ROLANDO CORDERA CAMPOS
Al observar las tribulaciones de Barack Obama ante la gran división que los ululantes de la derecha estadunidense quieren convertir en hoyo negro, uno tiene la tentación de emular a algún Sherlock Holmes tlahuica y exclamar: ¡Elemental!, la crisis económica es política”. Y cosa igual puede decirse luego de registrar las idas y venidas del egoísmo teutón o la frivolidad no menos pichicata de Nicolas Sarkozy. Para no hablar de los disminuidos gobiernos de la península, donde manda la rendición disfrazada del triste lamento de José Luis Rodríguez Zapatero, quien cree y proclama haber salvado a la patria al rendirse sin mayor trámite ante los mercados que había presumido poner en orden. Es la política, pues, dirían el doctor Obvio y sus discípulos.
Entre nosotros, a pesar del sopor que se ha adueñado del intercambio publico, es en la política y en las formas de gobierno donde habremos de encontrar las claves para capear la tormenta ártica y empezar a trazar un nuevo curso. Sin abordar el reto que ambas, política y gobierno, le han planteado al país y su democracia en estos años de descontrol cupular y empobrecimiento popular, no se destrabará la economía política que nos heredara el cambio estructural y que hoy se resume en un estancamiento que ha dejado de ser estabilizador para volverse remolino que no nos alevanta sino nos hunde con los días.
No hay ni habrá solución instantánea o milagrosa a la crisis actual. Su agresiva secuela se ha dibujado a lo largo de este año, que muchos veían como el despegue que afianzaría la recuperación de 2010. Lo que hay y viene es más turbulencia e incertidumbre y más voracidad de los mercados, que pueden llevarnos a una recesión profunda, larga y prolongada, como han advertido George Soros y asociados.
¿Y nosotros?, bien y gracias, a pesar de que nada menos que el Banco de México acaba de advertir sobre el declive del decaído crecimiento mexicano. Con el más de lo mismo pero con menos que dejó en Hacienda como pliego de mortaja el candidato Ernesto Cordero, las cosas ni siquiera seguirán como iban y las convulsiones de un mercado sin alma ni control pueden darnos un susto sin avisar.
Cambio de rumbo y de usos del Estado es lo que urge. La prueba prima facie, diría un sabio jurisconsulto, es el abuso inclemente que del Estado han hecho los panistas de la alternancia, pero a ciencia y paciencia de una oposición sin coordenadas para actuar congruentemente como tal. De aquí la obligación del cambio en la política y la necesidad de encaminarla, junto con la forma de gobernar, a un auténtico cambio de régimen que los panistas encaramados en el poder no se atrevieron a por lo menos plantear.
El tema y el problema del cambio de régimen deja de ser sólo académico y se vuelve político. La traída y llevada reforma del Estado, de realizarse, tendrá que aterrizar ahí, en un régimen jurídico y político renovado, diferente de este corrosivo interregno en el que nos metieron los panistas, acompañados de los priístas que pretendieron cogobernar en lo oscurito y salieron trasquilados. Su pretensión de arreglar el tiradero inventando mayorías legislativas sin legitimidad democrática y de dudosa racionalidad política, es una regresión imaginada que acabará pronto en el arcón de lo imaginario.
Evitar la vuelta al pasado, o el retorno de los brujos que asustan a Blancanieves, no es la prioridad de la política en el contexto definido por la sucesión presidencial. Lo que urge es delinear y deliberar sobre el perfil del nuevo régimen, para dejar atrás el presidencialismo de opereta y en harapos en que acabó tanta arrogancia civilista y democrática como la que impunemente derrocharon Vicente Fox, Felipe Calderón y sus ilusos útiles.
Esta es la circunstancia angustiosa y ominosa en la que surge el reciente comunicado por una democracia constitucional y un gobierno de coalición. Se trata, sobre todo, de una hipótesis de trabajo y, para algunos, como es mi caso, un paso para avanzar en la discusión sobre el cambio de régimen que, pienso, debe ser al parlamentarismo y el estado de bienestar.
Solo creyéndose Poirot upon Cuernavaca se puede encontrar en el documento de marras los visos de una conspiración contra Enrique Peña Nieto y ¡Andrés Manuel López Obrador!
Como dirían el doctor Obvio y sus personajes: bájenle, por favor.
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