La breve escala que realizó Barack Obama en la ciudad de México la semana pasada constituye un mal augurio para el futuro de las relaciones entre México y Estados Unidos. Durante su reciente viaje a Europa, Obama dirigió discursos a plazas rebosantes de ciudadanos y sostuvo diálogos con diversidad de actores políticos y sociales. En contraste, en su primera visita a México el presidente estadunidense se limitó a reunirse a puerta cerrada y de forma apresurada con Felipe Calderón y su gabinete.
En un artículo publicado el año pasado en el Dallas Morning News, Obama prometió que de llegar a la presidencia las reuniones que sostuviera con su homólogo mexicano se desarrollarían con total transparencia y contarían con la participación activa de “ciudadanos, trabajadores, sector privado y organizaciones no gubernamentales”. Sin embargo, esto no ocurrió la semana pasada. Los ciudadanos no pudimos incidir en la determinación de la agenda de trabajo y ni siquiera fuimos informados del contenido de las reuniones bilaterales.
La artificialidad de los supuestos encuentros de Obama con “la sociedad mexicana” fue vergonzante. Los niños que le ondeaban banderas durante el encuentro en el Campo Marte venían principalmente de escuelas privadas, como el Colegio Americano y Westhill. De forma clasista y discriminatoria, a última hora los organizadores tuvieron que improvisar lugares adicionales para algunos jóvenes del Conalep. La controvertida cena de gala en el Museo de Antropología incluyó a destacados representantes de la clase política y empresarial dominante del país y excluyó a la mayoría de los líderes de la izquierda.
El presidente estadunidense tampoco mostró mayor interés en acercarse a la sociedad mexicana. Exigió la reducción del número de asistentes a la cena y canceló un encuentro con organizaciones sociales que originalmente se había programado. No conoció al pueblo mexicano y el pueblo de México se quedó con las ganas de conocerlo, colgado de los puentes peatonales aledaños al aeropuerto en espera de algún saludo.
El siempre ingenioso corresponsal de La Jornada David Brooks tiene toda la razón al señalar que este encuentro demuestra que Estados Unidos sigue viendo sus relaciones con México como un asunto más de política interior (La Jornada, 16/4/09).
Efectivamente, Obama no incluyó en su comitiva a su esposa ni a su secretaria de Estado, Hillary Clinton. Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Interna, fue quien tuvo el papel más activo con el gobierno mexicano. Otro dato significativo es que Obama se hizo acompañar de su secretario de Energía, Steven Chu, lo cual indica que el petróleo también fue un tema relevante en la reunión bilateral.
En la conferencia de prensa del jueves pasado, Calderón desaprovechó la oportunidad para exigir de manera contundente y de frente al mismo Obama la reinstalación de la prohibición de la venta de armas de asalto en Estados Unidos. Éste ha sido uno de los pocos temas en que el gobierno mexicano había demostrado cierta contundencia y valor ante los vecinos del norte. Sin embargo, en el momento de la verdad Calderón patinó: “En definitiva respetamos la decisión del Congreso, del pueblo estadunidense al respecto… Sabemos que es un tema políticamente delicado”.
El gobierno de Calderón también se negó a realizar comentario alguno respecto al nombramiento de Alan Bersin como el nuevo zar de la frontera entre México y Estados Unidos. Bersin ya ocupó un puesto similar durante la administración de Bill Clinton, desde donde encabezó la polémica Operación Guardián.
Esta desafortunada política obligó a los mexicanos a utilizar las zonas más inhóspitas para cruzar la frontera, lo que provocó de forma directa un aumento estratosférico de compatriotas muertos durante los años 90.
Estos silencios se suman a acciones concretas, como la apertura de una nueva oficina bilateral en la ciudad de México para combatir al crimen organizado, la negativa a intervenir en el asunto de Citibank y la participación en las operaciones militares conjuntas, que cada día ponen más en tela de juicio la disposición de Calderón para defender la soberanía nacional.
Las recientes declaraciones de Raúl Castro en el contexto de la Cumbre de las Américas ofrecen un buen contraste con la actitud asumida por Calderón ante el gobierno estadunidense. Castro afirmó que estaría dispuesto a “discutir todo”, incluso temas como derechos humanos, libertad de prensa y presos políticos, siempre y cuando fuera “en igualdad de condiciones, sin la mínima violación a nuestra soberanía y al derecho de autodeterminación”. Calderón, en contraste, se niega a abordar precisamente estos mismos temas espinosos con Obama y prefiere sacrificar la soberanía con actitudes exageradamente complacientes hacia el gobierno de Washington.
Los optimistas celebran que Obama haya estado dispuesto a “visitar” nuestro país y que los mandatarios parecen llevarse bien. Pero en la diplomacia lo más importante no es sólo la cordialidad, y las visitas “de paso” no abonan en nada al establecimiento de una nueva relación de largo plazo basada en el respeto mutuo.
