Hay que velear conforme soplan los vientos, dicen los buenos capitanes. Y ante el huracán económico que se vive en Estados Unidos, el gobierno de Felipe Calderón deberá pensar con cuidado cómo va a relacionarse con el gobierno de Barack Obama. Las circunstancias climáticas han cambiado y el paradigma mental del Presidente debe hacerlo también. Cambiando el cordaje, virando el timón, esquivando los escollos, empujando el buque bilateral en una dirección distinta. Porque los pesimistas se quejan del viento, los optimistas sugieren que amainará, pero sólo los realistas saben cómo ajustar las velas. A México le corresponde actuar con realismo y ello implicaría navegar más allá de la ruta convencional, definida por la búsqueda de un acuerdo migratorio hoy mismo. Entrañaría buscar nuevas formas de zarpar en busca de esa posibilidad y nuevas maneras de actuar en alta mar para obtenerlo.
Muchos han escrito ya sobre la agenda con Obama y sobre la imperiosa necesidad de que la inmigración ocupe un lugar central en ella. Incluso la canciller Espinosa afirma que “México pedirá al próximo Presidente de los Estados Unidos una reforma que reconozca las aportaciones de los migrantes”. Pero quienes asumen esta posición no parecen comprender el mar embravecido al que se enfrenta Obama o las prioridades para su tripulación. No parecen entender la tiranía de las circunstancias y la necesidad de resguardarse ante su impacto. Una de las reglas básicas para quienes saben velear es que un barco puede moverse casi en cualquier dirección, excepto contra el viento. Pues ahora el viento sopla en contra de una negociación migratoria bilateral, y no sólo sería contraproducente sino peligroso seguir insistiendo en su promoción.
Tan sólo hay que leer las noticias cotidianas en cualquier periódico estadouni- dense. Allí, en estadísticas y porcentajes, está el recuento de los daños. Allí, en números y cifras, está el impacto del huracán, la magnitud del maremoto, la velocidad del viento y la devastación que deja a su paso. La proporción de lanchas destruidas. La lista de empleos perdidos. La cantidad de carga perdida. La destrucción de riqueza acumulada. Ante los efectos del tsunami económico, es posible que aumente la insatisfacción social al norte de la frontera. Ante la falta de empleos, es probable que comience el “backlash” contra los inmigrantes mexicanos que compiten por obtenerlos. Como escribe Benjamin Friedman en The Moral Consequences of Economic Growth, la prosperidad vuelve a las sociedades más democráticas, más plurales, más incluyentes. Pero la escasez produce el efecto contrario. Lleva a la xenofobia, al racismo, a la condena de los “otros”, a los movimientos antiinmigrantes para expulsarlos.
Exigir una reforma migratoria en este momento convertiría a los mexicanos en chivos expiatorios. Contribuiría a colocarles una etiqueta en la frente que dijera “vengan por mí”. Aumentaría el clima antiinmigrante que ha desencadenado el aumento en las redadas, el crecimiento de las deportaciones, el incremento en las sanciones para los empleadores, la introducción de 175 iniciativas antimigratorias en las legislaturas de los estados el año pasado.
Y pocas cosas le vendrían mejor al Partido Republicano que una causa con la cual pudiera unir a una base electoral desalentada. Uno de los principales peligros a los cuales se enfrenta la coalición liberal/progresista/internacionalista de Obama es el regreso del nacionalismo cultural y el proteccionismo económico. México no debe ayudar a revivirlos.
El equipo de Barack Obama sabe que el tema migratorio es demasiado candente como para ser abordado ahora. Su nuevo jefe de gabinete, Rahm Emanuel, ha dicho que la inmigración es “The third rail” -el riel que electrocuta a quien lo toque- de la política estadounidense y no dejará que su jefe se le acerque pronto. El año pasado, Emanuel declaró que “no hay manera de que una reforma migratoria comprehensiva vaya a ocurrir en un Congreso Demócrata, con un Senado Demócrata, en una presidencia Demócrata, en su primer periodo de gobierno”. Ante prioridades más urgentes, Obama probablemente aceptará el statu quo durante algún tiempo, quizás haciendo algunas concesiones en cuanto a las redadas y las sanciones a empleadores. Navegará cuidadosamente en un canal estrecho, sin encallar del lado de los que exigen asegurar la frontera primero, pero tampoco anclará del lado de quienes buscan asegurar la legalización primero. Atrancará las escotillas de su gobierno, en espera de tiempos económicos menos aciagos.
