CIRO MURAYAMA
Los responsables de la política económica del país insisten en que México crecerá al 3.1% durante 2013, aunque las previsiones realizadas por diferentes centros del sector privado nacionales y extranjeros, como Bank of America Cerril Lynch, Banorte-Ixe y Santander, sitúan la expectativa más cercana al 2.5%.
Pero incluso de cumplirse las metas oficiales estamos en un escenario que implica, necesariamente, una disminución del ritmo de expansión de la actividad respecto al 2012 —que de por sí no puede calificarse como un año bueno en términos económicos— y un deterioro en la capacidad de generar empleo por lo que no mejorarán las condiciones de vida de la población, lo cual ha de ser el fin más importante de toda política económica.
Un dato que debería encender las alarmas económicas es que entre el último trimestre de 2012 y el primer trimestre de 2013 disminuyó el número total de ocupados en el país de 48.2 millones a 47.77 millones, es decir, hay 426 mil personas menos trabajando de acuerdo a las cifras de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del INEGI. Y si se compara con un trimestre previo, el tercero de 2012, la ocupación cae casi en un millón de personas (955 mil) en unos meses.
Hay que recordar, además, que seis de cada diez trabajadores laboran en condiciones de informalidad, lo cual subraya la mala calidad de la ocupación. Las precarias condiciones del trabajo han hecho que las familias deban cada vez más estar colocando a un mayor número de sus miembros como perceptores de ingresos, pero esa alternativa se complicará ante la contracción del empleo.
El eslabón clave en la relación entre economía y población, o entre actividad productiva y la sociedad es el empleo, pues de él depende que la generación de riqueza llegue o no a los hogares.
En nuestro caso el crecimiento económico es bajo y, ahora, la dinámica de la ocupación se vuelve negativa, lo que necesariamente se traduce en deterioro del bienestar de los mexicanos. Ese es el saldo de los primeros meses de gobierno, y no basta con decir que estamos en un entorno internacional que no es favorable, cosa que ya se sabía, sino que se requiere de definiciones para revertir la inercia hacia el estancamiento y a la baja (o negativa) creación de empleo.
No podemos seguir insistiendo en la falsa idea que la economía mexicana no enfrenta severos desequilibrios macroeconómicos, pues el hecho de que existan apenas 16 millones de trabajadores asegurados en el IMSS de más de 50 millones de trabajadores activos demuestra que el mercado laboral vive un profundo desequilibrio estructural en el que la fuerza de trabajo rebasa con mucho las capacidades de contratación que genera el tejido productivo. La población mexicana, joven aún y más educada que en cualquier momento previo de nuestra historia, le queda grande a nuestra economía.
De esta forma, la informalidad absorbe lo que en otro contexto (el caso español, por ejemplo) se expresaría como unas muy elevadas tasas de desempleo. En México, si se comparan los desocupados abiertos (2.47 millones) con el total de trabajadores asegurados en el IMSS, tendríamos una tasa de desocupación formal del 15%, casi tres veces mayor a la formalmente reconocida.
Además, de los 32 millones de trabajadores subordinados que hay en México, esto es, que laboran para un patrón, sólo el 8.3% (2.66 millones) gana más de cinco salarios mínimos, esto es, que cuentan con una remuneración que rebasa los 320 pesos al día.
Tenemos empleo mal pagado y cada vez más escaso, y una economía que no crece a pesar de tener todavía una muy favorable coyuntura demográfica. Eso comprueba el fracaso de la política económica. Sin embargo en esta materia el cambio en los colores del partido gobernante no se ha traducido en alternancia en la forma de conducir al país.
Desde Brasil se nos recuerda que el circo no puede sustituir la falta de pan, y más valdría tomar nota aquí que ni buen circo tenemos.
*El Universal 25-06-13
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