MIGUEL CARBONELL
Hay momentos en la historia de los países, igual que sucede en la vida de las personas, en los que caemos presas del desánimo. En México hemos visto tantas y tan malas noticias en los años recientes que, una vez superado el asombro, hemos ido perdiendo el entusiasmo por el futuro. Estamos en un momento en el que prevalece entre muchos la idea de que todo está perdido y de que es cuestión de tiempo para que nuestro país se convierta definitivamente en un Estado fallido.
En una encuesta reciente levantada por la UNAM a nivel nacional, encontramos que 45% de las personas señalan que el país está peor que hace un año y 28% piensa que estamos igual de mal; sólo 14% ve mejor a México. Respecto de la situación política, 45% afirma que es “preocupante”, pero 24% es todavía más pesimista y señala que ésta es “explosiva”. Ninguno de esos datos permite advertir que la población esté entusiasmada por el momento político que estamos viviendo. Más bien se percibe a una ciudadanía rodeada de problemas graves, que siente una gran incertidumbre respecto al presente y al futuro.
Aunque es cierto que suman millones los mexicanos que reconocen que debemos avanzar hacia la construcción de un Estado de derecho y del muy citado “país de leyes” que aspiramos llegar a ser, nuestra relación con la legalidad no es muy pacífica que digamos. Un 35% de los mexicanos opina que el gobierno debe dejar que circulen los taxis sin placas y para 58% el gobierno debería darles permiso a los vendedores ambulantes para que pudieran trabajar sin problemas. 56% de los mexicanos está de acuerdo, total o parcialmente, en que hay veces que es correcto desobedecer al gobierno.
La gente prefiere una sociedad más segura, aunque tengamos que ceder en algunos de nuestros derechos. 61% señala que es más importante tener una sociedad sin delincuencia, pero solamente un 31% dice que es más importante tener una sociedad más democrática. 39% vería con simpatía la imposición de un toque de queda, como una medida efectiva para combatir la delincuencia.
¿Cómo podemos construir, en este contexto social marcado por la desconfianza y por la falta de apego a la legalidad, un Estado de derecho que permita afianzar derechos y consolidar los logros democráticos de las últimas décadas, mientras combate con fuerza a los grupos criminales organizados?
Habría que trabajar en 4 aspectos al menos:
1) Una estrategia selectiva de golpes a la delincuencia más peligrosa (criminalidad organizada en narcotráfico, secuestro, homicidio y extorsión), con un cuerpo de élite entrenado especialmente para esa tarea, con amplios recursos tecnológicos, buenos salarios y que opere de forma separada al resto de la policía.
2) Un plan integral que mejore el acceso a la justicia de sectores sociales desprotegidos, de modo que vean en el cumplimiento de la ley una forma natural de arreglar diferencias y la autoridad gane la confianza ciudadana con base en la efectividad del Estado de derecho en la vida cotidiana de millones de mexicanos.
3) Una política social muy agresiva para construir escuelas, hospitales y carreteras (o mejorar todo eso, en caso de que ya exista) en las zonas más conflictivas del país: Chihuahua, Sinaloa, Durango, Tamaulipas, Guerrero, Michoacán, Baja California y Nuevo León. El Estado debe hacerse presente para evitar que los grupos criminales se adueñen del territorio y vayan sumando jóvenes a sus ejércitos de sicarios y secuestradores. Una buena política social es la mejor política criminal que puede utilizar el Estado para ganarle, en el mediano y largo plazos, a la delincuencia.
4) Una lucha sin tregua contra la corrupción, comenzando por los más altos niveles. La ciudadanía no entiende que México aparezca año tras año como uno de los países más corruptos del mundo y, sin embargo, no se sancione a ningún funcionario de alto nivel, ya sea del gobierno federal, de los gobiernos locales o de las muy cuestionables élites sindicales. Hay muchos elementos que permiten sospechar que existe una complicidad entre gobiernos y partidos, para no sancionar a nadie o para encontrar chivos expiatorios de nivel medio o bajo, que se utilizan para llenar estadísticas o justificar contralorías y órganos variados de control.
Como podemos ver, nada está escrito respecto del destino del país. Lo que vaya a ser México en los próximos años depende de nosotros y de las decisiones que seamos capaces de tomar. El futuro nos espera, pero de cada uno de los mexicanos depende que sea uno lleno de promesas cumplidas o uno en el que cobren vida nuestras peores pesadillas.
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