RICARDO BECERRA LAGUNA
Pues allí lo tienen: tras un discreto proceso de negociación, los partidos políticos principales y el nuevo Presidente de la República, han podido reconocerse en un largo y abarcador “Pacto por México”.
Mi sorpresa es triple. Primero, porque se trata de un documento confeccionado tras semanas -o días-, luego de un muy amargo y supurado periodo postelectoral. Así y por lo visto, la discordia política no es del todo infértil o más bien, no solo produce resentimientos sociales que deambulan durante años.
Resulta que políticos que no podían verse ni en pintura y que no se ahorraron invectivas de toda laya para descalificarse por todo y contra todo, encontraron el tiempo y cobran ánimos para conversar y ubicar un montón de coincidencias que en el periodo electoral no aparecieron ni por asomo. De repente, la política halla un espacio para abandonar y trascender las querellas reales y las fingidas, si es que se quiere gobernar o incidir en las decisiones de gobierno.
La sorpresa es mayor por lo que significa para la política a secas: tímidamente, se renuncia a dos ilusiones autoritarias, que nos han hipnotizado: una que asumió el PAN desde muy temprano y que consistió en gobernar desde los Pinos y solo con los suyos, de frente –o de espaldas- a la oceánica mayoría opositora que habita el Congreso, las Cámaras, las Gubernaturas, los municipios y que reverbera todos los días en la soliviantada opinión pública nacional.
Por su parte, la propia realidad obligó al Presidente a hacer sus cuentas: por sexta vez consecutiva, la votación nacional federal de los necios y plurales mexicanos se dispersó en tres grandes continentes y el candidato ganador obtuvo un poco más de un tercio de los sufragios. Una vez más, la ansiada mayoría no apareció en ninguna parte y mucho menos, los artilugios imaginados para regalar curules y diputados al partido mayoritario, curules y diputados que la votación no entregó. Y si no hay mayoría lo que queda es… la política, más o menos, la ruta que expresa el propio Pacto por México.
Finalmente: la sorpresa radica en los temas que cincelan el documento, los temas que están incluidos y los que no quedaron en él. Es notable que la agenda social y la agenda de los derechos esté recogida en extenso: acceso universal a los servicios de salud; pensión para los adultos mayores de 65 años que no cuenten con un sistema de ahorro para el retiro o pensión; seguro de desempleo; seguro de vida para jefas de familia y un sistema nacional de programas de combate a la pobreza.
También merece subrayarse la centralidad de lo educativo, derechos humanos, la ley de víctimas y los acuerdos para la seguridad y la justicia, cuyo principal objetivo será: “recuperar la paz y la libertad disminuyendo la violencia, en específico se focalizarán los esfuerzos del Estado mexicano para reducir los tres delitos que más lastiman a la población: asesinatos, secuestros y extorsiones”.
La mención al acceso universal de la banda ancha y el anuncio de las dos nuevas cadenas nacionales de televisión abierta son también de la mayor importancia viniendo, precisamente, del Presidente Peña, pero más notable aún, me parece la no aparición de dos asuntos que le resultan muy caros: el incremento del IVA a alimentos y medicinas y los esquemas de privatización de PEMEX.
Así las cosas, el Pacto es una especie de promedio aceptable, una serie de temas equidistantes entre los intereses y las sensibilidades que representan PRI, PAN y PRD, y ese solo esfuerzo de localización, merece la pena y el apoyo.
Pero es importante sobre todo, para ordenar la discusión pública, para hablar de lo importante (“hay hambre en México”, y la tienen cerca de 40 millones de personas, reconoció sin el eufemismo de la “pobreza alimentaria” o de “las clases medias” el Presidente Peña) y para que la política, las reformas y la deliberación abierta y sin complejos se conviertan en eje privilegiado del nuevo gobierno.
No es hora de cantar aleluyas, se me dirá, y es cierto. Pero si el Pacto se traduce en programas concretos y decisiones firmes, será por que habrá arraigado en la intuición básica que lo soporta: México necesita de una coalición de gobierno, acuerdos si –como los que se lograron alcanzar-, pero también inclusión de “los otros” en el gobierno, compartir el poder y una mayoría legislativa estable que acompañe el experimento.
En ese sentido el Pacto representa sólo y premonitoriamente la entrada de México a la política de coalición.
*La Silla Rota 03-12-12
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