lunes, 24 de octubre de 2011

KEYNES EN EL ANÁHUAC

ROLANDO CORDERA CAMPOS

De repente, el jueves por la mañana, los noticiarios anunciaron que el mundo estaba en peligro y que su estabilidad afrontaba renovadas olas de irresponsabilidad gubernamental: la décimo quinta economía del mundo había sido puesta en la picota por un grupo de veleidosos diputados, encabezados por el PAN y el PRI, quienes decidieron duplicar el déficit fiscal para 2012 y poner a México al borde de las descalificaciones de Standard and Poors y asociados.
La inesperada audacia de esta comandita legislativa, se llevó a extremos inauditos: decretar el aumento de la plataforma petrolera de exportación y devaluar la moneda nacional. Rebelión de las masas, rendición de las elites tecnocráticas, irrupción del populismo: todo y eso más podía esperarse al despuntar el 20 de octubre.
Nada qué temer al día siguiente. En un acto de prestidigitación digno del Guinness, los diputados anunciaron que con el aumento del déficit de 0.2% a 0.4% del PIB para 2012, la economía crecería por debajo de la previsión hecha por el gobierno con base en los modelos de la Secretaría de Hacienda, y que la bolsa a repartir no rebasaría los 80 mil millones de pesos, dentro de un presupuesto superior a los tres billones.
La religión del déficit cero establecida como ley de hierro en 2006, queda a salvo, los precios apenas crecerán y la economía se adecuará a los dictados de la economía mayor del Norte, de cuyo desempeño se espera poco o nada. Nada de peces por multiplicar.
Aquí no ha pasado ni pasará nada, pues, tal vez porque en este sentido todos en efecto seamos guadalupanos. La rebatiña de los centavos queda a buen resguardo y los mandones de las entidades federativas pueden sentirse tranquilos. Todos a sus bases, al acomodo nacional donde la resignación se ha vuelto cultura: el estancamiento estabilizador da para todos, siempre y cuando se reconozca el lugar de cada quien y nadie ose saltarse las trancas.
Este curioso keynesianismo con los ojos al revés, supera la tradición inaugurada hace unos años por nuestro peculiar pluralismo que ha llevado a aprobar por unanimidad la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos de la Federación sin que, por otro lado, nadie rinda sus banderas políticas. Se trata de una sublimación del ambiente político que, incapaz de plantearse las cuestiones cruciales de un país cuarteado, opta por simular un consenso pero no para encarar los poderes de hecho, en sus abusos y ganancias exorbitantes, sino para avalar la reproducción de un régimen de dominio político y económico que, ostensiblemente, no puede garantizar la gobernanza y la eficacia que el pluralismo promete y de las cuales depende su legitimidad.
Si hubiere que insistir en la necesidad de cambiar el régimen político, este desempeño de los diputados sería un argumento adicional para hacerlo. No puede haber una economía nacional que, en medio de una globalización caótica como la actual, pretenda vivir y autodeterminarse democráticamente a partir de una fragilidad política tan flagrante.
Cuando hablamos de cambio de régimen podemos hacerlo en varias claves y a diferentes velocidades. Es claro que el régimen económico resultante del cambio estructural globalizador no ha estado a la altura de sus promesas modernizantes ni de las necesidades y carencias nacionales. De aquí la justificación del reclamo de un cambio de rumbo en la política económica y la estrategia de desarrollo. Sólo la necedad alimentada por el acomodo bien lubricado por los centavos puede insistir en que con las “reformas que tanto necesitamos” se va a salir adelante del pasmo productivo y de empleo en que estamos sumidos.
Sin embargo, lo que el comportamiento de los traviesos boy scouts de San Lázaro pone sobre la mesa es una falla mayor en el formato de la política representativa que resultó del pluralismo inaugurado en el último tercio del siglo pasado, distorsionado hasta límites insólitos por su colonización por parte de los llamados poderes fácticos. Con el despegue de la lucha sucesoria, las cosas no siguen igual sino que se agravan, si atendemos a sus primeros excesos, protagonizados por algunos de los comparecientes ante los jerarcas y negociantes de la radio y la televisión. En particular la del ex gobernador mexiquense.
La política y los políticos no pueden asumirse como tributarios de ese u otro poder del dinero, sino como los mandatarios, o aspirantes a serlo, de una ciudadanía diversa y no regimentada por credo alguno. De esto depende, en el propio capitalismo, la posibilidad de mantener o refundar una república como la que México reclama con urgencia.
Nadie puede negar la importancia estratégica de los medios de comunicación de masas. En una sociedad grande y urbana, la democracia de plaza y ágora puede mantenerse como consigna histórica pero es claro que las cosas de la política se deciden en lo fundamental de otro modo. De aquí la futilidad de hacer de la relección un tema decisivo o crucial, de principios o fe democrática.
La intermediación del dinero y la mediación intencionada de los medios de masas constituye una variable determinante que la reforma de la política debe considerar y asumir expresamente, para encauzar su poder al servicio de la democracia. De otra suerte, se acepta de antemano la rendición de la política y de la democracia misma ante el dinero y la influencia concentrada.
Lo que tenemos ante nosotros es una acción preventiva, a la vez que agresiva, de esos grupos de poder concentrado, constituidos y legitimados por su riqueza y la aceptación y celebración que de ella hacen junto con gran parte de la sociedad. No se trata de una circunstancia única en el mundo o la historia, sino de una tendencia de las sociedades capitalistas donde no reina ni puede reinar la libre competencia, ansiada por tantos profetas de la futilidad económica y política, disfrazada de ingenuidad adulta.
No son, sin embargo, tendencias fatales, sino constelaciones de fuerza y poder que el Estado y la sociedad pueden modular y someter a los dictados y normas de la convivencia democrática. Así lo hicieron los Roosevelt en Estados Unidos y así lo hizo el presidente Cárdenas frente al poder trasnacional y los levantiscos plutócratas regios.
Así va a tener que hacerse ahora si, en efecto, se quiere conservar la democracia y sacar a la economía del estado lamentable en que se encuentra.
El cambio de régimen en la economía nos lleva sin remedio a plantearnos el cambio de la política, porque, como ocurre en toda crisis mayor, como la actual, es imposible separarlas. Poner la política al mando del cambio económico es vital, pero para que esto fructifique y nos permita salir del pantano, es indispensable cambiar el régimen cuidando que con esto no vayamos a echar al niño con el agua sucia de la bañera, como lo hicieron los neoliberales de fin de siglo.
De aquí la importancia de poner por delante el programa y el compromiso, sin temerle a la ideología ni renunciar a los veredictos de la historia.

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