Esto no significa que el gobierno de México debe abandonar el barco de la inmigración. Pero sí necesita guiarlo con más inteligencia: disminuyendo las expectativas en vez de incrementarlas, sustituyendo el lenguaje de los derechos humanos por el de la recuperación económica compartida, construyendo coaliciones con grupos empresariales en vez de apostarle sólo al cabildeo en el Congreso, alejando al buque bilateral de las rocas en lugar de estrellarse contra ellas. Pero más importante aún: frente al clima crítico que se vive al norte de la frontera, México debe presentarse como parte de la solución y no como parte del problema. Para una gran porción de la sociedad estadounidense, el gobierno mexicano no es ni debe ser un interlocutor válido en el tema de una reforma migratoria. México es visto como un “free rider” que exige sin dar, reclama sin colaborar, critica sin conceder, denuncia sin proponer, distribuye guías para migrantes que cruzan la frontera, pero hace poco por resolver los problemas que generan para el sistema educativo y de salud del país que los recibe.
Como ha sugerido la periodista Rossana Fuentes Berain, es momento de pensar de otra manera sobre la relación México- Estados Unidos. De virar las velas. De demostrar que México sabe cómo soplan los nuevos tiempos y sabe cómo reaccionar frente a ellos. De centrar la atención en propuestas que podrían llevar -eventualmente- a los migrantes mexicanos a un buen puerto. De examinar, por ejemplo, el programa de salud que ha propuesto Obama y comprender que uno de sus principales retos es cubrir a latinos sin seguro médico. El gobierno mexicano podría proponer la creación de un fondo de salud -para clínicas y hospitales estadounidenses- administrado por los consulados. Podría, con pasos propositivos como ése, generar buena voluntad hoy para una discusión migratoria mañana. Porque los capitanes exitosos son aquellos que saben evaluar las condiciones del mar. Saben que hay pocas decisiones tan peligrosas como zarpar hacia una ruta reacia y con el viento en contra.
Muchos han escrito ya sobre la agenda con Obama y sobre la imperiosa necesidad de que la inmigración ocupe un lugar central en ella. Incluso la canciller Espinosa afirma que “México pedirá al próximo Presidente de los Estados Unidos una reforma que reconozca las aportaciones de los migrantes”. Pero quienes asumen esta posición no parecen comprender el mar embravecido al que se enfrenta Obama o las prioridades para su tripulación. No parecen entender la tiranía de las circunstancias y la necesidad de resguardarse ante su impacto. Una de las reglas básicas para quienes saben velear es que un barco puede moverse casi en cualquier dirección, excepto contra el viento. Pues ahora el viento sopla en contra de una negociación migratoria bilateral, y no sólo sería contraproducente sino peligroso seguir insistiendo en su promoción.
Tan sólo hay que leer las noticias cotidianas en cualquier periódico estadouni- dense. Allí, en estadísticas y porcentajes, está el recuento de los daños. Allí, en números y cifras, está el impacto del huracán, la magnitud del maremoto, la velocidad del viento y la devastación que deja a su paso. La proporción de lanchas destruidas. La lista de empleos perdidos. La cantidad de carga perdida. La destrucción de riqueza acumulada. Ante los efectos del tsunami económico, es posible que aumente la insatisfacción social al norte de la frontera. Ante la falta de empleos, es probable que comience el “backlash” contra los inmigrantes mexicanos que compiten por obtenerlos. Como escribe Benjamin Friedman en The Moral Consequences of Economic Growth, la prosperidad vuelve a las sociedades más democráticas, más plurales, más incluyentes. Pero la escasez produce el efecto contrario. Lleva a la xenofobia, al racismo, a la condena de los “otros”, a los movimientos antiinmigrantes para expulsarlos.
