan respuesta a la necesidad inmediata de empezar a trazar la nueva agenda legislativa (lo cual no es irrelevante), y quedará pendiente todo lo demás.
En todo este proceso de balances internos y primeras definiciones de los partidos a partir de lo ocurrido el primero de julio, sin duda se extraña la presencia de la izquierda. Aun cuando en los hechos el único agravio que se reclama está en la boleta presidencial, y se asumen como válidos y legales todos los demás resultados, no ha habido definiciones políticas en cuanto a las otras boletas.
Y las definiciones en cuanto a los mandatos no son menores. Se trata de trazar las prioridades legislativas a partir del reconocimiento de la fuerza propia; de apuntar las nuevas relaciones que como fuerza política tendrán con sus pares; en fin, de definir cuál será la inserción institucional de la izquierda y su papel en la confección de la nueva agenda pública del país. Frente a todo ello, lo que parece dominar es el pasmo y la silenciosa espera a las definiciones del líder. Curiosa manera de proceder.
Para casi todos, el guión está definido. La única justicia posible para AMLO es la que él mismo ya construyó: la elección se tiene que anular, cualquier otra consideración será un alegato leguleyo. Que si la fiscalización no se puede acelerar, que si los agravios son inoperantes, que si las pruebas no prueban nada, que si las causales son inexistentes, que los plazos, que si los escritos, etcétera, todo ello formará parte del mismo y conocido arsenal: las leyes e instituciones, sus formalidades y reglas sólo sirven cuando coinciden con AMLO, cualquier discrepancia es evidencia del complot. La única prueba que tiene que ofrecer AMLO es su palabra. No hay sorpresas.
Lo que hay, de mi parte, es desencanto. Mientras las otras fuerzas políticas han ensayado sus propias autocríticas, balances, definiciones, la izquierda sigue agazapada en espera del gesto del caudillo. Los demás no parecen dispuestos a perder el tiempo, la izquierda insiste en dilapidarlo.

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