lunes, 13 de abril de 2009

RAÚL ALFONSÍN

PORFIRIO MUÑOZ LEDO

Fue Raúl Alfonsín amigo leal y demócrata sin tacha. Heredero de una limpia tradición liberal, adversario de una sangrienta dictadura y constructor de nuevas instituciones, creyó que el avance político “es la lucha permanente por la extensión y profundización de los derechos humanos”.
En su batallar contra el régimen autoritario generó la vía civil para el cambio con la consigna “Elecciones libres y sin proscripciones”, en contraste con la alternativa armada: “Ni golpe ni elección, revolución”. Su arribo a la Presidencia de la República en 1983 fue una bisagra histórica: clausuró los gobiernos militares y cerró la era de los golpes de Estado.
Alfonsín dirige una de las más complejas transiciones democráticas que hayan ocurrido. Resuelve el pasado sin turbias negociaciones y sólo condona lo necesario para salvar la paz; afronta un ejercicio de turbulencia política y desastre económico e impulsa la reforma del Estado con imaginativa lucidez en la conducción y la práctica incansable del diálogo.
En un país lastrado por el militarismo fue un humanista sin ejército. A diferencia de otras transiciones sudamericanas, decidió castigar a los responsables de los crímenes. La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas produjo el informe “Nunca más” y un tribunal civil condenó a los principales culpables, incluyendo a las cabezas de las juntas: Videla, Massera, Viola y Lambruschini.
La resaca castrense se desató. El presidente sorteó amenazas de levantamiento a contraluz de la exigencia multitudinaria de mayores castigos. A ello se debe la expedición de las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida que, sin decretar el indulto, cerraban el expediente. Logró la primera alternancia pacífica desde 1916 y al sucesor correspondió reabrir los casos.
Tan frágil embarcación fue embestida por la hiperinflación y la avalancha de la deuda externa. Principal promotor del grupo Cartagena, diseñó un club de deudores, encabezado por Argentina, Brasil y México, para enfrentar regionalmente la crisis. Ante la defección de nuestro gobierno, la moratoria colectiva se desactivó y dio paso a la dominación neoliberal.
Latinoamericanista de excepción, al llegar al gobierno acató el laudo sobre el diferendo austral —rechazado por la dictadura— e hizo la paz con Chile. Promovió la integración con Brasil y fijó las bases para conformar el Mercosur. Articuló en ese hemisferio el grupo de apoyo a Contadora para la pacificación de Centroamérica, que desembocaría en el Grupo de Río.
En su libro Democracia y consenso narra la reconstrucción institucional. Como presidente cumplió la primera etapa de la “reforma pactada” mediante el Consejo para la Consolidación de la Democracia. Los lineamientos del proyecto nos son familiares: límites al Ejecutivo, rendición de cuentas, fortalecer el Legislativo, descentralización federalista y municipal, regular a los partidos y democracia participativa.
El poder no le alcanzó para culminarlo. La Constitución se aprobaría ya en el periodo de Menem y Alfonsín arriesgaría su prestigio de opositor con la suscripción del Pacto de Olivos. El resultado no fue idéntico pero logró salvar lo esencial: establecer un “Estado legítimo”. Evitó una “reforma retrógrada” y “la constitucionalización del nuevo modelo económico”.
Aprendió que “para ser demócrata no basta con amar la libertad”, sino “crear los fundamentos para que ésta pueda realizarse”. Se alejó de los prejuicios “anticolectivistas” de su partido y asumió la doctrina del Estado de bienestar. Tuve ocasión de apoyarlo en el cabildeo —interno y externo— para el ingreso de la Unión Cívica Radical a la Internacional Socialista, de la que sería vicepresidente.
Raúl fue ante todo un hombre inteligente, cálido e incorruptible: “ética política y austeridad a toda prueba” fueron sus valores. El retorno a la democracia significó la repatriación de la diáspora argentina, coincidente con la de otros países del sur, que reverdecía el mensaje de Vasconcelos y propalaba la gratitud a México.
Varios comensales me relataron una escena social, en la que, de modo prudente, Alfonsín sugirió a De la Madrid que, frente a la emergencia del 88, tomara “el toro por los cuernos” e impulsara un salto democrático. A lo que éste respondió escuetamente que nuestro país era ya una democracia consumada.
La suerte de las transiciones depende en mucho del tamaño de sus dirigentes. La nuestra ha tenido, por la pequeñez y la codicia, un destino tan indigno.

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