sábado, 18 de abril de 2009

LAS RAZONES DE OBAMA

JENARO VILLAMIL

Un mal sino determinó las relaciones entre el gobierno de Felipe Calderón y el actual mandatario estadounidense, Barack Obama. El mismo día que el candidato demócrata arrasó en los comicios estadounidenses, el 4 de noviembre de 2008, echando a la basura de la historia ocho años de desgobierno de George W. Bush, en México un accidente aéreo frustraba el futuro del gobierno calderonista y de su principal colaborador, Juan Camilo Mouriño. No sólo eso. El gobierno del PAN le apostó casi todo a un triunfo republicano, cuando todos los indicios marcaban que la crisis financiera detonada por Bush y los especuladores de Wall Street desembocarían en el inicio de una revolución interna en Estados Unidos.Esa revolución interna es la que no han podido ver ni apreciar los actuales estrategas del gobierno mexicano. Al no apreciarla, se está perdiendo una oportunidad diplomática inigualable para que México sea el puente real entre el gobierno de Obama y América Latina. La agenda bilateral, como la nacional, se ha narcotizado a un grado tal, que ni las bravatas del presidente Calderón en contra de publicaciones norteamericanas, que lanzaron la provocación del "Estado fallido", o en contra de los informes de agencias internas de Estados Unidos, han modificado la percepción de Washington de que la guerra contra el narcotráfico en México se ha convertido en un callejón sin salida que amenaza con abortar la transición mexicana. Ni los halagos diplomáticos de Hillary Clinton ni las alabanzas que seguramente hará Obama en su visita exprés de 24 horas modificarán el callejón encerrado en el que se metió el gobierno del PAN, frustrando su propia promesa de culminar exitosamente una larga y atropellada transición hacia un nuevo régimen más democrático.Las razones de Obama están en función del profundo cambio que se está gestando en Estados Unidos. Su agenda con América Latina está determinada por una palabra clave que era un pecado para los halcones de la era Bush: distensión.Eso explica el acercamiento con el régimen de Cuba y el puente tendido con Brasil. El encuentro entre Obama y Lula fue mucho más significativo y generó más luces para el futuro de la región que lo que pueda suceder en México.El acercamiento de legisladores con el gobierno de Raúl Castro se realizó, por primera vez, sin que México hubiera tenido que interceder. El puente que siempre representó nuestro país entre la isla y el imperio simplemente ya no existe. Y se perdió así una poderosa arma negociadora y de defensa de la soberanía.La distensión pasa necesariamente por la recuperación del mercado norteamericano. La crisis económica, financiera e ideológica que detonó en Estados Unidos está replanteando todos los paradigmas que dominaron durante tres décadas de hegemonía neoliberal y monetaristas.Y el gobierno de Calderón aún está atrapado en la ideología neoconservadora y monetarista. Aún pretende hacernos creer que encontrar 4 mil empleos nuevos es un "signo de recuperación", cuando las tasas de concentración de la riqueza y de pérdida del poder adquisitivo son las más escandalosas del continente.Calderón quiere la guerra contra el narco. A Obama le interesa más la estabilidad de la frontera sur. Calderón ha revivido un discurso chauvinista que sólo refleja el alto grado de frustración frente a una guerra sin estrategia. A Obama le interesa exportar los nuevos paradigmas en gestación, encontrar mercados menos dominados por la incertidumbre, con todas las dificultades que esto generará en su propio país, aún dominado por los think tankers conservadores.Obama no tiene un problema de legitimidad, como sí lo tuvo Bush y lo tiene Calderón. No desea inventarse una guerra, sino salir del atolladero que heredó y que ha generado la recesión más profunda del mundo. Si Calderón lo invita a compartir su guerra sin estrategia, lo más probable es que México pierda la oportunidad de oro para reinventar su vecindad con Estados Unidos.

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