MIGUEL CARBONELL
Dentro de cuatro años nuestra Constitución cumplirá 100 años. El presidente Peña Nieto acaba de firmar un acuerdo por el que se crea una Comisión de Académicos y miembros de la sociedad civil que tendrá la encomienda de organizar los festejos, los cuales deberán ser a la vez retrospectivos (para entender de dónde venimos en materia constitucional) y prospectivos (para saber hacia dónde queremos ir).
EU hizo una gran celebración en 1987 con motivo del bicentenario de su legendaria sonstitución. Los trabajos de ese festejo estuvieron encabezados por quien había sido presidente de su Suprema Corte, Warren Burger. Fue un momento conmemorativo que dejó una honda huella en la memoria colectiva norteamericana. Nuestra propia celebración no puede quedarse atrás.
El México del siglo XXI no puede entenderse sin la Constitución de 1917. Cada paso que hemos dado como país ha estado acompañado por sucesivas reformas constitucionales; hoy queda poco del texto original, como nos lo recordaba Diego Valadés en un seminario en la UNAM, pero si rastreamos la ruta de las reformas a la Carta Magna veremos una línea de anhelos, luchas, ilusiones, aspiraciones y proyectos. Unos se pudieron ir cumpliendo; otros fueron derogados antes de que pudieran ponerse a prueba.
La Constitución cambia a gran velocidad. Van más de 200 decretos de reforma constitucional que le han cambiado la estructura a nuestra Constitución en casi todos los aspectos concebibles. Venustiano Carranza no la reconocería si saliera hoy día de su tumba. Hay un artículo (el 73) que ha sufrido más de 60 modificaciones y no son pocos los que llevan más de 10 reformas cada uno.
Muchos cambios se le han hecho y muchos seguramente se le seguirán haciendo. Simplemente hay que considerar que el Pacto por México plantea al menos dos decenas de modificaciones constitucionales. En el Congreso esperan turno de dictamen y votación centenares de iniciativas de reforma: cada legislador que llega al Congreso quiere dejar su propia huella en la Constitución, como si con ello fueran a pasar a la historia.
Lo cierto es que hace falta un enorme esfuerzo para difundir los contenidos constitucionales. Pese a los discursos oficiales, lo cierto es que pocos mexicanos conocen su Carta Magna. Menos de 10% dicen conocerla, según una encuesta levantada en 2011 por la UNAM. ¿Cómo podemos aspirar a que una norma se cumpla si ni siquiera es conocida por sus destinatarios?
Nos quedan cuatro años para llegar a los festejos del centenario. Es el mejor momento para plantearnos qué queremos que sea nuestra Constitución, porque de esa manera en el fondo nos estaremos preguntando por el modelo de país que anhelamos.
La Constitución de un país es importante porque contiene el catálogo de derechos que tienen sus habitantes y porque define su forma de gobierno. En realidad, un texto constitucional es fiel reflejo del grado de civilidad que rige dentro de una nación. Es un termómetro civilizatorio.
Hay quienes dicen que debemos caminar hacia una nueva Constitución; otros estiman que hacen falta reformas más o menos profundas. Nadie sostiene que se quede la Constitución como está. Esa tendencia a seguir reformando la Constitución es interesante, ya que por un lado nos demuestra la imperfección del texto, pero por otra parte nos pone ante la evidencia de que nos seguimos tomando el serio su papel y su función. Sólo se busca modificar aquello que sigue siendo relevante. Las propuestas de reforma constitucional son prueba de que la Constitución está hoy más viva que nunca.
El reto es que sea conocida por todos y que en efecto sus disposiciones tengan plena aplicación para autoridades y ciudadanos. No se trata de tener una Constitución decorativo, sino que hay que intentar que su texto sea una poderosa palanca normativa para lograr los cambios que nuestro país reclama con urgencia. Ojalá para cuando lleguemos a la celebración de su centenario estemos más cerca de ese ideal compartido, para tener una mejor Constitución y de esa forma estar en posibilidad de tener un mejor país.
*El Universal 07-02-13
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