JOSÉ WOLDENBERG
No. No es la reedición de un viejo ritual. Tampoco una rutina inercial. Se trata de una operación política de grandes dimensiones que ciertamente tiene antecedentes, pero a los que rebasa con creces. Me explico. Desde que existe un pluralismo equilibrado en el Congreso se han construido convergencias inclusivas, coaliciones puntuales para la reforma de diversas normas constitucionales y legales, para la aprobación del presupuesto y la Ley de Ingresos. Pero todas ellas han sido coyunturales, volátiles, puntuales. Mientras el "Pacto por México", firmado por las tres fuerzas políticas más implantadas del país y el presidente de la República, representa una especie de programa de gobierno y legislativo abarcante y con un horizonte temporal vasto.
Sus temas son centrales y constituyen un abigarrado mural de los asuntos estratégicos de la llamada agenda nacional. No son ocurrencias, emanan de los nudos que aprisionan nuestra convivencia. "Acuerdos para una sociedad de derechos y libertades" (seguridad social universal, seguro de desempleo, combate a la pobreza, educación de calidad y con equidad, cultura como elemento de cohesión social, derechos humanos como política de Estado, derechos de los pueblos indígenas); "Acuerdos para el crecimiento económico, el empleo y la competitividad" (mercados competidos, acceso equitativo a telecomunicaciones, promoción de la ciencia, la tecnología y la innovación, desarrollo sustentable, reforma energética, banca y crédito como palancas del desarrollo, campo, deuda de los Estados, reforma hacendaria); "Acuerdos para la seguridad y la justicia" (reformas a los cuerpos de policía y penitenciaria, un solo Código Penal); "Acuerdos para la transparencia, rendición de cuentas y combate a la corrupción" (completar la reforma reciente en materia de rendición de cuentas, ampliar facultades al IFAI, Consejo Nacional para la Ética Pública), "Acuerdos para la gobernabilidad democrática" (gobiernos de coalición, ley de partidos, nueva metamorfosis electoral, reforma del DF, leyes reglamentarias de la reforma política). Incluso solo enunciados -y no son todos- resultan trascendentes, cruciales, máxime si el acento se coloca en la forja de una mayor equidad social.
El Pacto es posible porque el PRI, PAN y PRD hacen un reconocimiento de la legitimidad de sus adversarios y en ese sentido puede observarse como un eslabón civilizatorio: partidos con idearios, diagnósticos y propuestas diversas logran construir un piso común; partidos recurrentemente enfrentados -y que seguirán generando diferencias y conflictos- son capaces de delinear un horizonte inclusivo. Es también fruto del reconocimiento de la contundencia de la aritmética democrática: dado que ninguno tiene la mayoría de legisladores necesaria para gobernar en solitario, tienen que construir acuerdos, compromisos.
El Pacto sirve además para destensar las relaciones políticas, para -en principio- crear otro ambiente entre los involucrados -que en sí mismo puede propiciar más diálogo y acuerdos-, y para ofrecer al país un horizonte, una serie de objetivos y compromisos que pueden y deben ser evaluados por las más diversas voces.
El gobierno y el PRI ganan al demostrar que son capaces de sumar, de abrirse a los otros, de procesar iniciativas complejas. Corren el riesgo, sin embargo, de que al no cumplir sus adversarios puedan echarles en cara su inconsistencia, su morosidad, su retórica quebrantada. Es una apuesta que los viste, pero que multiplica las expectativas; que les inyecta vitalidad y fuerza, pero que eleva el nivel de exigencia a su gestión.
El PAN y el PRD también ganan en principio. Varios de sus reclamos y exigencias han sido incorporados al Pacto. No son entonces fuerzas solo testimoniales sino agrupamientos capaces de dejar su sello en las decisiones políticas importantes. De cumplirse el Pacto, en buena lid podrán decir que fue también gracias a ellos. Pero asimismo corren el riesgo de que si la apuesta falla, acaben siendo acusados de comparsas, ingenuos y cosas peores. Se trata pues de una "jugada" venturosa que precisamente por ser inédita tiene altos grados de incertidumbre.
En especial en el PRD ya se viven fuertes tensiones. Al parecer, a corrientes importantes no les gusta la forma en que se procesó el Pacto o no están de acuerdo con su contenido (o ambas), son aquellas que no están dispuestas a concederle nada al gobierno porque, creen o piensan, que con ello reblandecen su perfil opositor. Portan algo de lo que Tony Judt detectaba como una secuela de los años sesenta, "la conformidad con el inconformismo". De tal suerte que las derivaciones del Pacto en el seno del hasta hoy mayor partido de la izquierda mexicana, al parecer, también serán accidentadas.
Por lo pronto, sin embargo, hay que agradecer a quienes se atrevieron a platicar, negociar y a comprometerse con un ambicioso programa de reformas que eventualmente puede construir una convivencia mejor para todos. Hay que desear que no fallen. Por ellos y por nosotros.
*Reforma 06-12-12
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