martes, 30 de diciembre de 2008

HACER UNA PAUSA

JAVIER CORRAL

Las postrimerías de 2008 nos conducen a pensar en un balance necesario de nuestras vidas y a reflexionar sobre nuestra vida en comunidad. Del ejercicio personal habría que recordar a George Steiner cuando afirma que “el pensamiento es inmediato sólo para sí mismo”, y ahí cada quien tendrá los resultados de sus acciones y omisiones en la medida que tenga el valor de descender a las carencias y a las insuficiencias personales, a quien realmente le interese reconocer su obra personal en la vida. Pero de ese ejercicio singular puede sobrevenir una reflexión colectiva, capaz de cambiar al mundo en sus malas maneras.
El hombre de nuestro tiempo debiera detenerse con más frecuencia para pensar en la forma que está resolviendo su vida y, con su actuar, la de los demás. Si estamos o no haciendo las cosas bien, con relación a la mismísima sustentabilidad del planeta que habitamos.
De estos seres humanos, pienso, los que se dedican preferentemente a la política debieran tener como otro de los imperativos estratégicos hacer un receso para generar un momento retrospectivo. Pero entre ellos no es un proceso frecuente, porque pensar retrospectivamente conduce a hacer una pausa, detener por un momento los elementos que constituyen la base de control y autoridad a nuestro alcance, de poder y significación. Y pausar tiene la aberrante connotación en la disputa por el poder, de generar un vacío. Luego aplican como dogma, la máxima de que en política no hay vacíos, porque alguien los llena. Y en ese torbellino que es el quehacer público, gana la acción apresurada sobre la meditación, y no se pueden parar un momento.
El hombre diario, el hombre en general, no se detiene. Lo que es peor, vivimos el frenesí de la velocidad en todo, y así como en el mundo de la tecnología de la comunicación cada día tenemos más información pero sabemos menos, la aceleración no nos está funcionando para llegar puntuales a nuestros destinos, sino que tiene accidentado al planeta; la mayoría de la humanidad está herida por el hambre, la ignorancia, la insalubridad y la guerra. Mil 400 millones de personas viven en extrema pobreza.
Sólo en este año se nos juntaron cuatro crisis mundiales —la ambiental, la alimentaria, la energética y la financiera— y a nuestro país lo sacuden la inseguridad y la violencia criminal del narcotráfico. He pensado en esto los últimos días de 2008, movido por una singular convocatoria que me dejó girando: me invitó el cineasta Alfonso Cuarón a la casa de mi querida y admirada Denise Dresser para hablarnos a un grupo multidisciplinario de la importancia de pausar. Cuarón tiene clarísimo el potencial que significa esa acción en la transformación de la faz de la Tierra, exactamente como tiene el conocimiento para hacernos del cine un instrumento de elevación humana. Esperemos que pronto se concrete el proyecto que sólo él puede anunciar.
Lo importante es dar cabida a la pausa como espacio para la reflexión en el destino de nuestra vida y de nuestro prójimo. Hacerlo de manera tranquila o al menos apaciguados. Como lo recomienda la Desiderata poética: “Camina plácido entre el ruido y la prisa, y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio”. Es menester formularnos muchas preguntas, cada quien de su entorno y en sus responsabilidades. ¿Cómo estamos haciendo las cosas como personas, como ciudadanos? ¿Hacia dónde se conduce el concepto de familia? ¿Todavía hay patria? ¿De qué manera se comportan los gobernantes? ¿A qué intereses sirve el gobierno? ¿Hacia dónde camina la política de los partidos? ¿Cuál es la misión de las iglesias? ¿Qué tanto están educando los maestros? ¿Cómo realizan los médicos su vocación frente a los enfermos? ¿Qué relación tienen los comunicadores con sus auditorios?
Si, de acuerdo con Oscar Wilde, el vicio supremo de la conducta humana es la superficialidad, no habría peor rostro de ella que la mera contemplación del tiempo que transcurre, sobre todo del tiempo perdido, sin un balance real. Y en México hemos perdido enormes oportunidades este año frente a lo que podríamos ser como nación.
Auscultemos, pues, un poco ese transcurrir anual que se acaba; y reflexionemos también, como escribió el enorme Sándor Márai en La hermana, la novela que le siguió a El último encuentro, “sobre la curiosa indiferencia con que el destino regula nuestras vidas”.

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