Me refiero a la epidemia porcina que no a la política, pues ésta es casi endémica. Se ha dicho que el Jefe de Gobierno Marcelo Ebrard ha actuado, como siempre, tardía y pusilánimemente. No lo creo de ninguna manera. Yo no he visto en el país a otro funcionario de primer nivel actuar con la inteligencia, serenidad y objetividad con que lo hizo el pasado miércoles 29, sin la menor sombra siquiera de querer politizar el problema, en el canal 11 de televisión a las ocho de la mañana. A nadie le he oído decir con absoluta claridad, explicándoselo al pueblo, que el bien principal a proteger, a toda costa, es la vida y por supuesto la salud.; sobreentendiéndose que por encima de los intereses y bienes individuales o particulares. Sin declararlo con temor, oportunismo o alarmismo dio a entender la verdad: la Ciudad de México se halla en un verdadero estado de emergencia. Sobre tal presupuesto fue presentando su argumentación. Se están siguiendo, dijo, las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud en materia de epidemias, lo que es ciento por ciento verificable. Nos encontramos en alerta máxima pero las condiciones presentan un cuadro que tiende a la estabilidad; y si en los próximos días ello se confirma, pasaremos entonces a otra etapa que es nada más la de la alerta. Agregó que lamenta y comprende el descontento de los dueños de restoranes y de sus trabajadores, que por el momento no pueden prestar sus servicios, pero es indispensable la medida. En otros países que han vivido experiencias semejantes y donde no se han tomado medidas extremas, de alerta máxima, se ha lamentado no hacerlo. Finalmente anunció que el gobierno de la Ciudad de México iba a distribuir inmediatamente un manual relativo a las precauciones a tomar en los días subsecuentes. Ahora bien, tan malo es que se queme al santo como que no se lo alumbre, dice el refrán popular. Lo que pasa es que para lograrlo hay que tener una peculiar inteligencia. Se trata de la ley de la proporción, del término medio (arbitrio proporcionado que se toma o se sigue para salir de alguna duda, o para componer una discordia) que muchos confunden ignorantemente con la imprecisión. Ni chicha ni limonada. ¡No es así! El término medio es la cautela, la prudencia, la precaución. Lo más fácil para algunos, por ejemplo, ha sido ser alarmistas. Autoridades o no, han caído en esto. "Se dice que", "se comenta que", "leí que". ¡Absurdo! La difusión de los rumores es el peor peligro, y que conste que hay rumores devastadores. Son fuego incontrolable y que destruye todo a su paso. Lo terrible es que de pronto se vuelven chisme en la desgracia, en la tragedia. El chisme indispone al gobernado con el gobernante y rompe los vasos de comunicación entre el primero y el segundo, indispensables para superar o resolver una determinada situación. Y casi se me queda algo en el tintero a propósito del alarmismo, a saber, que lo suelen aprovechar dolosa y perversamente los políticos de baja estofa. En efecto, transforman en propaganda de partido, he allí el 5 de julio, el miedo y hasta el dolor. A veces tenemos los gobernados la sensación de que en el discurso oficial o semioficial hay un dejo de autoalabanza, de que se anuncia lo que se ha hecho o se va a hacer pero con el único y exclusivo fin de demostrar que se actúa, que se está presente. "Yo lo resolví", "yo tomé las medidas adecuadas a tiempo", etcétera. Ojala no haya sido o no sea así. Pero es imposible pasar por alto que al político, en términos generales, todo, absolutamente todo, le sirve para lograr lo que quiere políticamente hablando, y principalmente en épocas electorales. En consecuencia hay en él una tendencia innata a politizar lo que lo rodea, lo que vive y experimenta. Al margen de esto y más allá del espacio del hombre público hay en los gobernados, aunque no en cualquier clase de gobernados, una inclinación a no perder su sitio o su estatus. Me explico. Si el gobernante se extralimita el gobernado puede impugnar su acto de autoridad. No obstante hay ocasiones en que el gobernado no quiere ceder ni un ápice de sus derechos, prerrogativas o garantías, digamos que ante situaciones de extrema gravedad. El egoísmo del gobernado, a veces, es el anverso de la medalla del abuso del gobernante. Y en casos así, no hay duda, el interés general y social prevalece, debe prevalecer, sobre el individual o personal. Por eso es criticable la opinión del Secretario del Trabajo en el sentido de que cerrar establecimientos mercantiles no es necesario, refiriéndose obviamente al Distrito Federal y añadiendo que es respetuoso de lo que establezcan las autoridades locales. Y es criticable porque si efectivamente es respetuoso como él dice, para qué afirma entonces que cerrar establecimientos no es necesario. Me parece que en el señalamiento hay un "virus". En fin, cada quien con su estilo. Y el de Ebrard me ha satisfecho plenamente, lo que digo sin tapabocas.
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