sábado, 27 de julio de 2013

INFANCIA Y VIOLENCIA*

ANA LAURA MAGALONI 

En México, ser un joven varón entre 18 y 25 años de edad que no terminó la primaria significa vivir en "un país tres veces más violento que el país más violento del mundo", según el interesante artículo de Merino, Zarkin y Fierro publicado en la revista Nexos de este mes. Según los autores, la tasa de homicidios de hombres entre 18 y 25 años sin primara completa, desde 2009, ha sido superior a 300 homicidios por cada 100 mil habitantes. La tasa homicidios a nivel nacional, en el 2011, fue de 25 y en Honduras, el país más violento del mundo, la tasa fue 92 homicidios por cada 100 mil habitantes. "Estos jóvenes -señalan los autores- con baja escolaridad representan el 17% del total poblacional de hombres entre 18 y 25 años, pero 44% del total de homicidios. Son ellos, a los que parecemos decir: son prescindibles".

¿Qué relación existe entre los niveles de escolaridad y la violencia? ¿Por qué disminuye la probabilidad de ser matado con arma de fuego el aumento en los niveles de escolaridad? Una respuesta simplista diría que a menores niveles de escolaridad existen menores oportunidades laborales y que, por tanto, aumenta la propensión a cometer delitos y terminar muerto por arma de fuego. Sin embargo, esta respuesta es tan superficial que no permite buscar soluciones al problema. No es lo mismo participar en actividades ilícitas por falta de oportunidades laborales que ejercer violencia. La pregunta a responder es: ¿cuáles son los ingredientes sociales, psicológicos, familiares que propician o hacen más factible que una persona opte por ejercer violencia contra otros? Del análisis estadístico de Merino, Zarkin y Fierro sobre homicidios en México, me parece que una posible clave está en entender cuáles son las diferencias entre los contextos sociales y familiares de los varones que terminan la primaria y los que no lo hacen.

La academia norteamericana lleva tiempo intentando responder a una pregunta similar: por qué los estudiantes de niveles socioeconómicos bajos tienen mucho menos probabilidades de terminar la universidad y de tener una vida productiva y feliz que los estudiantes de clase alta. Existe un gran debate al respecto. Sin embargo, algunos de los hallazgos más interesantes se han hecho desde las facultades de medicina y neurociencia. Después de una larga lista de estudios empíricos, lo que los académicos han concluido es que determinadas experiencias adversas en la infancia tienen un enorme impacto tanto en la salud como en el desempeño académico de los niños. Estas experiencias adversas han sido clasificadas en 10 categorías según nivel de gravedad. Se trata de experiencias como negligencia extrema en los cuidados físicos de los menores, padres/madres alcohólicos, adictos a la droga, encarcelados o en instituciones mentales, abuso sexual, abandono en casas de adopción, entre otras. El común denominador es que estas experiencias generan altos niveles de estrés en los menores, lo cual tiene repercusiones muy importantes en el desempeño escolar. Según señala Paul Tough, 51% de los menores que experimentan cuatro o más de las experiencias catalogadas como traumáticas tienen problemas de aprendizaje serios. Ello se debe a que el estrés afecta sobre todo a la corteza prefrontal, la cual es crítica para autorregular las funciones emocionales y cognoscitivas. Ello significa que los niños que crecen en ambientes familiares con alta tensión o estrés tendrán problemas para concentrarse, para permanecer sentados y para seguir indicaciones. Todo ello afecta negativamente su desempeño escolar. Pero, además, un mecanismo de defensa común de los menores que padecen experiencias traumáticas es ejercer violencia, de distintos tipos, en contra de otros. Todo ello junto es una combinación explosiva, pues, por un lado, disminuyen significativamente sus probabilidades de tener una vida productiva y, por el otro, aumenta la violencia social.

Me pregunto, en el caso de México, ¿qué porcentaje de los jóvenes de entre 18 y 25 años que no terminaron la primaria padecieron algunas de las experiencias traumáticas a las que se refieren los académicos norteamericanos? ¿Qué está pasando a puerta cerrada en los hogares? Hasta ahora, muy poco se ha hecho en México para abordar los problemas de violencia y abuso infantil. Ni siquiera tenemos dimensionada la gravedad del mismo. Tampoco existen protocolos en los hospitales públicos para canalizar a niños golpeados. Mucho menos la escuela ha generado mecanismos efectivos para detectar a menores violentados en sus casas. Todo lo que sucede en el hogar malamente se ha estimado que es "privado". Sin embargo, la violencia física y psicológica a los menores es un asunto de interés general, pues, según la investigación de punta en otros países, hogares violentos generan, en el largo plazo, comunidades violentas. Dicho de otra manera, Michoacán, Guerrero, los Templarios, los Zetas son, en último término, efectos de una sociedad que por muchos años ha sido extraordinariamente tolerante al abuso de los más débiles, tan tolerante que ni siquiera ve el problema.

*Reforma 27-07-13

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