miércoles, 12 de diciembre de 2012

PERSUASIÓN*


MARÍA AMPARO CASAR

Como candidato y como gobernante -en campaña y en gobierno- una de las principales virtudes y herramientas del político es la capacidad de persuasión. La capacidad de inducir, de incitar, de mover a quien se tiene que mover para hacer algo, para cambiar de lógica y de comportamiento.

En campaña el sujeto de la persuasión es el elector. Peña Nieto persuadió a más de 19 millones de electores de votar por él y llegó a la Presidencia. Pero en su calidad de gobernante los sujetos y las materias de la persuasión cambian. Ya no son los electores. Ya no opera el principio de un ciudadano, un voto.

Si en campaña y a la hora de votar mi voluntad vale igual que la del empresario más poderoso del mundo, que la del líder sindical, la del dirigente de un partido o la del cabecilla de los ambulantes, esto no es cierto una vez en el gobierno.

Gobernar es otra cosa. En la decisión de una nueva ley o de una nueva política pública las voluntades ya no valen lo mismo. Si yo me opongo a una reforma fiscal o apoyo una reforma energética, da más o menos lo mismo. Pero si a ellas se oponen una fracción parlamentaria, una asociación de empresarios o el sindicato petrolero, el Presidente está en problemas.

Gobernar es otra cosa. Las promesas no pueden cumplirse con pura voluntad. La intención de un Presidente no se convierte en decisión por el solo acto de así desearlo o de así instruirlo. Cuando se gobierna la pura determinación no alcanza. Lo digo porque en entrevista para el periódico Reforma (Roberto Zamarripa, 7/12/12) Peña Nieto declara de manera contundente su intención de introducir la competencia en mercados monopólicos o semi-monopólicos como el petróleo y las telecomunicaciones. Ahí declara: "es un compromiso ... estoy decidido a que así sea, porque estoy convencido de que la competencia es buena, es positiva para la sociedad mexicana".

Podemos creerle pero cuando se llega al poder las condiciones están dadas: un cúmulo de problemas heredados, un marco constitucional que le otorga más o menos facultades, un cierto reparto del poder político formal, una distribución del poder económico que limita el poder real y que definen ciertas condiciones sociales.

A Calderón le alcanzaron la convicción, la voluntad, la inteligencia, la fuerza y las facultades para liquidar a la Compañía de Luz y Fuerza. Era una acción dentro de su esfera de acción. Pero no le alcanzaron para la reforma fiscal, la energética o la de telecomunicaciones.

Para que a Peña Nieto no le pase lo mismo tiene que persuadir a los poderes formales y a los poderes reales de que lo que él quiere hacer es lo correcto, lo conveniente o, como él dice, "lo bueno o lo positivo para la sociedad". Tiene que lograr que los que tienen una parcela de poder -muchas veces mayor a la suya- se alineen con su diagnóstico y sus soluciones. Tiene que persuadir a "quienes importan" de que las soluciones que propone son aceptables y operables. Y pocas cosas más difíciles porque cuando de reformas de gran calado se trata, se pagan costos presentes por un futuro incierto; porque cuando de afectar intereses se trata, los afectados amenazan con movilizar sus recursos en contra de la decisión que los fastidia.

Poco puede hacer un Presidente sin el acompañamiento de la clase política pero también de la clase dominante que tiene forma de desplegar sus intereses particulares y para quienes en el vocabulario no figura el interés general.

Prácticamente no hay promesa que un Presidente pueda cumplir si no tiene el acompañamiento de "alguien más" y para tener ese acompañamiento la persuasión es el arma más poderosa.

¿A quién convencer? Primero a sus colaboradores. Vivimos en la ficción de que los secretarios de Estado son sus empleados y no tienen más opción que obedecer. Pero no es así de sencillo. Es cierto que sobre ellos pende el arma de la remoción pero también que ellos tienen más información y el Presidente menos tiempo de cuidar los detalles de una política pública por él ordenada.

Tiene que convencer a quienes comparten con él el poder formal. Si no forma mayoría en el Congreso, muchos de sus compromisos se irán a pique. Tiene que convencer a los inversionistas de entrar en una aventura conjunta para la prosperidad. Tiene que convencer a los intereses particulares que es mejor transitar por la ruta de la negociación que por la del enfrentamiento; que convencerlos es mejor que vencerlos. De paso, no sobra -aunque gobernantes anteriores hayan pecado del exceso de buscar el aplauso público-, tiene que convencer a la población sobre el rumbo del gobierno.

En los próximos años, del tamaño de la persuasión será el tamaño de las reformas.

*Reforma 11-12-12

No hay comentarios: