viernes, 28 de noviembre de 2008

OTRA CARA DE LA POLÍTICA

JOSE WOLDENBERG

Hay algo que me preocupa de ese fenómeno inasible y aéreo al que algunos llaman psicología social: La forma en que la mayoría de las personas evalúa los resultados de la Selección Nacional de Futbol. Al parecer, están convencidos de que somos mejores que el resto de los equipos de la Concacaf; que México es o fue un gigante en la zona; y por ello, cada derrota o empate es vivida como un fracaso excepcional.El problema de fondo es que ni la historia ni los resultados son capaces de apuntalar tan peregrina idea. No obstante, y a pesar de las evidencias, la premisa de la superioridad sigue sin sufrir demasiada mella. Como si la realidad no pudiese siquiera erosionar esa convicción cuasi religiosa.La sección Cancha realizó un más que pertinente ejercicio de memoria para recordarnos las vicisitudes de nuestra selección en los partidos eliminatorios de los campeonatos mundiales (21-11-2008). Guillermo Flores recuperó los resultados de la Tricolor ante los cinco rivales que tendrá que enfrentar México en el hexagonal de donde saldrán los tres equipos y medio para el Mundial del 2010. Pues bien, en toda la historia de los partidos eliminatorios, desde aquel que México perdió contra Estados Unidos por 4 a 2 en Roma, Italia, en 1934, la Selección mexicana tiene un saldo negativo contra los equipos que enfrentará el próximo año cuando los encuentros se han realizado fuera de nuestro País.De 33 partidos, México apenas ha ganado siete, empatado 12 y perdido 14. Son datos para centrar a cualquiera, para debilitar la convicción de una supuesta supremacía, para no perder contacto con ese entorno vaporoso al que solemos llamar realidad. Y sin embargo, seguimos evaluando a la selección como si se tratara de Alemania enfrentando a Andorra.Sigo plagiando a Guillermo Flores. Contra Estados Unidos, jugando en aquel país, desde 1957, sea en la primera o la tercera fase o en la ronda final, hemos perdido tres, empatado cuatro y ganado dos. (Nótese el plural que me incluye para no aparecer como antipatriota). Contra El Salvador ganamos uno y perdimos dos. Contra Honduras ganamos dos, empatamos tres y perdimos tres. Contra Costa Rica ganamos uno, empatamos cuatro y perdimos dos. Y contra la potencia del Caribe, Trinidad y Tobago, ganamos uno, empatamos uno y perdimos tres. Es decir, con todos y cada uno de ellos tenemos récord negativo cuando jugamos fuera de casa.Antes de que algún lector me reclame la trampa, me adelanto. En efecto, no estoy considerando los partidos jugados en nuestro País. En primer lugar porque no tengo a la mano la información y no la pienso buscar. Y en segundo, porque ya sabemos que en México sí obtenemos mejores resultados y es probable (casi seguro) que la balanza se incline a favor de la Selección Nacional.Pero lo que quiero subrayar, y para ello los resultados anteriores son suficientes, es que México nunca ha sido el mero mero, el gigante, el indestructible, el incontestable, sino un equipo entre otros, que en muchas ocasiones, gracias al esfuerzo y el talento de jugadores y entrenadores, ha logrado llegar al Mundial.Pero, si siempre sufrimos con los equipos de nuestra zona (y qué bueno que así sea, porque si nos elimináramos contra los sudamericanos, los europeos, los asiáticos o los africanos, las dificultades serían mayores), ¿de dónde surge la premisa (cuasi) inamovible de la superioridad? Avanzaré algunas respuestas tentativas:a) Creemos lo que queremos creer. Se trata de una premisa triste, pero constatable. Nuestras pasiones se imponen al deber racional, nuestros deseos sustituyen a las evidencias empíricas. En un mundo informe e inasible, contradictorio y antiestético, nuestras creencias -así sean irracionales- tienen más peso que los fenómenos que surgen de esa materia informe y difusa a la que sólo por flojera llamamos realidad. Nuestro credo nos forma y nos hace y por ello no podemos erosionarlo porque sería tanto como atentar contra nosotros mismos.b) Hacemos correlaciones insensatas. Es fácil constatar que en materia de futbol México tiene una liga profesional más fuerte e institucional; que sus jugadores están mejor pagados y desarrollan su labor en mejores condiciones; que los estadios son superiores y con mayor capacidad; y súmele usted. Todo ello es cierto (quizá con la salvedad de Estados Unidos). Pero de esos hechos no se desprende automáticamente que la Selección Nacional sea mejor que las de Centroamérica y el Caribe. Quizá debería serlo porque las condiciones parecen propicias. Pero que exista un entorno superior no quiere decir que mecánicamente los resultados vayan a ser venturosos. Las correlaciones deben ser más complejas y sutiles.c) El reforzamiento ambiental. Si usted sigue el futbol a través de la televisión, la radio y la prensa (como yo), sabrá que la tesis de la grandeza irrefutable de la Tricolor en la zona se repite como un dogma. El metro para medir el desempeño ya está construido. Si le gana, digamos, a Trinidad y Tobago, era una obligación; si pierde, dadas las expectativas construidas, se convierte en un desastre, en una catástrofe.El conjunto de voces (hay muchas muy respetables) han formado un coro (casi) uniforme que sin demasiada sofisticación recrea y reproduce la tesis de la superioridad. Lo hace de manera inercial, sin mala intención, sin dobles propósitos. Pero contribuye, aún sin quererlo, a edificar una ficción. Es parte del caldo de cultivo en el que se reproducen nuestras convicciones. Bueno, alguien me dirá, se trata sólo del futbol, no tiene tanta importancia. Y en efecto. No es para tanto. Pero me temo que esas pulsiones están presentes más allá del deporte (échele un ojo a lo que pasa en la política).

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