La sacudida enorme de la reciente crisis financiera, de alcances mundiales, ha demostrado una vez más la gran vulnerabilidad económica de México. El funcionamiento de nuestra economía no solamente está supeditado en gran medida a la suerte de la economía norteamericana, sino que carece de mecanismos de defensa en caso de cualquier tipo de ataque o problema mayúsculo. Varias empresas mexicanas grandes están pasando por severos apuros para hacer frente a sus deudas. A otras la crisis ha terminado por recortarles sensiblemente sus utilidades.
Por si fuera poco, algunas de las fuentes principales de nuestra riqueza son sumamente endebles: el petróleo, las divisas de los migrantes y los productos de la industria maquiladora.
La industria petrolera podrá acometer de forma limitada los cambios que necesita, en vista de la reforma recién aprobada por el Congreso de la Unión. Aunque en la reforma se contienen claras señalas que indican en la dirección correcta, lo cierto es que el entorno de grave crisis y de descenso de los precios de petróleo se requería de una actuación más audaz de nuestros legisladores.
Las divisas de los migrantes pueden comenzar a evaporarse muy pronto, ya sea porque Estados Unidos endurezca su política de expulsión de migrantes irregulares o porque las complicaciones económicas cierren varios cientos de miles de fuentes de empleo, con el correspondiente efecto dominó hacia los ingresos de los migrantes. Por lo pronto los datos disponibles indican ya un repunte importante del desempleo en nuestro vecino del norte.
La industria maquiladora se enfrenta desde hace años a la feroz competencia de países que tienen un enorme potencial de crecimiento, en los que las condiciones laborales y la capacitación de los trabajadores son más favorables para las empresas. Brasil, China e India no cuentan con la cercanía geográfica con el gran mercado estadounidense que tenemos nosotros, pero de todas formas pelean por atraer las mejores y más grandes inversiones extranjeras. Es posible que las maquiladoras mexicanas sucumban en el futuro a los embates de esas potencias y nos quedemos sin esa parte esencial de nuestra producción económica.
Ahora bien, los problemas actuales y los que tendremos que enfrentar en el futuro no tendrán solución si nos quedamos con los brazos cruzados. Los países que cuentan hoy en día con economías competitivas no lo han logrado sin hacer un esfuerzo enorme para caminar en la dirección correcta. Lo que hace falta en México es definir con precisión cuál es el rumbo que queremos seguir y unir voluntades en esa ruta. Creo que serviría mirarnos en el espejo de España, que a finales de los años 70 comenzó una exitosa reconversión industrial y financiera que tiene a las empresas españolas hoy en día en un lugar muy destacado de la economía mundial (e incluso en la economía mexicana: basta con mirar a sectores como el de los bancos o el turístico).
Los políticos españoles de todos los partidos peleaban ferozmente por hacerse con el poder luego de la muerte del dictador Franco, pero siempre estuvieron unidos para lograr los grandes cambios económicos. De hecho, la alternancia en el gobierno no ha supuesto importantes vueltas de timón en la conducción económica del Estado español. Tanto el PSOE como el PP están de acuerdo en los conceptos fundamentales y sus diferencias son un tanto de matiz.
¿No sería bueno que en México tuviéramos en cuenta ese ejemplo, o cualquiera de los muchos que se podrían citar (el propio Brasil, pero también Chile y Colombia son casos de países parecidos al nuestro que han logrado importantes tasas de crecimiento en los años recientes), para comenzar a empujar en la dirección de una economía más competitiva, más robusta, con fundamentos sólidos, que nos hagan menos vulnerables a las crisis que provienen del exterior?
En esto tienen una gran responsabilidad nuestros políticos. Muchas veces pensamos que la política y la economía tienen vínculos muy débiles y que un buen político no necesariamente debe tener buenos conocimientos en materia económica. Grave error. La política incide directamente sobre la economía. Cada decisión (o no decisión) de nuestros legisladores tiene trascendencia económica. A fin y al cabo, sus errores y sus aciertos acaban repercutiendo siempre en nuestros bolsillos.
Por eso es que, frente a los procesos electorales que se avecinan, sería muy bueno que nuestros políticos pudieran demostrar que tienen buenos planes económicos, más allá de la tradicional retórica que suele acompañar a las campañas electorales y que se resume en más seguridad, más educación y más bienestar para todos. Esa canción ya llevamos años escuchándola sin que haya pasado nada, de modo que es tiempo de exigir un cambio de melodía y una mucha mayor preparación en quienes tienen que tomar las decisiones importantes. Y si no pueden, no saben o no quieren hacerlo que renuncien, como diría el clásico.
