DANIEL ZOVATTO
Una Venezuela polarizada enfrenta por primera vez, en una década y media, un proceso electoral sin Chávez. Las elecciones presidenciales de este domingo 14 de abril colocan al país en una encrucijada histórica. La victoria de Nicolás Maduro significará la inauguración de un fenómeno que ha venido insinuándose desde diciembre pasado: el “chavismo sin Chávez”.
Por el contrario, el triunfo de Henrique Capriles daría inicio al poschavismo mediante un proceso progresivo y altamente complejo de “deschavización” del Estado y sus instituciones.
Ventaja de Maduro, apelando al recuerdo de Chávez
Maduro, actual Presidente interino y candidato del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y el opositor Henrique Capriles, candidato de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), son los principales protagonistas de esta campaña en la que, pese a la ausencia física de Chávez, el fantasma del Comandante Presidente ha estado omnipresente.
Ha sido una contienda electoral cortísima pero intensa, muy emocional y altamente polarizada, caracterizada por una guerra de denuncias y descalificaciones más que por un debate de propuestas de fondo. Durante los últimos días la campaña se ha visto teñida de violencia verbal y física proveniente del gobierno y de grupos armados cercanos al chavismo, y plagada de rumores acerca de supuestos planes de desestabilización y de violencia de parte de la derecha venezolana en asocio con mercenarios salvadoreños y paramilitares colombianos.
Desde el oficialismo, el ex presidente Chávez ha sido repetidamente nombrado, exaltado y venerado por sus partidarios como una forma de mantener el nexo entre los votantes chavistas y su “sucesor designado”: un gris y poco carismático Maduro. El chavismo ha apuntado, asimismo, a desanimar a los opositores y a intentar debilitar la imagen del candidato Capriles, asociándolo con los gobiernos “oligarcas” del pasado. Por su parte, el bloque opositor apuesta a diferenciar a Maduro de Chávez, a acentuar la personalidad más débil y menos carismática del primero y a poner en evidencia los graves problemas que aquejan a Venezuela luego de 14 años de chavismo. La oposición ha tratado de mantener viva la denuncia y la protesta política, centrando su discurso en pro de un modelo económico y social mixto, la defensa de la constitución y la democracia pluralista.
Pese a las limitaciones de Maduro, el oficialismo es el favorito en estas elecciones. Maduro inició la campaña con una ventaja cercana a los 15 puntos porcentuales de intención de voto sobre Capriles. A dos días de las elecciones la mayoría de las encuestas siguen mostrando una ventaja a favor del chavismo pero cada vez más estrecha.
Las razones del favoritismo oficialista son varias: primero, el recuerdo de Chávez cuya larga enfermedad y su muerte han facilitado la consolidación de una corriente de opinión favorable al chavismo y que es transferible, a corto plazo, a sus herederos políticos, especialmente a Maduro a quien designó (la noche del 8 de diciembre) como su único y legítimo sucesor. Esto se une a una pluralidad de políticas sociales impulsadas por el chavismo desde 1999 que han elevado el nivel de vida de una parte considerable de la población que mantiene una vinculación ideológica-económica-sentimental con el régimen.
En segundo lugar, la oposición antichavista no ha sido capaz en 14 años de romper la hegemonía chavista con un sector muy importante del electorado. Primero lo intentó a través del golpe y el boicot económico, luego con tácticas destituyentes y posteriormente abandonando las instituciones. En 2006 buscó la vía electoral con poco éxito (Manuel Rosales encarnaba el viejo régimen) y con más acierto en 2012 al apostar por la juventud y renovación de Capriles.
Además, el chavismo, pese a haber tomado recientemente medidas traumáticas e impopulares, como las dos devaluaciones del Bolívar, sigue siendo el favorito pues viene de imponerse en las presidenciales del 7 de octubre y en las regionales del 16 de diciembre del año pasado.
Una campaña electoral inequitativa
El Consejo Nacional Electoral (CNE), concentró su labor en los aspectos técnicos y organizativos del proceso electoral pero no hizo nada para garantizar una contienda justa y equilibrada. Se trata de unos comicios caracterizados por una elevada asimetría entre un candidato-presidente que tiene todo a su favor y un candidato opositor para quien esta nueva elección presidencial (como la del pasado 7 de octubre) es una competencia desigual y plagada de obstáculos.
