JOSÉ WOLDENBERG
A la memoria de un hombre bueno, divertido, cálido: Alex Zenzes.
Dar los resultados electorales tiene su gracia. Comienzo esta recapitulación del 6 de julio de 1988. La jornada electoral había transcurrido, pero en el momento en que debía fluir la información sobre los resultados de la primera elección presidencial competida de la era moderna, el sistema se cayó y se calló. Se desplomó y enmudeció. A partir de ese momento nada de lo que sucedió en materia de cómputo electoral resultó creíble.
Ese día asimilamos de manera dramática que conocer con rapidez y certeza los resultados de los comicios es un eslabón fundamental de todo proceso electoral. Dos valores hay que conjugar: rapidez sin certidumbre no vale nada y certidumbre lenta genera demasiada tensión. Fue por ello y porque nuestra legislación establece que el cómputo oficial se hace tres días después de los comicios, que se hizo necesario idear mecanismos para que la misma noche de la elección la autoridad pudiese ofrecer resultados veloces y ciertos (confiables). Para atender esa exigencia fueron creados los sistemas de resultados preliminares y adoptados los conteos rápidos. El primero es un censo, casilla por casilla, de las cifras que aparecen en las actas, y que puede ser consultado por cualquiera en tiempo real de manera agregada (resultados nacionales, estatales, distritales) o absolutamente desagregada (casilla por casilla). Los conteos rápidos son ejercicios a partir de una muestra representativa que proporcionan una estimación estadística de lo que serán las cifras finales.
En 1994 por primera vez fueron utilizados ambos. El PREP solo lo puede llevar a cabo la autoridad electoral (es la única que cuenta con la capacidad para recabar la totalidad de las actas) y quizá alguno de los grandes partidos. Pero conteos rápidos están al alcance de organizaciones no gubernamentales, diarios, televisoras, etcétera. El IFE afinó ambos instrumentos. Era necesario trascender el trauma y la crisis que generó la caída del sistema. Insisto: la noche de la elección el público tiene el derecho y la necesidad de conocer las tendencias electorales. Y el entonces secretario de Gobernación y presidente del IFE, Jorge Carpizo, estimuló a quien se puso enfrente, a realizar sus propios conteos rápidos. La lógica del doctor Carpizo era sencilla y contundente: si los conteos se realizan de manera profesional y objetiva por múltiples actores, al final estos acabarán coincidiendo con los de la autoridad y se generará una espiral de confianza. En esos comicios se realizaron 11 o 12 conteos rápidos y todos -salvo uno- coincidieron en las cifras finales. De esa manera diarios, televisoras, asociaciones civiles, refrendaron lo que la autoridad informó. Un auténtico círculo virtuoso.
En 1997, 2000 y 2003 el "modelito" volvió a funcionar. El IFE proporcionó datos censales desagregados con el PREP y estimaciones de los resultados finales a través de conteos rápidos. Pero también múltiples actores realizaron sus propios conteos y, como era de esperarse, coincidieron con los del Instituto. Además, en esos años -y aún antes- se multiplicaron las encuestas que fueron midiéndole el pulso a la voluntad de los electores a lo largo de las campañas. De esa manera conocimos las oscilaciones de los humores públicos, las altas y bajas de los candidatos y sus partidos, de tal suerte que no llegábamos a las urnas con una venda en los ojos, sino con información de cómo se había movido esa voluntad incierta y voluble de lo que llamamos sociedad. Un esfuerzo múltiple, cuyo eje y ancla era la autoridad electoral, que tendía a fortalecer la credibilidad de los resultados.
En 2006, sin embargo, el Consejo General del IFE con el aval de los representantes de los partidos, decidió que si la votación era muy cerrada no se darían los resultados de los conteos rápidos. (Creo que hoy todos reconocen que fue un error. Es precisamente cuando las elecciones son más reñidas que se requiere toda la información que tiene la autoridad). El PREP funcionó, pese a las fantasías que se pusieron en acto, de manera adecuada, pero al omitir los resultados del conteo, el resto de los actores que habían realizado ejercicios similares también se los guardaron. Quizá pensaron: "si la autoridad no los proporciona, nosotros menos". Ese silencio no solo afectó a esa elección sino que sentó un precedente y ahora ni los medios ni las agrupaciones no gubernamentales quieren "arriesgarse" con la presentación de los resultados de sus propios conteos. Se sentó un mal precedente.
A pesar de ello, las encuestas se siguieron realizando en serio y en serie. Pero, dado el escándalo que se produjo en 2012, cuando un puñado de importantes encuestadoras estuvo dando a lo largo del proceso un posible escenario que resultó mucho más estrecho el día de la elección, ahora también han menguado de manera considerable las encuestas que se hacen públicas sobre las intenciones del voto. Total: que el mecanismo que tan buenos resultados dio a lo largo de un periodo, parece que -por miedo- se empieza a desmantelar.
*Reforma 18-07-13
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