La mala memoria es una de las características de las democracias. Las dictaduras en cambio recuerdan hasta lo que no fue, lo archivan y luego ejecutan a los culpables. En consecuencia, son preferibles las democracias desmemoriadas. Yo no sé si tiene fundamento, pues carezco de la información respectiva, la resolución del pleno de la Cámara de Diputados en que se rechazó el dictamen de las cuentas públicas de 2002 y 2003 de la anterior administración de Vicente Fox. Algunos sostienen que el rechazo corresponde a una actitud electorera, casi en víspera de la elección del 5 de julio. Sin embargo todos recordamos los dispendios en la construcción de la Biblioteca José Vasconcelos, en la llamada Enciclomedia y en la promoción del voto a favor de la candidatura presidencial de Calderón. Y también recordamos lo concerniente a la "triangulación" entre la Lotería Nacional, Transforma México y Vamos México. Y qué decir del escándalo, acompañado de serias dudas, de los hermanos Bibriesca; dejando en el tintero, por su mero carácter anecdótico, los costosos vestidos de la señora Sahagún y las toallas de cuatro mil pesos para la residencia oficial de Los Pinos. ¿Pero lo recordamos de verdad o son los componentes de un historial sinuoso comprometido con la frivolidad y la incompetencia? ¿O son asuntos que de alguna forma, de alguna manera, guardan relación con aquellas cuentas públicas?Ahora bien, de lo que hemos perdido la memoria, ¿o me equivoco?, es de las barbaridades lingüísticas de Fox, de sus dichos e incluso hechos necios y temerarios. Por supuesto no fueron ni son parte de las cuentas públicas. No obstante pusieron y siguen poniendo de relieve la singular personalidad de un hombre -por decir lo menos- que, por extraños designios del destino y el desgaste de un partido en el poder durante setenta años, se convirtió en Presidente de la República. Presidente que abusó de otra cuenta pública, la del prestigio, dignidad y responsabilidad de un jefe de Estado y de Gobierno. Y si es probable que por razones electoreras se haya sacado hasta hoy lo de las cuentas públicas de Fox, la memoria democrática debería revivir o cobrar nuevos bríos para no olvidar la vergüenza de un Presidente majadero e insulso. ¿"Pecata minuta"? No lo creo. Del PRI, ni quién lo dude, salieron durante lustros y lustros, igual que del sombrero de copa de un mago, inmoralidades y abusos del poder público. Pero del PAN salió Fox, y todo lo que sale se debe a una causa. Salió y sigue saliendo. ¿Es un estorbo para el PAN? La política es una actividad de conveniencias y necesidades, de hechos concretos. Es una actividad pragmática por excelencia. No olvidemos, a propósito de memoria, que tiempo después de haber retirado de su gabinete a Calderón, Fox cambió de táctica y lo apoyó con gravísimas violaciones a la Constitución para que llegara a ser lo que es. "Dime con quién andas y te diré quién eres". ¿Será éste un refrán aplicable en la política? El pasado domingo el ex Presidente tronó contra los diputados que rechazaron las cuentas públicas, llamándolos tontos y diciendo que tuvieron que "tragar camote". Es una expresión cargada de vulgaridad que no debemos olvidar en épocas electorales. Es lamentable el espectáculo que da la mayoría de los políticos. Insultos de variada clase, agresiones verbales y físicas, majaderías al por mayor, fintas parlamentarias en vez de razonamientos sólidos. Se dice que en la política y en el amor todo se vale. Lástima, porque la política y el amor deberían ser experiencias de calidad superior donde las palabras ocuparan un sitio especial. Lo evidente es que no hay amor sin palabra sabia, dulce y tierna; ni tampoco política auténtica sin palabra eficiente, culta, razonada y razonable. No perdamos la memoria, no la dejemos extraviada en el callejón obscuro del olvido. En las próximas elecciones se decidirá principalmente quiénes van a la Cámara de Diputados, que pomposamente llaman máxima tribuna de la Nación. ¿Y qué se hace en una tribuna? Hablar. Claro, primero pensar y posteriormente hablar. Y ojalá las majaderías, las tonterías, las frivolidades, las barbaridades, no lleguen a San Lázaro. Ya sé que es tanto como pedir lo imposible, pero no desearlo equivaldría a transformar la memoria, que es una reconsideración de vivencias y experiencias, en un estorbo inoportuno que le ceda espacio al cinismo.
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