El régimen chavista (autoritarismo competitivo) desde que alcanzó el poder a fines de los años noventa ha aplicado la misma estrategia: tener el control de todo el aparato del Estado y utilizar esa ventaja para ir ganando una elección tras de otra. El control del régimen sobre las instituciones incluye a la Asamblea (donde tiene mayoría), al Tribunal Superior de Justicia (quien interpretó los artículos 231 y 233 de la Constitución de manera favorable a Maduro) y al CNE, donde el chavismo tiene cuatro de cinco magistrados en su directiva. Esto abre las puertas a que se produzcan numerosos abusos referidos a la utilización de los recursos públicos por parte del gobierno en provecho propio, incluido convertir los medios de comunicación públicos en instrumentos exclusivos para la campaña del candidato-presidente.
Para decirlo de manera directa: el problema central del sistema electoral venezolano no pasa por la existencia del fraude o por sus aspectos técnicos, sino en la falta absoluta de condiciones equitativas de la contienda electoral, inequidad que juega claramente a favor del oficialismo. El ventajismo chavista es mediático pero también económico e institucional pues el oficialismo utiliza todos los recursos del Estado, incluidos los cuantiosos recursos de la estatal PDVSA.
Escenarios y retos de futuro
A menos que haya sorpresa (improbable pero no imposible), el escenario más factible es que el chavismo resulte vencedor este domingo. Uno de los factores claves radica en el nivel de participación electoral. El comando que logre movilizar mayor número de votantes este domingo será quien tenga más posibilidades de triunfar.
Si Maduro supera los once puntos de ventaja sobre Capriles (la diferencia que logró Chávez en octubre) saldrá fortalecido aunque muchos pensarán que en realidad los votos más que suyos son de Chávez. A corto plazo, sin embargo, el “chavismo sin Chávez” a cargo de Maduro habrá dado un paso importante. Por el contrario, si obtiene menos votos que Chávez su liderazgo quedara debilitado justo cuando deberá tomar, en breve, una serie de decisiones muy impopulares para hacer frente al empeoramiento económico que padece el país sobre todo vía inflación, inseguridad y déficit fiscal y comercial. Sin el carisma ni el liderazgo de Chávez y con un chavismo unido en torno a él solo de forma coyuntural, las grietas en el oficialismo podría cobrar fuerza y surgir liderazgos alternativos. Tampoco está claro si Maduro (de ganar) acentuaría los rasgos autoritarios del régimen o, por el contrario, buscaría abrir espacio de dialogo y acuerdos con la oposición.
La apuesta de Capriles de volver a competir como líder de la oposición es igualmente riesgosa. Si recorta las diferencias con el chavismo, aun perdiendo, quedaría legitimado en su papel de líder de la oposición. Por el contrario, si pierde por mayor o igual distancia que frente a Chávez, la oposición, que en febrero ya empezaba a plantearse cambiar de líder, muy probablemente buscará nuevas figuras para seguir intentando derrotar al chavismo en próximas elecciones.
El escenario más complejo seria un resultado muy cerrado en una u otra dirección, ya que podría potenciar la tentación de parte del sector perdedor a no aceptar los resultados. En un contexto con estas características, el papel del CNE y de las Fuerzas Armadas (instituciones cuya cercanía con el oficialismo es evidente) será clave.
Resumiendo: gane Maduro o gane Capriles deberán hacer frente a un horizonte poco envidiable. Lidiar con la compleja situación económica será el principal reto del nuevo presidente. La inflación de más del 20% no es un fenómeno coyuntural sino estructural que debe ser corregido de forma urgente. La inseguridad ha convertido a Caracas en la tercera ciudad más violenta del mundo. Por su parte, la escasez de divisas y el desabastecimiento complican sobremanera el día a día de la clase media y las clases populares. El régimen mantiene de forma artificial el consumo con un gasto público creciente que ha provocado un alto déficit fiscal (entorno al 18% antes de la devaluación).
Triunfe Maduro o Capriles los tiempos de la “plata fácil chavista” parecen haber llegado a su fin. Se acerca una época de recortes del gasto público y de medidas de ajuste las cuales podrían llegar a provocar un fuerte descontento ciudadano con el futuro gobierno. Un problema que podría ser más complejo aún en el caso de un triunfo opositor pues un hipotético gobierno de Capriles deberá emprender en simultaneo la deschavización del aparato del Estado y de las instituciones a la vez que tomar medidas poco populares todo lo cual podría generar una crisis de ingobernabilidad.
Ocurra lo que ocurra, el 15 de abril comienza una nueva etapa en la historia del país, la de la Venezuela sin Hugo Chávez que asumirá la forma del poschavismo de Capriles o la del “chavismo sin Chávez” de Maduro. Una encrucijada histórica en la que Venezuela se juega, como nunca, su futuro.
*http://www.estrategiaynegocios.net 12-04-13
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