jueves, 20 de octubre de 2011

INDIGNADOS: TRES ACTOS

JOSÉ WOLDENBERG

Miguel Ángel Granados Chapa.
En el recuerdo.

1. Nacido en 1917, Stéphane Hessel publicó en 2010 un pequeño libro titulado ¡Indignaos! (Destino. España. 2011). Un "llamamiento a comprometerse, indignarse, resistir a aquello inaceptable". Para él, "el poder del dinero... nunca había sido tan grande, insolente, egoísta... Los bancos, privatizados, se preocupan en primer lugar de sus dividendos y de los altísimos sueldos de sus dirigentes, pero no del interés general. Nunca había sido tan importante la distancia entre los más pobres y los más ricos, ni tan alentada la competitividad y la carrera por el dinero".
Hessel, un resistente francés contra la invasión nazi, a los 93 años veía en su "librito" cómo las conquistas sociales edificadas durante la posguerra se evaporaban y cómo la indiferencia resultaba "la peor de las actitudes". Y por ello llamaba a poner en el centro del debate público el tema de la desigualdad expansiva y el de "los derechos humanos y la situación del planeta". Proponía una fórmula pacífica, no violenta, para construir un horizonte de esperanza. Un futuro para todos y no sólo para unos cuantos.
2. Hace unos días en Madrid y Nueva York, Roma y México, Hamburgo y Santiago y muchas otras ciudades, con muy diferente poder de convocatoria pero con una fuerte carga de indignación, se manifestaron decenas de miles de jóvenes que no encuentran un presente y un futuro satisfactorios. Las consignas cambian según el lugar, pero en (casi) todos los casos hacen alusión a la falta de empleo, la concentración de privilegios, las muy desiguales condiciones sociales en las que se reproduce la vida de unos y otros, la insensibilidad del mundo financiero, el porvenir gris metálico. En unas cuantas palabras, claman por una sociedad más integrada, menos escindida, más justa.
3. En el 2009, Ludolfo Paramio publicó un breve libro con un título más bien insípido o demasiado sobrio: La socialdemocracia (Catarata. Madrid). En él, ilustra, narra y analiza el cambio de paradigma que sufrieron las sociedades europeas en las postrimerías de la década de los setenta del siglo pasado y sus perturbadores efectos. Un tema que tuvo enorme reverberación en América Latina.
Los "años dorados" de la segunda posguerra habían estado marcados por un "modelo de sociedad" hegemonizado por la socialdemocracia que intentó y logró conjugar de manera eficiente los valores de la libertad y de la equidad. Se trataba de construir una sociedad inclusiva, cohesionada, y ello sólo era posible reconociendo y apuntalando una serie de derechos sociales -la educación y la sanidad universales y un sistema de pensiones por jubilación- que acabarían construyendo el bien llamado Estado de bienestar. Se trató de un proceso en el que el principio de igualdad que preside todo régimen democrático impactó también a la economía y a la sociedad.
Sin desconocer que el "modelo" llegó a sus propios límites y generó una serie de dificultades (estancamiento con inflación), Paramio subraya que se produjo también un "cambio de valores entre las clases medias y las élites europeas" que alimentó "un ascenso imparable de la visión neoconservadora de la sociedad y la economía". Escribió: "El modelo neoconservador se ha caracterizado durante tres décadas por promover el recorte de los impuestos, la reducción de los servicios públicos, el acoso a los sindicatos, y a lo que representan, y por impulsar la ilusión de que la prosperidad de todos depende de que los ricos aumenten sus ingresos..., y del acceso a través del mercado a los servicios que en el modelo socialdemócrata de sociedad constituyen servicios públicos universales. La desigualdad como principio de progreso social sustituye a la visión de una sociedad cohesionada, con buena calidad de vida para todos...".
No obstante, sus resultados están a la vista. La crisis financiera que estalló en 2007-2008 y su preocupante secuela, aunada a la profundización de las desigualdades, parecen demandar un cambio de rumbo. "La ortodoxia pro mercado" demuestra no sólo sus límites, sino su carga disruptiva al forjar una sociedad polarizada, insolidaria, quebrada. "El estallido de la crisis ha hecho evidente la necesidad de volver a regular los mercados financieros...", al tiempo que se revisen las políticas impositivas -sesgadas a favor de los que más tienen- y el apuntalamiento de los servicios públicos universales.
Adelantándose a Tony Judt (Algo va mal, Taurus, 2010), Paramio escribió: "La alternativa socialdemócrata pasa por resaltar el papel del Estado como regulador -para evitar el capitalismo de casino que ha conducido a la crisis actual-, por la protección social y la defensa de los ingresos de los trabajadores y por la inversión pública para mejorar las infraestructuras, la sanidad, la educación, como condiciones para el crecimiento de la prosperidad a mediano plazo. Por supuesto defendiendo también la tradición de tolerancia y las libertades individuales que la socialdemocracia ha heredado del liberalismo...". Para ello es necesario volver a imaginar un "modelo" de vida en común.

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