El Estado dejó de depender de la Iglesia para formular sus respectivas constancias de identidad y de transmisión patrimonial.
El 28 de julio celebraremos los 150 años de la Ley del Registro Civil y sobre el estado civil de las personas, la tercera de las Leyes de Reforma.
La Reforma fue la creación de la identidad nacional luego de los años iniciales de Independencia en los que descontrol, anarquía e inercia de las instituciones dificultaban concretar un proyecto nacional. De ahí que sus objetivos se dirigieran tanto a la revolución de las instituciones públicas y las políticas, como a las prácticas sociales y culturales. Un enorme valor debe reconocércele al ideario liberal: su capacidad integradora para formular un proyecto de nación. En su ideal de patria no hay fisuras ni áreas oscuras, todo gira en torno a la libertad del sujeto, a la atadura del poder a la Constitución y a la ley como marco para todos. Con la creación del Registro Civil, el movimiento iniciado con la Ley del Matrimonio se completa, pues el Estado dejó de depender de la Iglesia para formular sus respectivas constancias de identidad y de transmisión patrimonial. Con las actas de nacimiento, adopción, matrimonio y muerte, el Estado dejó de ser codependiente de la Iglesia, y comenzó el dominio efectivo de la ley sobre la situación civil.
Los primeros registros son, en efecto, asientos parroquiales que derivan, a su vez, de una vetusta tradición romana de inscribirlos en los registros de los dioses tutelares. Pero, llegado el momento de la modernización y secularización de las instituciones sociales y políticas, no era ya factible que, para conocer la identidad de un sujeto o su línea sucesoria, debiera el Estado depender de una institución diferente, pues significaría darle un enorme poder, excluir a quienes no formaran parte del credo católico y vivir como secuestrada por quien, motu proprio, podía negarse a inscribir o destruir maliciosamente sus registros.
El Registro Civil es, además de la institucionalización de un principio de orden indispensable, una garantía de libertad en el sentido de que no le puede ser negado a ninguna persona por motivos ideológicos o religiosos. Siendo una institución pública independiente de partidos o de fracciones en el poder, se instituye como un elemento con una estabilidad a toda prueba —sólo dejó de funcionar cuando la capital de la República fue invadida—, lo que da seguridad a cada ciudadano y a la sociedad en su conjunto.
Hoy, el Registro Civil, hijo de una conciencia revolucionaria en su momento, es una de las instituciones en las que los ciudadanos confían con mayor seguridad. Estamos tan habituados a él que es ya muy difícil encontrar a alguien que no cuente con sus inscripciones. Las mejoras en los trámites y la importante evolución de sus capacidades tecnológicas nos permiten verlo hoy como una institución moderna y funcional y nos hace olvidar que es uno de los pilares de la reforma liberal, una afirmación radical de la independencia del Estado ante los poderes fácticos, el reconocimiento de la dignidad del hombre frente a las instituciones que lo limitan o lo aferran a dogmas y a oscuridad.
La Reforma liberal puede verse de dos maneras fundamentales: en la primera, aparentemente se trata de una guerra contra la Iglesia católica, por lograr el poder dentro de la sociedad, en la segunda y mejor estructurada, se aprecia como una larga, pesada y hasta heroica marcha por conquistar para la sociedad el dominio de sus instituciones.
En muchos lugares de América Latina, esto no pudo vivirse sino hasta las revoluciones sociales del siglo XX. En varios pueblos del área, la liberación de la Iglesia fue posible hasta estadios históricos muy posteriores. Es más, la incidencia de las dictaduras tiene ciertos elementos derivados del imperio rígido de la Iglesia ahí. Puede afirmarse que el mantenimiento de las oligarquías en otras zonas se deba también a la gran duración del dominio eclesiástico, siempre coludido con los estratos dominantes de la vida social y política. Nuestro destino fue otro, gracias a la Reforma liberal y a su conciencia ciudadana, los hombres de la Revolución pudieron fijarse los horizontes de los derechos sociales y de la democracia de nuestro pueblo. El Registro Civil, así, fue como la afirmación de un pueblo que se había ganado, con la libertad, el derecho a darse a sí mismo sus instituciones.
