jueves, 27 de octubre de 2011

TELEVISIÓN CHAFA PARA CIUDADANOS JODIDOS

JULIO JUÁREZ GÁMIZ

In memoriam de Miguel Ángel Granados Chapa

Que gran avance en materia de comunicación y rendición de cuentas parlamentaria fue el lanzamiento de un canal de televisión que transmitiera en vivo, apenas iniciado el año 2000, las sesiones del Congreso de la Unión instalado en sus dos Cámaras legislativas. Finalmente la sociedad mexicana podría ver en la pantalla las discusiones de sus representantes populares.
¿Cómo, entonces, pasamos de la prometida esfera pública al vodevil legislativo que en las últimas semanas, años, ha caracterizado las transmisiones del Canal del Congreso? Una posible respuesta es que, ante las cámaras de televisión, nuestros congresistas se transformaron en los habitantes de su propio reality show.
A principios del nuevo milenio la televisión mundial fue sacudida por un nuevo formato que cambió la manera de producir contenidos en tiempo real con el objetivo de ofrecer una rebanada cruda de realidad al televidente. Los ‘reality shows’, no importa si son producidos en Europa, África, Asia o el continente americano, se sostienen sobre la misma premisa: publicitar el conflicto inherente a las relaciones humanas.
Cómo género mediático, los realities son una fuente de entretención para el televidente. Un espacio de ocio para regodearse ante las miserias ajenas. Una telenovela sin guión. La sonda que dosifica emociones baratas pero conocidas por el televidente. Un espejo que no refleja nuestra imagen sino la de personajes patéticamente autorepresentados. Un placer culpable. Un voyeurismo egocéntrico.
Vaya coincidencia que el surgimiento mundial de los realities coincidiera con el lanzamiento del Canal del Congreso mexicano. Sobre todo cuando uno se acerca un poco al razonamiento de su creación. Como, por ejemplo, lo establecido en el Artículo 5 Párrafo e) de su Reglamento en donde se describe una de sus tantas funciones como ‘contribuir al fortalecimiento educativo y cultural que requiere el avance del país y fomentar el desarrollo de la cultura cívica y política en la sociedad; con énfasis en la población infantil y juvenil’. La ironía es el mensaje y también el traje del mensajero.
Y es que el principal problema del Canal del Congreso es la falta de talento en sus actores de reparto. Su sentido está totalmente desvirtuado por los yerros de quienes, además, dicen representar nuestros intereses. Hombres y mujeres de vivos reflejos pugilísticos. Una arena con representantes de barro. Un espejo enlodado, pero espejo al final de cuentas de todo lo que no funciona en la sociedad mexicana.
Un canal al que, sin embargo, no podemos cambiarle ya que refleja la parte más viciada de nosotros mismos: la representación simulada. Una edición especial de ‘Las mangas del chaleco’©, ‘El privilegio de mandar’©, ‘Des-hechos’© y ‘Campañeando’©. La política como accidente. El debate como una guerra de pasteles. El poder legislativo como una realidad jocosa que no tendría nada que ver con nuestra realidad salvo, claro está, que ahí se discute, acuerda y viola el contrato social que rige el fundamento legal del Estado mexicano.
La culpa no es de la directora del Canal, Leticia Salas, ni de su staff. Sus conductores y técnicos hacen lo que pueden para reportar la desenfrenada vida legislativa. Aún si el debate legislativo pierde el interés del auditorio busca llamar la atención con un gancho al hígado al televidente. La esfera pública de discusión e intercambio de ideas presta sus instalaciones para la escenificación de una farsa, una lucha de box, un concurso de albures. Descuide usted, que los gastos de producción corren cortesía del dinero de los contribuyentes.
Y pongamos en claro que participar en este reality, esto es, convertirse en representante popular de video digital, depende de los intereses cupulares de los partidos políticos para designar, por la buenas o por las malas, candidatos en distritos ‘ganadores’ y en sus listas plurinominales. Una invitación exclusiva para los elegidos. Un mecanismo de selección que representa un fuerte golpe a la incipiente vida democrática de los partidos.
Una producción chafa, de bajo perfil. Destinada a pasar el tiempo. A generar risotadas y multiplicar argumentos para descalificar a la política como un acto creativo. Hechos que reducen el poder legislativo a un porrista de las voces que, desde los poderes fácticos, descalifican la autoridad del Estado y de sus instituciones. A un animador a domicilio, vía el televisor, que fortalece la idea de que servirse con la cuchara grande no es asunto de la Constitución o nuestras leyes. Que se está mejor sin ellas, sobre todo cuando atenten contra el interés privado de los grandes capitales. Así se ve hoy la vida legislativa a través de la señal del Canal del Congreso.

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