sábado, 6 de abril de 2013

APOCALÍPTICOS Y DESDIBUJADOS*

RICARDO BECERRA LAGUNA

Como en los insondables artefactos de Philip K. Dick, el encanto (y la fuerza) del Pacto por México proviene de su fragilidad “…lo más probable es que nunca se hubiese materializado… la inercia de las cosas lo hacía inviable… lo obvio es que su existencia será efímera…”. 

¿Y?
Entre nosotros, la gran noticia es la contraria: se hizo, el Pacto superó un pasado insoportable y aburrido de 16 años acumulados sin acuerdos amplios y sustantivos. En cambio, el Pacto está produciendo cambios impensables hace apenas unas semanas… impensables digo, por su calado y consecuencias. Y esta es la gran novedad de la política mexicana.
No obstante, ha tenido una contestación rutinaria y perezosa, repetitiva unas veces y otras, forzada e inercial. En los medios, la hay de tres tipos: la crítica antipacto que proviene de la izquierda chabacana; la crítica espejo que lanza la derecha –precisamente- porque en el acuerdo se incluyó al PRD y, finalmente, la crítica más deportiva, la intelectual, la crítica porque sí, porque algo criticable se debe decir. Veamos. 
Martí Batres, del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), en plena Semana Santa, dijo que el Pacto por México desdibujó a la oposición y le dio un balón de oxígeno al PRI. El dirigente comete un triple error.
En primer lugar, aritmético: el señor Peña Nieto obtuvo 19.2 millones de votos. El señor López Obrador se granjeó la nada despreciable suma de 15.8 millones… es decir, con todo y el arrastre de su movimiento, una diferencia de 3 y medio millones de votos ¿quién necesitaba del oxígeno?
En segundo lugar: la izquierda ha conquistado –el mismo día, en el mismo lugar, en las mismas elecciones, con las mismas reglas y con las mismas autoridades- varias gubernaturas (Tabasco y Morelos, ni más ni menos) y una vez más, por una votación casi soviética, a la Capital de la República. Este hecho político enorme y sustancial ¿no convierte a la izquierda en fuerza corresponsable del orden político nacional? En otras palabras ¿no era necesario un acuerdo para gobernar dados los votos, responsabilidades, reparto del poder y administraciones que las urnas nos trajeron?
Y en tercer lugar, el PRD, el MC y el PT juntos, representan 28 senadores. O sea el 22 por ciento del total. Y correlativamente 135 diputados, casi el 30 por ciento del conjunto… Ese es el peso real, parlamentario, emanado de la votación, que le corresponde a lo que llamamos izquierda (y que no fue impugnado, dicho sea de paso).
Números gruesos representan la tercera parte de la representación nacional. Con ese tamaño ¿puede la izquierda jugar el papel de convidado de piedra en la gobernación y representación de México? Claro que no.
Por eso es un error hablar de “desdibujamiento” y más correctamente, se debe hablar de corresponsabilidad y responder a la pregunta crucial ¿debe o no la izquierda participar en las decisiones públicas más importantes? ¿su peso y sus votos, no la obligan precisamente a hacer gravitar sus posturas en los cambios centrales?
Lo sintomático y paradójico es que Batres comparte el diagnóstico con otros tantos analistas, para los cuales el Pacto, en su insensata ambición consensual, “retrasará lo importante”, representa una fórmula bígama –no queda bien con uno o con el otro- y envilece las reformas que de otro modo, el PRI y el PAN podrían formular y emitir sin tantos rodeos, en un estadio técnico más puro, menos contaminado, pues a fin de cuentas el pacto “es un listado heterogéneo dada la estrategia de querer sentar en la mesa tanto al PRD como al PAN”.  
Pero ¿de verdad se puede dejar fuera de foco la visión y la propuesta de la tercera parte de la representación nacional? ¿a dónde han conducido las reformas estructurales que han prescindido de la izquierda? ¿no es cierto que necesitamos un balance de las reformas estructurales elaboradas sin la izquierda en los últimos 20 años?
En mi opinión, esto es lo que viene a corregir el Pacto: inyectar a los cambios una sensibilidad ausente durante décadas, el componente de equidad y de justicia que se prometían siempre –pero después- como resultado de las reformas estructurales.  
Finalmente: los críticos que antes de cualquier cosa, se sienten obligados a serlo. No encuentran una buena razón, un argumento sustantivo, sino el recoveco malhadado, el efecto de composición, por el cual, el Pacto merece ser atacado y menospreciado.
“Opaco”, “cupular”, “anulación del Congreso” y “dimisión de las oposiciones” son los señalamientos que varios comentaristas han hecho para señalar la fea cara del Pacto.      
A mi modo de ver, las cosas son al revés: todas y cada una de las decisiones que la Comisión del Pacto ha acordado, debieron pasar por las Cámaras -Diputados y Senadores- y por 17 Congresos locales –al menos- todos elegidos por voto popular. La oposición –el PRD y el PAN- ha estado en cada una de las reformas, han puesto sus preocupaciones fundamentales en cada documento y todos los borradores han sido discutidos y ventilados en el Congreso.
Si creemos en la evidencia, el Pacto es un proceso cuidadoso en la sustancia tanto como en la forma, cuyos dilemas han sido bastante públicos.  
Por eso me sorprenden los intelectuales que acometen la farragosa tarea de criticar al Pacto –no por su significado, no por el fondo, no por sus consecuencias prácticas, no por su pertinencia política- sino por sus defectos estéticos, “de forma”.   
Es el tercer tipo de crítica anti-pacto: la del intelectual que ha asumido como misión primordial denunciar a la clase política, obligadamente, pase lo que pase y haga lo que haga.
El oficio del crítico no trata de dar cuenta del contenido y del sentido de los cambios en la vida pública y con base en ellos, emitir un juicio. No: se trata precisamente de aparecer crítico, ocurra lo que ocurra, aunque para hacerlo se eche mano de ideas dogmáticamente necias.  
Por el contrario: para mí, el contenido de las reformas, su análisis puntual, tendría que definir el carácter de la crítica, caiga quien caiga, toque los intereses que toque, incluso si sobreviene la horrible circunstancia de que las opiniones propias hayan llegado a ser mayoría y se conviertan en orden constitucional.
Tengo la impresión que el Pacto por México ha descolocado a muchos intelectuales precisamente porque está convirtiendo en realidad –por fin- muchas de las preocupaciones y señalamientos históricos de esas mismas voces críticas.
Y algo más: el Pacto ha revelado que contamos con políticos camaleónicos, que pueden dejar de ser aquella runfla incompetente, acomodada y psicótica, para revelarse como unos especímenes sagaces, capaces de aprender, autosubvertirse y de cambiar. 
Una clase política que, en un trance de lucidez, hizo las cuentas, reconoció su propia, aburrida historia de parálisis político –por tres lustros- y está ofreciendo el espectáculo inédito de una alternativa consensual.
Es frágil, durará poco, está lleno de enemigos, pero el Pacto es un esfuerzo que no merece el tipo de crítica autosatisfecha que han emitido, tanto los apocalípticos como los desdibujados. 

*La Silla Rota 01-04-13

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