El 28 de julio celebraremos los 150 años de la Ley del Registro Civil y sobre el estado civil de las personas, la tercera de las Leyes de Reforma.
La Reforma fue la creación de la identidad nacional luego de los años iniciales de Independencia en los que descontrol, anarquía e inercia de las instituciones dificultaban concretar un proyecto nacional. De ahí que sus objetivos se dirigieran tanto a la revolución de las instituciones públicas y las políticas, como a las prácticas sociales y culturales. Un enorme valor debe reconocércele al ideario liberal: su capacidad integradora para formular un proyecto de nación. En su ideal de patria no hay fisuras ni áreas oscuras, todo gira en torno a la libertad del sujeto, a la atadura del poder a la Constitución y a la ley como marco para todos. Con la creación del Registro Civil, el movimiento iniciado con la Ley del Matrimonio se completa, pues el Estado dejó de depender de la Iglesia para formular sus respectivas constancias de identidad y de transmisión patrimonial. Con las actas de nacimiento, adopción, matrimonio y muerte, el Estado dejó de ser codependiente de la Iglesia, y comenzó el dominio efectivo de la ley sobre la situación civil.
Los primeros registros son, en efecto, asientos parroquiales que derivan, a su vez, de una vetusta tradición romana de inscribirlos en los registros de los dioses tutelares. Pero, llegado el momento de la modernización y secularización de las instituciones sociales y políticas, no era ya factible que, para conocer la identidad de un sujeto o su línea sucesoria, debiera el Estado depender de una institución diferente, pues significaría darle un enorme poder, excluir a quienes no formaran parte del credo católico y vivir como secuestrada por quien, motu proprio, podía negarse a inscribir o destruir maliciosamente sus registros.
El Registro Civil es, además de la institucionalización de un principio de orden indispensable, una garantía de libertad en el sentido de que no le puede ser negado a ninguna persona por motivos ideológicos o religiosos. Siendo una institución pública independiente de partidos o de fracciones en el poder, se instituye como un elemento con una estabilidad a toda prueba —sólo dejó de funcionar cuando la capital de la República fue invadida—, lo que da seguridad a cada ciudadano y a la sociedad en su conjunto.
Hoy, el Registro Civil, hijo de una conciencia revolucionaria en su momento, es una de las instituciones en las que los ciudadanos confían con mayor seguridad. Estamos tan habituados a él que es ya muy difícil encontrar a alguien que no cuente con sus inscripciones. Las mejoras en los trámites y la importante evolución de sus capacidades tecnológicas nos permiten verlo hoy como una institución moderna y funcional y nos hace olvidar que es uno de los pilares de la reforma liberal, una afirmación radical de la independencia del Estado ante los poderes fácticos, el reconocimiento de la dignidad del hombre frente a las instituciones que lo limitan o lo aferran a dogmas y a oscuridad.
La Reforma liberal puede verse de dos maneras fundamentales: en la primera, aparentemente se trata de una guerra contra la Iglesia católica, por lograr el poder dentro de la sociedad, en la segunda y mejor estructurada, se aprecia como una larga, pesada y hasta heroica marcha por conquistar para la sociedad el dominio de sus instituciones.
En muchos lugares de América Latina, esto no pudo vivirse sino hasta las revoluciones sociales del siglo XX. En varios pueblos del área, la liberación de la Iglesia fue posible hasta estadios históricos muy posteriores. Es más, la incidencia de las dictaduras tiene ciertos elementos derivados del imperio rígido de la Iglesia ahí. Puede afirmarse que el mantenimiento de las oligarquías en otras zonas se deba también a la gran duración del dominio eclesiástico, siempre coludido con los estratos dominantes de la vida social y política. Nuestro destino fue otro, gracias a la Reforma liberal y a su conciencia ciudadana, los hombres de la Revolución pudieron fijarse los horizontes de los derechos sociales y de la democracia de nuestro pueblo. El Registro Civil, así, fue como la afirmación de un pueblo que se había ganado, con la libertad, el derecho a darse a sí mismo sus instituciones.
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