miércoles, 6 de febrero de 2013

REFORMISMO O IRRESPONSABILIDAD*


MARÍA AMPARO CASAR

Cinco de febrero. Aniversario de la Constitución. Conviene echarle un ojo a las reformas y sus efectos y tratar de desentrañar qué nos dicen. Los datos no mienten: 96 años de Constitución, 206 decretos de reforma constitucional, 555 artículos modificados. Pero, ¿de qué hablan estas cifras?

Entre otras cosas, de los cuentos que nos contamos. Primer cuento: los políticos mexicanos no se saben poner de acuerdo, particularmente desde que se cambió el sistema electoral y se decidió poner en manos de los electores la decisión de otorgar o no al partido del Presidente la mayoría en el Congreso. O sea, desde 1997. Si se quiere, desde 1982 en que la pluralidad en el Congreso comenzó a crecer. Pues mire por dónde. De todos los decretos de reforma constitucional, más de la mitad se han expedido en los últimos 30 años. Más aún, de los 206 decretos, 67 o el 33% fueron logrados en los últimos 15 años, precisamente a partir de que surgieron los famosos gobiernos sin mayoría y a quienes se culpa de que las reformas no pasan. En los 15 años anteriores los gobiernos del PRI, con todo y sus mayorías y el poder de su firma, no solo pasaron menos reformas (39 decretos o sea el 19%) sino que dejaron en el olvido las famosas reformas estructurales.

Otra cosa es si en lo que se ponen de acuerdo los legisladores es lo que le conviene a México o siquiera, sensato. Y no siempre es así. La política no se trata solo de números, ni la producción legislativa puede juzgarse por la cantidad de reformas que se aprueben. Una sola reforma puede ser más importante que una treintena de ellas. Pero lo que sí sabemos es que ni el número ni la relevancia de las reformas están en función de que un partido tenga la mayoría.

Aquí viene el segundo cuento. Hay una extraña y difundida creencia de que si se reforma la Constitución se reforma en automático la realidad. De ahí que se celebre y anuncie con bombo y platillo cada nueva reforma. Los datos tampoco avalan esta creencia. Ha habido, desde luego, reformas muy trascendentes, pero muchas que creíamos que lo eran no han pasado más allá del papel. En el artículo que circula en la Revista Nexos de febrero (Parálisis o Fetichismo constitucional, www.nexos.com.mx) me preguntaba, por ejemplo, si mejoró la producción en el campo o se elevó la calidad de vida de los campesinos como efecto de la reforma salinista al ejido; si la reforma a la seguridad y justicia ha hecho avanzar el acceso a la justicia o agilizado los juicios; si la modificación del título IV de la Constitución ha obstaculizado el tráfico de influencias o la malversación de fondos; si la prohibición constitucional de los monopolios los ha impedido; si la obligatoriedad de la educación media superior la ha garantizado como un derecho o, al menos, ha tenido efecto para ampliar la oferta educativa; si el poder de las televisoras disminuyó como efecto de la prohibición de la venta de espacios a partidos y particulares.

La respuesta es no y la siguiente pregunta relevante es por qué. Por qué tantas reformas y por qué su potencial transformador no se materializa. Una posible respuesta a estas preguntas es: porque los legisladores piensan -aunque las encuestas lo desmientan- que un mayor número de reformas aprobadas abona a su prestigio o cuando menos justifica su trabajo. Otra, más importante, es porque pasar reformas no compromete a nada, ni siquiera a cumplir con la emisión de las leyes reglamentarias necesarias para que operen.

Mi hipótesis es que las reformas constitucionales son abundantes porque el costo de aprobarlas es muy bajo y porque los propios legisladores no se hacen cargo ni de sus implicaciones ni de su viabilidad. Porque les agrada la idea de venderse como progresistas y abanderados de las mejores causas aunque sepan que buena parte de las reformas serán irrealizables.

Porque los reformadores, como escribió el ministro Cossío, "no asumen la obligatoriedad de una reforma constitucional", porque las reformas "no se asumen como parte de algo que deba suceder, algo sobre lo que se deban asignar recursos algo sobre lo que deban generarse conductas". Al promulgarlas se prenden los reflectores y se acaba la chamba. Constituir el mundo normativamente sin hacerse cargo de la realidad es muy cómodo.

A cuatro años del centenario de la promulgación de la Constitución de 1917, bien valdría la pena pensar no solo en cómo remediar este fetichismo constitucional y esta irresponsabilidad reformista sino también explorar la idea de producir un nuevo texto más coherente, articulado y funcional. Un texto que no solo adorne sino que obligue.

*Reforma 05-01-13

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