viernes, 21 de octubre de 2011

¿HACIA DÓNDE VAMOS?

DIEGO VALADÉS

Como si el país viviera la plenitud de su gobernabilidad democrática, parecemos más interesados en discutir las figuras presidenciables que en analizar la caduquez de la institución presidencial. Empero, lo que debería preocuparnos es la Presidencia misma, cuya estructura arcaica no se remedia con personas.
El sistema presidencial mexicano no se ha renovado y sus defectos institucionales se podrán exacerbar con motivo del proceso electoral venidero. Las condiciones de gobernabilidad del país estarán muy comprometidas después de una campaña que augura duros enfrentamientos verbales. Las estrategias están centradas en el día 1º de julio del 2012, sin prever lo que sucederá después de esa fecha. Los partidos se aprestan a la contienda y convocan a la unidad como estrategia electoral, no como objetivo de gobierno; como amalgama de intereses, no como identificación de principios; como instrumento para vencer al adversario, no para compartir el poder; como acción política, no como proceso institucional.
La pugna electoral es efímera pero sus efectos de animosidad pueden ser duraderos. Si no se toman medidas oportunas, se corre el riesgo de que la lucha continúe incluso cuando los comicios hayan acabado. Hasta ahora no existen dispositivos institucionales para gobernar una sociedad plural ni para propiciar una convivencia política constructiva después de las elecciones. En cambio, prospera un discurso seco y excluyente. Se olvida que el lenguaje extremo es peligroso en un país al borde de la ira.
Ante la perspectiva de que la ciudadanía decida no entregar la mayoría del Congreso a un solo partido, habría tres grandes opciones: suprimir la representación proporcional e integrar el Congreso mediante elecciones mayoritarias, incluyendo la segunda vuelta; adoptar la llamada "cláusula de gobernabilidad", o disponer de mecanismos que, sobre la base de un proyecto de gobierno compartido, permitan integrar una mayoría compuesta por miembros de diferentes partidos. Muchos pensamos que esta última es la modalidad que mejor refleja el pluralismo democrático, y que la racionalización del sistema presidencial es posible contando con instrumentos que faciliten las coaliciones de gobierno.
A un grupo de personas de los ámbitos académico, mediático y político nos ha interesado conocer la posición que sobre ese tema tienen las ocho personas con mayores posibilidades de alcanzar la Presidencia. Les formulamos un cuestionario muy concreto: qué prioridad le otorgan a la reforma del régimen de gobierno; si estarían de acuerdo en someter el programa de gobierno y la ratificación de los integrantes del gabinete a la aprobación de los representantes nacionales; si aceptarían que sus colaboradores, o por lo menos uno de ellos, fuera responsable ante el Congreso, y si integrarían un gobierno de coalición con un pacto legislativo.
Si esas medidas fueran adoptadas desde ahora, y entre las previsiones de los partidos y de sus candidatos estuviera la de una coalición de gobierno, es probable que la campaña que se avecina sería menos acre. Pero ya se ha visto la dificultad de alcanzar un consenso incluso sobre una reforma institucional tan benigna para el régimen de partidos y para la estabilidad institucional como la que está detenida en la Cámara de Diputados, de manera que una de mayor calado como la que implicaría una respuesta positiva a las preguntas que planteamos, se antoja más o menos remota, hoy. El 2 de julio será otra cosa.
Es crucial que los partidos y sus potenciales candidatos estén conscientes de que no bastará con vencer el 1º de julio, porque cuando solo uno de ellos triunfe y se enfrente al desafío de gobernar, le costará mucho serenar los ánimos de una sociedad escindida por las pasiones; le será difícil contar con el apoyo de aquellos que lo denostaron y a quienes a su vez viene de agraviar, y le resultará cuesta arriba gobernar en solitario. Un gobierno minoritario no es democrático; ni siquiera es eficaz. Éste es el problema de un sistema presidencial diseñado para ejercer el poder hegemónico.
En 2012 la disyuntiva será colisión o coalición. Algunos no lo ven; viéndolo, no lo entienden, o entendiéndolo, no lo aceptan. Peor para todos nosotros. Si dos sexenios fracasados no han sido suficientes para ilustrar a nuestros dirigentes, habrá que sufrir otro más de adversidad para la equidad social, para la paz pública y para el desarrollo económico de nuestro maltrecho país. Espero que no vayamos hacia allá.

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