MIGUEL CARBONELL
El pluralismo político es algo muy sano en un régimen democrático. La posibilidad de elegir entre varios proyectos de país robustece la participación ciudadana y le otorga sustancia a cualquier proceso electoral. Es algo que siempre se debe apoyar.
Pero en México parece que estamos a punto de irnos a un extremo del que quizá no obtengamos muchos beneficios. El IFE está tramitando la solicitud para que sean creados 52 nuevos partidos políticos. Algunas peticiones ya están siendo desechadas, por incumplir manifiestamente con los requisitos que exige la legislación, pero la enorme mayoría sigue adelante.
Los hay para todos los gustos. Algunos incluso son copia de antiguos partidos que tuvieron en su momento el registro como tales y lo perdieron por falta de apoyo popular (es el caso del Partido Demócrata de México, el tristemente célebre PDM).
Ha solicitado el registro una agrupación que propone llamarse "Partido Unificador de Estados Democráticos Evolucionarios y Nacionalistas", cualquier cosa que ello signifique. También lo ha hecho la "Asociación de Profesionistas y Profecionales (sic) de Servicios Comunitarios", quienes en caso de obtener el registro seguramente dedicarán parte de sus recursos a tomar clases de ortografía.
Hay igualmente una propuesta para crear el "Partido Humanista", el "Partido Universitario de México", el partido "Pueblo Republicano Colosista" y el "Partido Demócrata Migrante Mexicano".
Los demás andan en un canal parecido, salvo un par de ellos, que parece que sí representan a un sector de la ciudadanía suficientemente amplio como para poder competir en los siguientes procesos electorales (me refiero a Morena y a Concertación Mexicana).
Uno se pregunta si ese tipo de respuestas serán adecuadas para superar el actual abismo que existe entre la ciudadanía y sus representantes populares.
En todas las encuestas aparece la marcada desconfianza que le tenemos a los representantes populares: confiamos menos en un diputado que en un policía y todavía menos en los representantes de un partido político. De forma más marcada e intensa dicha desconfianza aparece entre los jóvenes, que se sienten muy poco afectos a los partidos existentes y en general a la clase política nacional.
Ese problema existe y sería inútil negarlo. La pregunta importante es si para superar ese problema la mejor solución es darle el registro a organizaciones con dudosas credenciales democráticas, cuyo principal objetivo seguramente será participar del generoso régimen de prerrogativas económicas que acompañan al registro como partidos.
El IFE, por supuesto, se encuentra entre la espada y la pared, ya que si dichas organizaciones cumplen con los requisitos que marca la ley estará obligado a darles el registro. No se trata, por tanto, de un problema de la autoridad electoral, sino de una cuestión que debe resolver en primera instancia la propia ciudadanía.
¿Vale la pena apoyar a esas organizaciones para que se conviertan en nuevos partidos? ¿La democracia mexicana necesita que en las boletas electorales del 2015 aparezcan quince o veinte o cuarenta nuevos emblemas de los partidos que están tramitando su registro?
La solución no parece fácil. Por un lado hay que promover el pluralismo y permitir que los ciudadanos voten a un abanico amplio de ofertas electorales. Por otro lado es evidente que muchos de los nuevos partidos serán franquicias al servicio de sus fundadores, con el propósito descarado de obtener recursos públicos para enriquecerse. Es probable que los partidos que finalmente obtengan el registro susciten la misma frustración que hoy sienten muchos mexicanos por los partidos que ya existen.
En todo caso, lo que hay que exigir siempre es que se asegure un funcionamiento interno democrático, que los derechos de la militancia están adecuadamente garantizados (en ello tienen mucho que decir los tribunales electorales) y que las agendas de cada partido sean claras respecto a los grandes temas nacionales.
De esa forma podremos al menos evitar que los partidos sean controlados por una familia o que vendan su proyecto político al mejor postor (de ambas cosas hay ejemplos bien conocidos en el panorama político nacional).
Ojalá que a la luz del proceso de registro que se está llevando a cabo ante el IFE, los ciudadanos pensemos y discutamos a profundidad el modelo de sistema de partidos políticos que el país necesita. Lo peor que podemos hacer es dejar ese tema en manos solamente de los políticos profesionales, ya que están acostumbrados a servirse con la cuchara grande, a costa del dinero de los contribuyentes. Por tanto: nuevos partidos sí, pero que lo sean de verdad y no meros membretes.
*El Universal 21-02-13
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