MIGUEL CARBONELL
En política el tiempo pasa muy rápidamente. La etapa de “luna de miel” del gobierno que encabeza Enrique Peña Nieto se agota y la ciudadanía pide resultados. El gobierno ha tenido la inteligencia de plantear una agenda muy ambiciosa de reformas y algunas de ellas han sido aprobadas (como la educativa y la de telecomunicaciones), pero ahora falta lo más difícil: hacerlas viables, por un lado, y aprobar el resto de las reformas que el Presidente ha planteado desde su toma de protesta.
En particular, hace falta aprobar dos reformas que, desde varios puntos de vista, suponen requisitos para que las demás sean viables: la energética y la fiscal, para que tengamos recursos con los que financiar la educación y el desarrollo del país. Necesitamos más infraestructura, mayores inversiones en salud, mejoramiento en seguridad pública y justicia (temas en los que están pendientes de implementar importantes reformas, por cierto), renovación de nuestras ciudades, etcétera.
Los partidos políticos no pueden salir con la tontería de negar su responsabilidad en la aprobación (o no) de las reformas energética y fiscal, ya que se trata de temas de Estado que van mucho más allá del corto periodo de un sexenio. Lo que se decida ahora en materia de energía y de fiscalidad va a afectar —para bien o para mal— la capacidad de los próximos gobiernos para llevar a cabo sus programas, sean del PRI, del PAN o del PRD. En lo inmediato el efecto será también para los gobiernos locales y municipales, que tendrán más o menos recursos en función de que se aprueben nuevas reglas para obtenerlos por vía fiscal o por medio de la renta petrolera.
En particular, la reforma energética va a ser una prueba de fuego para demostrar si nuestros políticos estarán o no a la altura de los desafíos que tiene el país. La reforma de nuestro sector energético (que va más allá de las cuestiones petroleras y que debe ser particularmente atenta en materia de gas y electricidad) no puede ni debe darse con base en suposiciones o prejuicios ideológicos. Por el contrario, lo que tenemos que hacer es mirar más allá de nuestras fronteras y aprender lo que ha funcionado y lo que no en países parecidos al nuestro. Lo peor sería que nuestros legisladores intentaran inventar el hilo negro.
Lo primero que hay que tener claro es que el Estado mexicano requiere atraer inversiones privadas para su sector energético. Hay que decirlo con claridad y sin darle vueltas.
Así lo hicieron en su momento Brasil y Colombia, lo que les permitió incrementar su producción y alcanzar muy buenos resultados. Tras la reforma de 1997, Brasil aumentó su producción en 150%, pasando de producir 841 mil barriles de petróleo por día, a su producción actual, que se ubica en 2 millones 108 mil barriles diarios.
Por su parte, Colombia llevó a cabo una reforma en 2003, con lo que incrementó su producción de 541 mil a 990 mil barriles diarios, es decir, un incremento de 83%.
Mientras todo esto ocurría, México redujo su producción de 3 millones 383 mil barriles diarios en 2004, a 2 millones 532 mil, que son los que producimos ahora.
Pero no sólo Colombia y Brasil operan su industria petrolera de esa forma. En todo el mundo se han establecido esquemas similares. Tengamos claridad en esto, para que nadie nos engañe: ni siquiera China, Cuba o Corea del Norte tienen un régimen jurídico tan cerrado en materia de hidrocarburos como el nuestro. Desde 2011 China comenzó a asociarse con empresas extranjeras mediante licitaciones en un modelo de producción compartida. Cuba permite la inversión privada extranjera, en crudo y refinación, a través de contratos de riesgo. En Corea del Norte empresas extranjeras han participado en proyectos de exploración y producción, no sólo mediante asociaciones con empresas estatales norcoreanas, sino que también lo han hecho de manera independiente.
Seguir pidiendo —como lo hacen algunos, de manera tan simplista como retrógrada— que Pemex haga todo y que todo lo haga solo parece ser un sinsentido que no tiene comparación, ni siquiera en algunos de los países con mayor aislamiento del mundo.
Ya se ha dicho hasta el cansancio, pero hoy hace falta repetirlo más que nunca: de una buena reforma energética depende el futuro de México. Ojalá nuestros políticos no desperdicien la oportunidad de sacarla adelante de la forma más adecuada y justa posible. Pronto lo sabremos.
*El Universal 08-08-13
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