Exigir una reforma migratoria en este momento convertiría a los mexicanos en chivos expiatorios. Contribuiría a colocarles una etiqueta en la frente que dijera “vengan por mí”. Aumentaría el clima antiinmigrante que ha desencadenado el aumento en las redadas, el crecimiento de las deportaciones, el incremento en las sanciones para los empleadores, la introducción de 175 iniciativas antimigratorias en las legislaturas de los estados el año pasado.
Y pocas cosas le vendrían mejor al Partido Republicano que una causa con la cual pudiera unir a una base electoral desalentada. Uno de los principales peligros a los cuales se enfrenta la coalición liberal/progresista/internacionalista de Obama es el regreso del nacionalismo cultural y el proteccionismo económico. México no debe ayudar a revivirlos.
El equipo de Barack Obama sabe que el tema migratorio es demasiado candente como para ser abordado ahora. Su nuevo jefe de gabinete, Rahm Emanuel, ha dicho que la inmigración es “The third rail” -el riel que electrocuta a quien lo toque- de la política estadounidense y no dejará que su jefe se le acerque pronto. El año pasado, Emanuel declaró que “no hay manera de que una reforma migratoria comprehensiva vaya a ocurrir en un Congreso Demócrata, con un Senado Demócrata, en una presidencia Demócrata, en su primer periodo de gobierno”. Ante prioridades más urgentes, Obama probablemente aceptará el statu quo durante algún tiempo, quizás haciendo algunas concesiones en cuanto a las redadas y las sanciones a empleadores. Navegará cuidadosamente en un canal estrecho, sin encallar del lado de los que exigen asegurar la frontera primero, pero tampoco anclará del lado de quienes buscan asegurar la legalización primero. Atrancará las escotillas de su gobierno, en espera de tiempos económicos menos aciagos.
Esto no significa que el gobierno de México debe abandonar el barco de la inmigración. Pero sí necesita guiarlo con más inteligencia: disminuyendo las expectativas en vez de incrementarlas, sustituyendo el lenguaje de los derechos humanos por el de la recuperación económica compartida, construyendo coaliciones con grupos empresariales en vez de apostarle sólo al cabildeo en el Congreso, alejando al buque bilateral de las rocas en lugar de estrellarse contra ellas. Pero más importante aún: frente al clima crítico que se vive al norte de la frontera, México debe presentarse como parte de la solución y no como parte del problema. Para una gran porción de la sociedad estadounidense, el gobierno mexicano no es ni debe ser un interlocutor válido en el tema de una reforma migratoria. México es visto como un “free rider” que exige sin dar, reclama sin colaborar, critica sin conceder, denuncia sin proponer, distribuye guías para migrantes que cruzan la frontera, pero hace poco por resolver los problemas que generan para el sistema educativo y de salud del país que los recibe.
Como ha sugerido la periodista Rossana Fuentes Berain, es momento de pensar de otra manera sobre la relación México- Estados Unidos. De virar las velas. De demostrar que México sabe cómo soplan los nuevos tiempos y sabe cómo reaccionar frente a ellos. De centrar la atención en propuestas que podrían llevar -eventualmente- a los migrantes mexicanos a un buen puerto. De examinar, por ejemplo, el programa de salud que ha propuesto Obama y comprender que uno de sus principales retos es cubrir a latinos sin seguro médico. El gobierno mexicano podría proponer la creación de un fondo de salud -para clínicas y hospitales estadounidenses- administrado por los consulados. Podría, con pasos propositivos como ése, generar buena voluntad hoy para una discusión migratoria mañana. Porque los capitanes exitosos son aquellos que saben evaluar las condiciones del mar. Saben que hay pocas decisiones tan peligrosas como zarpar hacia una ruta reacia y con el viento en contra.
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