Por si fuera poco, algunas de las fuentes principales de nuestra riqueza son sumamente endebles: el petróleo, las divisas de los migrantes y los productos de la industria maquiladora.
La industria petrolera podrá acometer de forma limitada los cambios que necesita, en vista de la reforma recién aprobada por el Congreso de la Unión. Aunque en la reforma se contienen claras señalas que indican en la dirección correcta, lo cierto es que el entorno de grave crisis y de descenso de los precios de petróleo se requería de una actuación más audaz de nuestros legisladores.
Las divisas de los migrantes pueden comenzar a evaporarse muy pronto, ya sea porque Estados Unidos endurezca su política de expulsión de migrantes irregulares o porque las complicaciones económicas cierren varios cientos de miles de fuentes de empleo, con el correspondiente efecto dominó hacia los ingresos de los migrantes. Por lo pronto los datos disponibles indican ya un repunte importante del desempleo en nuestro vecino del norte.
La industria maquiladora se enfrenta desde hace años a la feroz competencia de países que tienen un enorme potencial de crecimiento, en los que las condiciones laborales y la capacitación de los trabajadores son más favorables para las empresas. Brasil, China e India no cuentan con la cercanía geográfica con el gran mercado estadounidense que tenemos nosotros, pero de todas formas pelean por atraer las mejores y más grandes inversiones extranjeras. Es posible que las maquiladoras mexicanas sucumban en el futuro a los embates de esas potencias y nos quedemos sin esa parte esencial de nuestra producción económica.
Ahora bien, los problemas actuales y los que tendremos que enfrentar en el futuro no tendrán solución si nos quedamos con los brazos cruzados. Los países que cuentan hoy en día con economías competitivas no lo han logrado sin hacer un esfuerzo enorme para caminar en la dirección correcta. Lo que hace falta en México es definir con precisión cuál es el rumbo que queremos seguir y unir voluntades en esa ruta. Creo que serviría mirarnos en el espejo de España, que a finales de los años 70 comenzó una exitosa reconversión industrial y financiera que tiene a las empresas españolas hoy en día en un lugar muy destacado de la economía mundial (e incluso en la economía mexicana: basta con mirar a sectores como el de los bancos o el turístico).
Los políticos españoles de todos los partidos peleaban ferozmente por hacerse con el poder luego de la muerte del dictador Franco, pero siempre estuvieron unidos para lograr los grandes cambios económicos. De hecho, la alternancia en el gobierno no ha supuesto importantes vueltas de timón en la conducción económica del Estado español. Tanto el PSOE como el PP están de acuerdo en los conceptos fundamentales y sus diferencias son un tanto de matiz.
¿No sería bueno que en México tuviéramos en cuenta ese ejemplo, o cualquiera de los muchos que se podrían citar (el propio Brasil, pero también Chile y Colombia son casos de países parecidos al nuestro que han logrado importantes tasas de crecimiento en los años recientes), para comenzar a empujar en la dirección de una economía más competitiva, más robusta, con fundamentos sólidos, que nos hagan menos vulnerables a las crisis que provienen del exterior?
En esto tienen una gran responsabilidad nuestros políticos. Muchas veces pensamos que la política y la economía tienen vínculos muy débiles y que un buen político no necesariamente debe tener buenos conocimientos en materia económica. Grave error. La política incide directamente sobre la economía. Cada decisión (o no decisión) de nuestros legisladores tiene trascendencia económica. A fin y al cabo, sus errores y sus aciertos acaban repercutiendo siempre en nuestros bolsillos.
Por eso es que, frente a los procesos electorales que se avecinan, sería muy bueno que nuestros políticos pudieran demostrar que tienen buenos planes económicos, más allá de la tradicional retórica que suele acompañar a las campañas electorales y que se resume en más seguridad, más educación y más bienestar para todos. Esa canción ya llevamos años escuchándola sin que haya pasado nada, de modo que es tiempo de exigir un cambio de melodía y una mucha mayor preparación en quienes tienen que tomar las decisiones importantes. Y si no pueden, no saben o no quieren hacerlo que renuncien, como diría el clásico.
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