viernes, 9 de agosto de 2013

BAJARSE DE LA NORIA ELECTORAL*

LORENZO CÓRDOVA VIANELLO

El proceso de cambio político en México fluyó a través de la vía electoral. Desde 1977, y gracias a una serie de graduales pero profundas reformas a las normas, instituciones y procedimientos electorales, el panorama político se transformó radicalmente.

A lo largo de tres décadas, a través de siete grandes reformas electorales se fueron atendiendo diversas necesidades que tenían que irse solventando para allanar la vía electoral como la vía primordial para democratizar el régimen político. Primero se abrió el otrora cerrado y excluyente sistema de partidos a la creciente pluralidad ideológica, y se permitió el acceso a la representación política en el Congreso a nuevas alternativas políticas. Luego se generó un conjunto de reglas e instituciones que garantizaran el respeto del voto de los ciudadanos. Finalmente, se crearon condiciones más justas de la competencia entre los diversos partidos, esencialmente mediante un financiamiento público generoso y un acceso a los medios electrónicos de comunicación que garantizaran una base de equidad entre los contendientes.

Los resultados están a la vista de todos: un sistema de partidos esencialmente incluyente y compuesto por institutos políticos diversos y consolidados; órganos representativos en donde la pluralidad política es reflejada aceptablemente; y la presencia de fenómenos típicamente democráticos como elecciones competidas, alternancia en los distintos niveles de gobierno, “gobiernos divididos”, ausencia de mayorías predefinidas, entre otros.

Sin obviar el hecho de que las reglas electorales siempre son perfectibles y su revisión periódica siempre es útil y necesaria para enfrentar los nuevos desafíos que la dinámica vida político-electoral presenta a lo largo del tiempo, en términos generales hemos construido un sistema electoral sólido y bastante acabado. De hecho, de todos los ámbitos de la vida pública, el electoral es en el que más hemos avanzado (sin demeritar cambios importantes en otros terrenos, como el de derechos humanos o la transparencia, pero que, con todo, no son comparables a los avances y al grado de sofisticación de las reglas e institucionalidad electorales).

Sin embargo, el gran problema que hemos enfrentado desde hace un par de décadas es que casi todos los grandes esfuerzos por revisar el diseño de las instituciones de gobierno (en eso que hemos denominado “reforma del Estado”) han terminado por ser reformas electorales. Si bien el cambio político era impensable sin una profunda y radical transformación de lo electoral, también es cierto que éste no agota, ni de lejos, el universo de los cambios y redefiniciones que requiere el diseño del Estado. En ese sentido, parte del problema que enfrentamos es que lo electoral sigue formando parte de las prioridades (cuando no es incluso el único planteamiento) de los actores políticos.

No hemos logrado pasar de lleno de la discusión de las reglas de acceso al poder a la de las reglas de ejercicio del poder. O dicho de otro modo, lo electoral parece ser la recurrente estación terminal de las concertaciones políticas de la que no logramos avanzar para pasar a discutir y solucionar los otros, cada vez más apremiantes, temas de la lista de pendientes del proceso democratizador.

Incluso ante la bocanada de aire fresco que representó la abultada y ambiciosa agenda del Pacto por México, que colocaba —¡por fin!— en su justa dimensión —o prelación— a lo electoral (hasta los acuerdos 89 y 90), las desavenencias políticas derivadas de las elecciones locales de este año volvieron a replantear, a través del addendum, la revisión de las normas electorales como tema prioritario, y condicional, incluso, del desahogo de los demás asuntos de esa agenda.

Siempre será conveniente contar con un marco normativo actualizado y que contemple mejores reglas y herramientas para mejorar la calidad de las contiendas electorales y fortalecer a las instituciones encargadas de organizarlas y arbitrarlas, pero frente a las graves y apremiantes decisiones (muchas de ellas eternamente aplazadas para tiempos mejores) que se requieren en otros ámbitos, debemos lograr bajarnos de la sempiterna noria electoral que agota esfuerzos y pospone la solución de los demás asuntos. 

*El Universal 09-08-13

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