JOSÉ WOLDENBERG
Quizá los datos agregados más sobresalientes del siempre relevante "análisis y medición de la pobreza" que cada dos años presenta el Coneval sean que la población en situación de pobreza pasó de 2010 a 2012 del 46.1 por ciento de la población al 45.5 (una disminución minúscula en términos relativos) y de 52.8 millones de personas a 53.3 (un incremento "pequeño" en términos absolutos). También que la población en situación de pobreza extrema disminuyó un poquito en cifras absolutas y relativas (del 11.3 por ciento al 9.8; y de 13 millones a 11.5), y que tanto porcentual como en números absolutos aumentó "la pobreza moderada" (del 34.8 por ciento al 35.7; y de 39.8 millones a 41.8). El informe permite detectar las oscilaciones en los diferentes estados e incluye innovaciones como la situación de las personas con alguna discapacidad física o mental, y debería ser un insumo obligado para políticos, académicos, periodistas e incluso para el "hombre de la calle". Pero como bien dijo el secretario de Hacienda, si el campo de visión se abre a los últimos 20 años, aparece una "inamovilidad" de los niveles de pobreza que debería ser el eje de una preocupación multiplicada que diera paso a un conjunto de políticas capaces de revertir tan drástico escenario. Cierto que las dos grandes crisis económicas (1994-95, 2008) mucho pueden explicar, cierto que la falta de crecimiento económico es otra "variable" que influye de manera significativa, cierto que la situación podría ser peor sin la existencia de "los programas de transferencias condicionadas... y de otros programas sociales", pero la pobreza que sella la vida de casi la mitad de la población está ahí y es la que dibuja lo que somos como sociedad. Un esperpento impresentable.
La oceánica pobreza resulta más ofensiva porque está acompañada de tres agravantes: a) la desigualdad, b) la indiferencia y c) la defensa de privilegios.
A) Somos una sociedad profundamente desigual. Recuerdo la sentencia del PNUD en el año 2005 que decía que si bien América Latina no era el continente más pobre (esa triste situación la vivía África), sí éramos el continente más desigual. Coexisten entre nosotros dos, tres o cuatro "Méxicos" diferentes. No se requiere ser un especialista sino simplemente salir a las calles, pasear por los caminos del país, asomarse al norte y al sur, para constatar que no somos una sociedad, sino múltiples sobrepuestas que difícilmente se identifican unas con otras. Los niveles de desigualdad son tales que resulta casi imposible (salvo desde la demagogia o quizá desde los deportes o desde algunas de las manifestaciones culturales) referirse a un nosotros inclusivo. Y la pobreza, en contraste con la riqueza, con la concentración de la misma, se vuelve (o debería volverse) más escandalosa.
B) El Informe de Coneval además de sus virtudes intrínsecas tiene una derivada. Durante dos, tres o cuatro días, los diarios, las radiodifusoras y la televisión, hablarán sobre la pobreza y la documentarán. No está mal. Pero me temo que una vez más, con el lento paso de los días, el tema volverá a evaporarse, a disolverse lentamente en medio del ruido ambiental. Lo que debería ser un asunto estelar y permanente de la política mexicana, una discusión seria y extensa sobre los resultados que ahora se publicitan, motivo de seguimiento y preocupación, plataforma para remar contra lo que quizá sea el rasgo más preocupante de la realidad nacional, una vez más puede ser flor de un día. Somos -como sociedad y como sociedad política- insensibles. No existen los resortes necesarios para activar voluntades colectivas, políticas de gobierno ambiciosas, iniciativas de organizaciones no gubernamentales. Lo cierto es que la medición de la evolución de la pobreza por parte del Coneval no produce los ecos permanentes que debería. Quizá la razón más profunda sea que la desigualdad es ancestral. No se inventó ayer ni antier. Las décadas y los siglos pasan y parece inconmovible. Y por supuesto nos hemos acostumbrado. No conmueve, no indigna, no moviliza.
C) La pobreza además no sería tan agresiva si no se reprodujera en un mar de privilegios que no se asumen como tales. Apenas se anuncia una eventual reforma fiscal que eventualmente puede gravar más a quienes más tienen y salta la "alerta por golpe del ISR a la economía" (cabeza de primera plana de Reforma, 28 de julio de 2013). ¿Qué se encontraba bajo ese título? La advertencia del senador Héctor Larios (PAN) de que "elevar la tasa del ISR a las personas de mayores ingresos puede... afectar gravemente la actividad económica...". Ya se conocen los argumentos cansinos y recurrentes: primero hay que ampliar la base de los contribuyentes, ajustar el aparato y el gasto públicos, eliminar la corrupción, o lo que usted guste y mande, pero que los que más tienen más contribuyan (en términos absolutos por supuesto, pero también relativos) eso sí que no. Los pobres pueden ser 53.3 millones, pero nadie está dispuesto a renunciar a sus privilegios.
*Reforma 01-08-13
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