martes, 13 de agosto de 2013

ZIPIZAPE*

JORGE ALCOCER

Pongámonos de acuerdo en al menos una cosa: en las sociedades contemporáneas los partidos políticos son consustanciales al sistema democrático; no puede haber democracia sin partidos, aunque lo inverso no sea necesariamente cierto.

A la visión de don Jesús Reyes Heroles (1977-1978) corresponde haber incorporado la figura de los partidos en nuestra Constitución; como entidades de interés público, sujetos a derechos y obligaciones de ley; como receptores de financiamiento público y otras prerrogativas. A esa calidad, los partidos suman otra, también de orden constitucional: son "organizaciones de ciudadanos", que se unen en torno a los principios, programas e ideas que postulan (así dice el artículo 41). Por esa segunda calidad, corresponde a los ciudadanos afiliados a un partido decidir cuáles son los principios y programas que lo diferencian de los otros, y las normas de su convivencia interna (los estatutos) respetando principios y reglas democráticas.

Recordemos que los partidos son parte, no el todo. Y que ni siquiera sumados representan lo segundo. En ellos se expresan y confrontan (al menos así debería ser) las ideas y propuestas que coexisten en la sociedad sobre la cosa pública, el destino de la Nación y las acciones de gobierno. Los partidos son vía para que esas diferencias, cambiantes, se procesen en un marco de legalidad y civilidad, a través del debate público y la realización periódica de elecciones.

Sería ocioso tener que estar recordando tales conceptos y esa parte de la historia, de no ser porque los partidos han perdido, en buena parte, el lazo que unía la base constitucional de su existencia con sus prácticas cotidianas. La extensión de la pluralidad y la competencia dieron lugar a las alternancias en el ejercicio de los cargos públicos; en 2000 vimos el fin del largo dominio del PRI en el Ejecutivo federal. Parecía perfilarse un sistema de tres partidos predominantes en la competencia y en la representación legislativa, capaces de aglutinar las corrientes ideológicas presentes en el nuevo siglo. No ha sido así.

Lo que hemos visto es un continuado deterioro de la vida interna de varios partidos, agravada por el resultado de las elecciones presidenciales de 2012 y los conflictos desatados por la firma y operación del Pacto por México. En varios casos no es exagerado hablar de una crisis en las dirigencias partidistas, que ha conducido a que la ya de por sí negativa conversión de los partidos en maquinarias electorales, ahora esté dando lugar a la desaparición de cualquier concepto o práctica ciudadana al interior de ellos, para dar lugar a la feroz disputa por cargos y recursos, entre grupos de interés. En otros casos, el partido y sus prebendas son negocio de familia, consanguínea o política.

El zipizape del sábado pasado en la Asamblea Nacional del PAN pone punto final a la imagen de ese partido como el de la "gente decente", que discutía sus diferencias con tolerancia y respeto y que, incluso en la ruptura, guardaba las elementales formas de la decencia política. No estamos ante divergencias como las que en 1976 impidieron al panismo postular candidato presidencial, o las que años más tarde condujeron a la salida de algunas de sus figuras de larga data y relevante presencia. Lo que vimos el sábado es el reclamo de unos, por supuestos derechos adquiridos en los 12 años de estancia en Los Pinos, ante quienes les ha tocado pagar los costos de una fiesta que termina en pleito campal por los restos del banquete.

Como se anuncia por los rijosos, el asunto terminará siendo ventilado ante la Sala Superior del TEPJF. Si lo aprobado el sábado en la Asamblea es anulado, habrá tercer round, en un clima de crispación interna sin precedente. Pero si los magistrados confirman lo resuelto, la primera elección del Jefe Nacional panista por la militancia de su partido se anticipa como el rosario de Amozoc, en vísperas de posadas. No sería extraño que, como ya le ocurrió al PRD, sea el TEPJF quien termine decidiendo quién ganó.

La unidad interna de los partidos es condición necesaria para su eficacia e imagen ante la sociedad. Para alcanzar la unidad tendrán que volver a discutir principios, programas e ideas. Hay que ciudadanizar a los partidos antes de que los ciudadanos les den por completo la espalda.

*Reforma 13-08.13

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