Esclarecimiento inmediato para el artero asesinato de Beatriz López en Oaxaca.
En un artículo publicado el año pasado en el Dallas Morning News, Obama prometió que de llegar a la presidencia las reuniones que sostuviera con su homólogo mexicano se desarrollarían con total transparencia y contarían con la participación activa de “ciudadanos, trabajadores, sector privado y organizaciones no gubernamentales”. Sin embargo, esto no ocurrió la semana pasada. Los ciudadanos no pudimos incidir en la determinación de la agenda de trabajo y ni siquiera fuimos informados del contenido de las reuniones bilaterales.
La artificialidad de los supuestos encuentros de Obama con “la sociedad mexicana” fue vergonzante. Los niños que le ondeaban banderas durante el encuentro en el Campo Marte venían principalmente de escuelas privadas, como el Colegio Americano y Westhill. De forma clasista y discriminatoria, a última hora los organizadores tuvieron que improvisar lugares adicionales para algunos jóvenes del Conalep. La controvertida cena de gala en el Museo de Antropología incluyó a destacados representantes de la clase política y empresarial dominante del país y excluyó a la mayoría de los líderes de la izquierda.
El presidente estadunidense tampoco mostró mayor interés en acercarse a la sociedad mexicana. Exigió la reducción del número de asistentes a la cena y canceló un encuentro con organizaciones sociales que originalmente se había programado. No conoció al pueblo mexicano y el pueblo de México se quedó con las ganas de conocerlo, colgado de los puentes peatonales aledaños al aeropuerto en espera de algún saludo.
El siempre ingenioso corresponsal de La Jornada David Brooks tiene toda la razón al señalar que este encuentro demuestra que Estados Unidos sigue viendo sus relaciones con México como un asunto más de política interior (La Jornada, 16/4/09).
Efectivamente, Obama no incluyó en su comitiva a su esposa ni a su secretaria de Estado, Hillary Clinton. Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Interna, fue quien tuvo el papel más activo con el gobierno mexicano. Otro dato significativo es que Obama se hizo acompañar de su secretario de Energía, Steven Chu, lo cual indica que el petróleo también fue un tema relevante en la reunión bilateral.
En la conferencia de prensa del jueves pasado, Calderón desaprovechó la oportunidad para exigir de manera contundente y de frente al mismo Obama la reinstalación de la prohibición de la venta de armas de asalto en Estados Unidos. Éste ha sido uno de los pocos temas en que el gobierno mexicano había demostrado cierta contundencia y valor ante los vecinos del norte. Sin embargo, en el momento de la verdad Calderón patinó: “En definitiva respetamos la decisión del Congreso, del pueblo estadunidense al respecto… Sabemos que es un tema políticamente delicado”.
El gobierno de Calderón también se negó a realizar comentario alguno respecto al nombramiento de Alan Bersin como el nuevo zar de la frontera entre México y Estados Unidos. Bersin ya ocupó un puesto similar durante la administración de Bill Clinton, desde donde encabezó la polémica Operación Guardián.
Esta desafortunada política obligó a los mexicanos a utilizar las zonas más inhóspitas para cruzar la frontera, lo que provocó de forma directa un aumento estratosférico de compatriotas muertos durante los años 90.
Estos silencios se suman a acciones concretas, como la apertura de una nueva oficina bilateral en la ciudad de México para combatir al crimen organizado, la negativa a intervenir en el asunto de Citibank y la participación en las operaciones militares conjuntas, que cada día ponen más en tela de juicio la disposición de Calderón para defender la soberanía nacional.
Las recientes declaraciones de Raúl Castro en el contexto de la Cumbre de las Américas ofrecen un buen contraste con la actitud asumida por Calderón ante el gobierno estadunidense. Castro afirmó que estaría dispuesto a “discutir todo”, incluso temas como derechos humanos, libertad de prensa y presos políticos, siempre y cuando fuera “en igualdad de condiciones, sin la mínima violación a nuestra soberanía y al derecho de autodeterminación”. Calderón, en contraste, se niega a abordar precisamente estos mismos temas espinosos con Obama y prefiere sacrificar la soberanía con actitudes exageradamente complacientes hacia el gobierno de Washington.
Los optimistas celebran que Obama haya estado dispuesto a “visitar” nuestro país y que los mandatarios parecen llevarse bien. Pero en la diplomacia lo más importante no es sólo la cordialidad, y las visitas “de paso” no abonan en nada al establecimiento de una nueva relación de largo plazo basada en el respeto mutuo.
Esclarecimiento inmediato para el artero asesinato de Beatriz López en Oaxaca.
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