jueves, 4 de diciembre de 2008

POBREZA, DESIGUALDAD Y CRISIS

JOSÉ WOLDENBERG

La pobreza es un mal en sí mismo. La exclusión de una serie de bienes materiales y culturales segrega a franjas importantes de la población. Pero la pobreza aunada a las profundas desigualdades que cruzan al país es un agravio multiplicado. Ambas tienden a erosionar la cohesión social, a generar ciudadanos incompletos -incapaces de apropiarse y ejercer sus derechos- y a debilitar la adhesión a las fórmulas democráticas de convivencia.Son rasgos que han marcado profundamente nuestra coexistencia y que ahora en tiempos de crisis pueden -aunque no deben- agudizarse. Por ello un "Grupo Plural" de personas convocamos a muy diferentes especialistas a debatir sobre los retos que México tiene enfrente. El evento se realizó el 26 y 27 de noviembre y la siguiente es una especie de síntesis apretada de lo que ahí se dijo (por supuesto que en ella se pierden todos los matices y la riqueza del debate).Todo parece indicar que la crisis que estalló en Estados Unidos y que se expande por todo el mundo generará una recesión fuerte y prolongada. Como dijo Norma Samaniego, "los sistemas de alerta temprana no funcionaron" ante una especulación desmedida y desregulada. Se logró que el consumo aumentara sin incrementar los ingresos, por la vía del crédito, como dijo Adolfo Helmut, y ahora se pagan las consecuencias. Ello tendrá importantes repercusiones en nuestro país: aumento del desempleo, disminución de las remesas, eventualmente del turismo, precios del petróleo a la baja, contracción del crédito (sobre el posible retorno de migrantes hubo posiciones encontradas: los que creen que quienes ya se encuentran en Estados Unidos buscarán formas de colocarse en aquel mercado de trabajo y quienes piensan que un buen número de ellos volverá al país).En ese nuevo marco, el muy lento proceso de disminución de la pobreza puede sufrir reveses importantes, mientras la desigualdad quizá se haga más profunda. Menos inversión y las fuertes restricciones al crédito pueden generar una espiral perversa: escaso crecimiento económico (si no es que recesión o decrecimiento), menos generación de empleos, aumento de la informalidad. Además, un incremento en la brecha regional de las desigualdades (un Norte mucho más próspero que el Sur). Y a ello hay que agregar un Estado que tradicionalmente capta escasos recursos por la vía impositiva y que destina a gasto corriente la parte fundamental de los mismos.Lo nuevo, sin embargo, como lo apuntó Paul Krugman, es que las percepciones sobre las causas y las eventuales recetas ante la crisis se han modificado de manera sustantiva. Si a principios de los noventa, las instituciones internacionales atribuían las vicisitudes de la economía a la excesiva participación estatal, hoy, por el contrario, se asume que dejar al mercado en entera libertad sólo puede desembocar en nuevas y más profundas crisis. No es casual entonces que del lenguaje hegemónico estén desapareciendo las nociones de privatizar y desregular, y que las soluciones se busquen en casi todo el orbe con un giro hacia la izquierda.Varias veces se recordó que a la crisis de 1929-32, le siguieron políticas redistributivas que ayudaron a construir una trama social más equitativa: el New Deal de Roosevelt, los Estados de Bienestar europeos, la política cardenista en nuestro país. Se asume que las condiciones no son las mismas, pero ayudan a ilustrar que las "salidas a las crisis" no son una fatalidad, que no se encuentran predeterminadas.La necesidad de un Estado fuerte -recaudador, redistribuidor, regulador-, en el marco de nuestra germinal democracia, apareció una y otra vez. Incluso la necesidad de que en el marco del Grupo de los 20, México pueda jugar un papel más activo, poniendo en la agenda las urgencias de las llamadas economías emergentes y la eventualidad de un nuevo sistema monetario.Repito: la pobreza y la desigualdad tiñen buena parte de las relaciones sociales y erosionan la cohesión social. Y la crisis puede agravar esos problemas. Se trataría entonces de intentar atenuar el impacto social de la crisis, de no dejar a la inercia la "solución" de las derivaciones siniestras de lo que ya está aquí o en el horizonte.En relación con la ruta para el trazo de las políticas necesarias se esbozaron dos caminos que no necesariamente son excluyentes: un pacto producto de la deliberación en el propio Congreso, tomando como antecedente la experiencia de la reforma energética, y/o la búsqueda de un acuerdo económico social entre los antes llamados "factores de la producción".Se trataría de construir políticas anticíclicas y generadoras de empleo. De fórmulas amortiguadoras como el gasto en infraestructura; estímulos fiscales a las industrias creadoras de puestos de trabajo como la de la construcción; reducción del gasto corriente a favor de la inversión productiva; políticas concentradas en la población más vulnerable y la reasignación de ciertos subsidios; programas de empleo temporal; regular los mercados especulativos.Se habló incluso de repensar al país para trascender el crecimiento magro, la no generación de empleos formales, el déficit en el ejercicio de los derechos sociales, y el proceso de fractura social que acompaña a todo ello. Se puso sobre la mesa de la discusión la posibilidad de construir un sistema de seguridad social universal, no ligado a la situación laboral, lo que reclamaría una profunda reforma fiscal.Porque como afirmó Gustavo Gordillo, en el escenario aparecen tres horizontes: una "decadencia administrada", una "restauración conservadora" y una "modernización democrática". Creo que sobra decir que esta última sería la mejor apuesta.

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