JULIO JUÁREZ GÁMIZ
En febrero pasado escribía en este espacio acerca del caso de la ciudadana francesa Florence Cassez, detenida y juzgada en México en diciembre de 2005 por el delito de secuestro, con motivo del rechazo de la Suprema Corte a la apelación que sus abogados hicieran de la sentencia que la condenó a 60 años de prisión. El caso escaló a la agenda internacional por, entre otras cosas, el desaseo judicial en la detención de Cassez y de su entonces pareja, Israel Vallarta. Su detención mostró la obsesión del gobierno de Vicente Fox para recortar la realidad y hacerla caber en una pantalla de televisión. En el plano político y comunicacional, las acciones del director de la hoy extinta Agencia Federal de Investigación, Génaro García Luna, para mostrar en los noticieros la aprehensión ‘en vivo’ de ambos secuestradores 24 horas después de su detención.
El manoseo mediático en la televisión mexicana sacó de sus casillas a los franceses que hicieron todo lo posible por repatriar a quien, argumentaron, había sido usada como chivo expiatorio en un sistema bananero de administración de justicia. En México fueron muchas las voces que cuestionaron la impartición de justicia ‘a la mexicana’ y la denegación del debido proceso a Cassez.
No sirvió de mucho puesto que, al final, su culpabilidad fue ratificada en la última instancia de su juicio. Habría que agregar la torpe incursión del presidente francés Nicholas Sarkozy quien, en febrero de 2011 en visita de Estado en nuestro país y a pesar de la atenta solicitud de abstenerse a mencionar el tema, hiciera un llamado a la liberación de su paisana en el pleno de la Cámara de Senadores durante una sesión solemne organizada en su honor. El hecho marcó el principio del final para la causa a favor de Cassez y ésta terminó siendo pelota de ping pong en sendos desencuentros diplomáticos entre México y Francia en los meses posteriores.
Vea usted los ingredientes narrativos de la historia que llevaron el caso Cassez a las primeras planas de, principal pero no únicamente, medios en México y Europa. Una relación amorosa, un mexicano que abusó de la inocencia propia de una extranjera de visita en el retorcido país de las maravillas judiciales, un acto criminal que puso en riesgo la vida de tres personas, entre ellas un menor de edad, un agarrón diplomático que sacó a flote lo peor de la soberbia francesa y del patrioterismo mexicano.
Revisando la cobertura de la prensa nacional era común encontrar adjetivos que resaltaban las características físicas de la detenida. Una aproximación periodística enmarcada por la ‘belleza criminal’ de una extranjera.
Y todo viene a cuento por la reciente conclusión de un caso aun más dramático en donde, de nueva cuenta, los medios internacionales se dieron gusto cocinando un platillo aun más esponjoso para el paladar de las audiencias. El 2 de noviembre de 2007 en la pequeña ciudad de Perugia, Italia, apareció muerta de tres cuchilladas en el cuello la joven británica Meredith Kercher. Las primeras investigaciones de la policía italiana apuntaron hacia un joven italiano, Raffaele Sollecito, y su novia estadounidense, Amanda Knox, quien compartía departamento con Kercher. Nuevamente el cliché de la ‘bella criminal’ y la voracidad de los medios italianos, británicos y estadounidenses por cocinar una historia de amor, perversiones sexuales y misterio. Tanto que, al final del día, la justicia italiana emuló los devaneos judiciales de la AFI foxista.
Tras un juicio literalmente atesado de paparazzis, Sollecito y Knox fueron declarados culpables, con sendas condenas de 25 y 26 años respectivamente, en diciembre de 2009. Otro sujeto involucrado, Rudy Guede, decidió someterse a un juicio expedito obteniendo una condena de 30 años por el delito de homicidio. A pesar de ello, la historia de cómo había sido asesinada Meredith Kercher seguía sin convencer a nadie. Rondaban versiones apócrifas desde que entre los tres culpables la habían obligado, con fatales consecuencias, a una sesión de sexo salvaje, o sugiriendo que se había tratado de un simple robo con un final desproporcionado. La historia no cuadraba y la evidencia principal para inculpar a Sollecito y Knox consistía en pruebas de DNA que mostraban rastros de ambos en un cuchillo de cocina hallado en la historia del crimen y en un broche del sujetador de la víctima. La fiscalía italiana no hayo evidencias de violación por lo que la historia se perdía en elucubraciones fantásticas de la prensa británica, estadounidense e italiana. Todos, sin embargo, remachaban el cuento de la belleza mortal y capacidad manipuladora de Amanda Knox. Un cliché gringo actuando en vivo para millones de televidentes en dos continentes.
Y ahí se mezclaban las aguas de dos retratos mediáticos contrapuestos de Knox: la perversión contra la inocencia. La ‘luciferiña’ o ‘mujer diablo’ como fue llamada en algunos momentos del juicio. La historia terminó, si es que a nivel personal estas cosas terminan alguna vez, con un cambio de tuerca que dejó en la peor de las incertidumbres a los familiares de la víctima. Knox y Sollecito lograron revertir la sentencia tras una exitosa apelación y salieron libres de toda culpa por la muerte de Kercher el pasado 5 de octubre, casi cuatro años después de haber sido aprhendidos. A diferencia del caso de Cassez, los gobiernos de los tres países fueron mucho más cuidadosos de meter las manos a los juzgados. Acaso Berlusconi celebrase el revés a la fiscalía para poner en entredicho la autoridad moral del poder judicial ahora que él se ha convertido en visitante frecuente de los juzgados de su país.
Las similitudes en la narrativa de la ‘belleza mortal’ son, sin embargo, sorprendentes. Un guión de película barata que hace de la impartición de justicia un acto divino que castiga o premia a las mujeres por su apariencia física o sus atributos personales. Una ramplona historia de amor y deseo pero nunca de justicia. Mal por la imprecisión del sistema judicial italiano, peor por la justicia de noticiero a la mexicana.
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