Los intelectuales estadunidenses que, por lo general y con muy notables excepciones, son unos ineptos para el pensamiento teórico, sea por su preparación pragmática sea por su formación filosófica empirista (que dicta estar sólo a los hechos y heredada de los ingleses), son, por principio, incapaces de pensar en grande, sobre todo cuando se trata de las grandes realidades, como el Estado o la sociedad. Producen muchas ocurrencias que quieren pasar por conceptos, pero que ni siquiera resisten la prueba del tiempo. Apenas un par de años después ya nadie se acuerda de sus creaciones antojadizas y arbitrarias. Un concepto es una síntesis de pensamiento que describe, enuncia y hace comprensible un problema. Ellos sólo producen calificativos que no tienen más sustento que sus buenos o sus malos deseos.
La última ocurrencia es aquella que nos llega hablándonos del “Estado fallido”, expresión que, evidentemente, surgió de la jerga empresarial. De una empresa o de un empresario, en efecto, se puede decir que es o que está “fallido”; pero no es posible usar ese calificativo para ningún otro ente o acción que ocurra fuera del mundo empresarial. De un cuerpo, por ejemplo, se puede decir que está enfermo, en decadencia o deteriorado, mas no “fallido”. Incluso, de la economía de un país se puede decir que está en crisis (vale decir que está enferma), no “fallida”; las que andan “fallidas”, como ahora en Estados Unidos, son las empresas que la sustentan. Si el Estado las puede rescatar es porque es un ente político, no una empresa, como nuestros gobernantes panistas se empeñan en verlo.
Por supuesto que el Estado puede “fallar” en sus funciones y así se le puede comparar con un auto descompuesto o falto de mantenimiento. Pero el Estado no es un objeto. Es un conjunto de instituciones (organismos, cargos y leyes) que nunca podrá estar en quiebra como una empresa, sino sólo que funciona mal. Los islandeses ahora saben que su Estado está quebrado, endeudado e insolvente, y aun así no es un Estado “fallido”; no puede pagar sus deudas, pero sigue siendo soberano. Ese es el pequeño problema con esa “teoría”. La soberanía, por supuesto, tiene que ser efectiva. Si no es obedecida, simple y sencillamente ya no hay Estado.
Lo que sorprende es la inanidad teórica (significativa) de esa nueva ocurrencia. Se le vino a la mente a un par de investigadores gringos (uno de ellos el probable futuro embajador de Estados Unidos en México) que, además, querían definir la situación de un Estado conflictivo, en lo interno y en lo externo, como es Pakistán. Han sido algunos funcionarios estadunidenses, que acostumbran repetir como loros los “hallazgos” de sus estudiosos, los que nos han situado en la condición de Estado “fallido”. Si Pakistán no domina ni controla su frontera norte y, por ello, es un Estado “fallido”, pues México, que no controla las regiones dominadas por los narcotraficantes, es también un Estado “fallido”. La lógica es de vómito.
México no es un Estado “fallido”, no porque no funcione bien, pues funciona malísimo en manos de los panistas, sino porque el concepto mismo no es tal, no es concepto. Enrique Krauze publicó el pasado domingo un artículo en Reforma en el que refuta la tesis atendiendo a los logros del Estado mexicano, pero me pareció un ejercicio totalmente inútil, cuando más bien debió desenmascarar el sinsentido del pretendido concepto. Un Estado institucional gobernado por ineptos jamás podrá ser considerado un Estado “fallido”. Si, además, esos ineptos forman una partida de ladrones que no se dedican a otra cosa que a saquear la riqueza pública para beneficio de unos cuantos y de ellos mismos, ese Estado es también un Estado saqueado y su sociedad una sociedad despojada.
Teorizar sobre el Estado mexicano implicaría partir de sus particularidades hasta lograr una síntesis en la cual se le pudiera definir. Si decimos que se trata de un Estado institucional, queremos decir que es un Estado permanente que opera a través de órganos funcionales y regidos por leyes aprobadas regularmente; si queremos decir, en cambio, que es un Estado democrático, debemos partir del análisis pormenorizado de su proceso histórico de democratización y, al final, sacar como conclusión una síntesis en la cual se pueda retratar objetivamente lo que es en realidad como tal. A eso, en la teoría del conocimiento, se le llama “generalización”. Desde luego, entre la observación de lo particular, vale decir, de lo que es en realidad, y la síntesis o la generalización del conocimiento, hay sus excepciones.
Un Estado así definido no puede ser perfectamente institucional ni perfectamente democrático. La síntesis (o la definición) tiene que incluir aquello que no cuadra con su concepto. En el primer caso, Estado institucional, por ejemplo, que la corrupción es una excepción importante que distorsiona su principio o, en el segundo, Estado democrático, que hay imperfecciones (legales y políticas) que pueden demostrar que no es un Estado de verdad democrático, sino formalmente, o, peor, que es un Estado democrático “en formación”, vale decir, incompleto e inacabado.
Los cánones de perfección son puramente convencionales y no tienen nada que ver con la realidad. Si los gringos piensan que el suyo es el Estado perfecto, deben andar en la luna. Todo el mundo puede ver que se trata de uno de los estados más corruptos que hay en el mundo, sólo que a lo bestia, por su tamaño; que su sistema jurídico no funciona y es horriblemente inequitativo e injusto (veamos lo que pasa con sus negros o sus “latinos” o sus indios); que la riqueza es el único parámetro que mide la eficacia y que decide el modo en el que se hace política, y tantas otras cosas que nos hablan de lo imperfecto e inacabado que es. De lo que se acusa a México es que no controla su delincuencia. En Estados Unidos la delincuencia siempre ha tenido sus propios territorios y cotos de poder (incluso políticos y judiciales). Hasta ahora empiezan a darse cuenta de que son el mayor mercado de drogas del mundo y, además, los que arman a nuestros delincuentes.
Si se concede, su Estado es tan “fallido” como el nuestro, sólo que más grandote y con muchísimos más recursos. Nuestros panistas gobernantes querrían hacer lo que hoy Obama está haciendo, sólo que ya no tienen suficientes recursos porque ya se lo robaron casi todo y ahora nos están endeudando a niveles que jamás habíamos alcanzado en el pasado y sin que podamos saber, como es el estilo de ellos, a dónde irán a parar esos enormes recursos venidos de fuera y que van a hipotecar nuestra economía por mucho tiempo.
La última ocurrencia es aquella que nos llega hablándonos del “Estado fallido”, expresión que, evidentemente, surgió de la jerga empresarial. De una empresa o de un empresario, en efecto, se puede decir que es o que está “fallido”; pero no es posible usar ese calificativo para ningún otro ente o acción que ocurra fuera del mundo empresarial. De un cuerpo, por ejemplo, se puede decir que está enfermo, en decadencia o deteriorado, mas no “fallido”. Incluso, de la economía de un país se puede decir que está en crisis (vale decir que está enferma), no “fallida”; las que andan “fallidas”, como ahora en Estados Unidos, son las empresas que la sustentan. Si el Estado las puede rescatar es porque es un ente político, no una empresa, como nuestros gobernantes panistas se empeñan en verlo.
Por supuesto que el Estado puede “fallar” en sus funciones y así se le puede comparar con un auto descompuesto o falto de mantenimiento. Pero el Estado no es un objeto. Es un conjunto de instituciones (organismos, cargos y leyes) que nunca podrá estar en quiebra como una empresa, sino sólo que funciona mal. Los islandeses ahora saben que su Estado está quebrado, endeudado e insolvente, y aun así no es un Estado “fallido”; no puede pagar sus deudas, pero sigue siendo soberano. Ese es el pequeño problema con esa “teoría”. La soberanía, por supuesto, tiene que ser efectiva. Si no es obedecida, simple y sencillamente ya no hay Estado.
Lo que sorprende es la inanidad teórica (significativa) de esa nueva ocurrencia. Se le vino a la mente a un par de investigadores gringos (uno de ellos el probable futuro embajador de Estados Unidos en México) que, además, querían definir la situación de un Estado conflictivo, en lo interno y en lo externo, como es Pakistán. Han sido algunos funcionarios estadunidenses, que acostumbran repetir como loros los “hallazgos” de sus estudiosos, los que nos han situado en la condición de Estado “fallido”. Si Pakistán no domina ni controla su frontera norte y, por ello, es un Estado “fallido”, pues México, que no controla las regiones dominadas por los narcotraficantes, es también un Estado “fallido”. La lógica es de vómito.
México no es un Estado “fallido”, no porque no funcione bien, pues funciona malísimo en manos de los panistas, sino porque el concepto mismo no es tal, no es concepto. Enrique Krauze publicó el pasado domingo un artículo en Reforma en el que refuta la tesis atendiendo a los logros del Estado mexicano, pero me pareció un ejercicio totalmente inútil, cuando más bien debió desenmascarar el sinsentido del pretendido concepto. Un Estado institucional gobernado por ineptos jamás podrá ser considerado un Estado “fallido”. Si, además, esos ineptos forman una partida de ladrones que no se dedican a otra cosa que a saquear la riqueza pública para beneficio de unos cuantos y de ellos mismos, ese Estado es también un Estado saqueado y su sociedad una sociedad despojada.
Teorizar sobre el Estado mexicano implicaría partir de sus particularidades hasta lograr una síntesis en la cual se le pudiera definir. Si decimos que se trata de un Estado institucional, queremos decir que es un Estado permanente que opera a través de órganos funcionales y regidos por leyes aprobadas regularmente; si queremos decir, en cambio, que es un Estado democrático, debemos partir del análisis pormenorizado de su proceso histórico de democratización y, al final, sacar como conclusión una síntesis en la cual se pueda retratar objetivamente lo que es en realidad como tal. A eso, en la teoría del conocimiento, se le llama “generalización”. Desde luego, entre la observación de lo particular, vale decir, de lo que es en realidad, y la síntesis o la generalización del conocimiento, hay sus excepciones.
Un Estado así definido no puede ser perfectamente institucional ni perfectamente democrático. La síntesis (o la definición) tiene que incluir aquello que no cuadra con su concepto. En el primer caso, Estado institucional, por ejemplo, que la corrupción es una excepción importante que distorsiona su principio o, en el segundo, Estado democrático, que hay imperfecciones (legales y políticas) que pueden demostrar que no es un Estado de verdad democrático, sino formalmente, o, peor, que es un Estado democrático “en formación”, vale decir, incompleto e inacabado.
Los cánones de perfección son puramente convencionales y no tienen nada que ver con la realidad. Si los gringos piensan que el suyo es el Estado perfecto, deben andar en la luna. Todo el mundo puede ver que se trata de uno de los estados más corruptos que hay en el mundo, sólo que a lo bestia, por su tamaño; que su sistema jurídico no funciona y es horriblemente inequitativo e injusto (veamos lo que pasa con sus negros o sus “latinos” o sus indios); que la riqueza es el único parámetro que mide la eficacia y que decide el modo en el que se hace política, y tantas otras cosas que nos hablan de lo imperfecto e inacabado que es. De lo que se acusa a México es que no controla su delincuencia. En Estados Unidos la delincuencia siempre ha tenido sus propios territorios y cotos de poder (incluso políticos y judiciales). Hasta ahora empiezan a darse cuenta de que son el mayor mercado de drogas del mundo y, además, los que arman a nuestros delincuentes.
Si se concede, su Estado es tan “fallido” como el nuestro, sólo que más grandote y con muchísimos más recursos. Nuestros panistas gobernantes querrían hacer lo que hoy Obama está haciendo, sólo que ya no tienen suficientes recursos porque ya se lo robaron casi todo y ahora nos están endeudando a niveles que jamás habíamos alcanzado en el pasado y sin que podamos saber, como es el estilo de ellos, a dónde irán a parar esos enormes recursos venidos de fuera y que van a hipotecar nuestra economía por mucho tiempo.
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