GENARO DAVID GÓNGORA PIMENTEL
Serían los últimos años de la década de los cuarenta. Mi hermano Raúl y yo pasaríamos ya de los quince años. Vivía la familia Góngora en Ensenada, que era entonces un hermoso lugar. Un bello puerto. Con toda ignorancia las aguas del drenaje de la ciudad desembocaban en el mar, en frente de la playa en donde nadábamos los jóvenes y, si acaso, algunos turistas. Unos pocos barcos pesqueros, pequeños se mecían en la pequeña bahía.
Mi padre trabajaba en una tienda que surtía refacciones y otras cosas para los barcos. Todo lo que vendía debía traerse de los Estados Unidos y, por esa razón, con cierta regularidad manejaba en su automóvil rumbo a San Diego, a menos de dos horas. Algunas veces nos llevaba de compras, lo que nos agradaba mucho, porque comíamos en algún restaurante norteamericano y podíamos pedir leches malteadas.
En el viaje que ahora recuerdo, los dos, diría yo “niños” pasamos al asiento trasero, porque a mi papá lo acompañaba el único abogado de Ensenada, así de pequeña era la ciudad, ¡solamente tenía un abogado!, se trataba de don Alejandro Athie. Don Alejandro gozaba de prestigio, era respetado por todos. En aquella ocasión platicando con mi padre le comentó que era el abogado del General Rodríguez, dueño de las pesqueras que enlataban los productos del mar. Las pesqueras se encontraban en un lugar cercano a la ciudad al que se le conocía con el nombre de “El Sauzal”.
Don Alejandro un hombre delgado, articulado en su lenguaje, le comentaba a mi padre:
—Si viera don Genaro, a mí no me gusta mi profesión. Si bien nunca voy a dejar de ser abogado litigante; me gustaría ser Ministro de la Suprema Corte de Justicia—.
—Y ¿por qué no es? Preguntó mi padre—.
—Don Genaro, para lograrlo necesita usted ser amigo del Presidente de la República y a mí ni siquiera me conoce—.
—Le decía, continuó don Alejandro, que no me gusta mi profesión. Mire, tuvimos un asunto en el que fui consultado. Ahora ese asunto está en la Suprema Corte de Justicia y les hablaron para pedirles una fuerte cantidad de dinero con la promesa de que la sentencia de la corte sería favorable. Me preguntaron y les aconsejé pagar—.
Esa fue la primera vez que escuché hablar de la Suprema Corte de Justicia que un día habría de presidir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario