sábado, 4 de abril de 2009

DERECHO PARA MATAR

PORFIRIO MUÑOZ LEDO

La intensa semana de declaraciones entre México y Estados Unidos transcurrió bajo el signo del doble lenguaje. Inaugurada por la glamorosa visita de la señora Clinton, en contraste con la contundencia acusatoria de la secretaria de Seguridad Interna, culminó con la entrevista de Obama, fuente adicional para interpretaciones encontradas.
Hillary vino a formalizar la conversación de Washington entre los presidentes, cuando uno no entraba todavía en funciones. Pretendía ampliar los puntos de la agenda, excesivamente concentrada en la seguridad. Pero su tarea primordial era la diplomacia pública: cautivar a la sociedad y decirle al gobierno que ellos no piensan lo que ostensiblemente piensan.
Mientras tanto, la señora Napolitano asentía con el senador McCain que está en peligro la “existencia misma de México”: la acepción de Estado fallido referida al país mismo, no sólo a sus instituciones. Reconoció el “plan de contingencia” destinado a responder “al peor de los casos”; iniciativa del Pentágono ante la posibilidad de un “colapso” de nuestro país que infestaría la Unión Americana.
En el otro extremo: la conciencia crítica estadounidense y la racionalidad del discurso demócrata. “Oscilan entre la histeria y el mea culpa”. Descubren, antes que nuestro gobierno, las falacias de la apertura neoliberal y de una estrategia catastrófica, fundada en la presión política contra el productor y el rescate de las divisas. Admiten, en fin, que es “un camino de dos sentidos”.
La confesión de la DEA, “el combate al narcotráfico en EU ha sido un fracaso”, abre puertas insospechadas. Tanto como el aserto de la secretaria de Estado sobre la incapacidad de su país para “evitar el contrabando de armas” y frenar “la insaciable demanda de drogas”, que “entrega cada año al crimen organizado un arma de 25 mil millones de dólares”.
De ahí a proponer un cambio de modelo dista un abismo. Se encuentran atrapados a un tiempo por la exigencia de seguridad de sus compatriotas y el llamado al rescate del agónico gobierno mexicano. Si optaran por la línea dura, no se limitarían a aportar el equivalente de un día de la guerra de Irak. Si decidieran cambiar radicalmente la tonada, no tendrían la cooperación de un vecino enconchado que rechaza la revisión del TLC.
En la circunstancia, imponen la creación de una sospechosa “oficina bilateral”, cuya naturaleza jurídica resulta indefinida. Más que expresión de responsabilidad compartida, se antoja un paso hacia la dilución de soberanía. Una medida en apariencia inocente pero cargada de sentido pragmático, como la pregunta de Hillary ante la espléndida imagen de la Guadalupana: ¿y quién la pintó?
La cereza sobre la confusión fue la comparación de Calderón con el legendario Eliot Ness. Si el ánimo de Obama hubiese sido exaltar a su homólogo, el símil hubiera sido con un estadista como Jefferson, un mariscal como MacArthur o un héroe de la justicia blanca, como John Wayne. Enfundarlo en las cartucheras de un agente policiaco no parece encomio sino emanación del subconsciente.
La entrevista tiene dos vertientes. Una, difundida de inmediato por las agencias internacionales, acentúa afirmaciones enormes: que “la violencia en México está fuera de control” y que, si bien “no es una amenaza existencial para las comunidades de la frontera”, es evidente que “se ha salido de las manos”. Otra —alentada por Notimex— destaca la infortunada comparación, con el propósito de servir al patrón. Llovido sobre regado.
La reacción doméstica fue errática. Desde quienes agreden: “No queremos un policía de presidente”, hasta quienes se indignan: “Obama está perdido en series de televisión” y piden una nota diplomática de protesta. La verdadera cuestión reside en el mensaje subliminal.
El declarante sabe que el arresto de Capone no terminó con el crimen, sino lo multiplicó. En sus palabras: “Enfrentamientos que frecuentemente generan más violencia... estamos viendo que eso estalla”. Sabe también que fue Roosevelt quien encontró años más tarde la solución por la legalización del alcohol y el combate a la corrupción.
Debiera recordar que el lema de los intocables era “permiso para matar”, esto es, autorización ilimitada para violentar los derechos humanos. ¿En dónde quedó la denuncia de las atrocidades de guerra y el cierre de Guantánamo?
¿Cuál congruencia entre la exculpación verbal del Estado fallido y el envío como embajador de un experto en ingobernabilidad? La aceptación de la mentira ajena es el comienzo de la propia.

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